125 - Nieve

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Esa mañana corría un viento helado, acompañante de los gruesos copos de nieve que cubrían la ciudad de un manto blanco e inmaculado. La tormenta de nieve parecía alcanzar su máximo esplendor a aquellas horas de la mañana, paralizando por completo la vida fuera de las viviendas. En el interior, troncos de madera ardían vivamente en la chimenea que alumbraba toda la habitación, creando una atmósfera cálida en oposición al frío que manaba de las ventanas.

—¿Cómo estás, mi amor?

La puerta se abrió dejando entrar una pequeña corriente de aire helado. No me encontraba en el Gran Salón sino en una entrañable casa a pocos minutos del centro, la cual Ivar había comprado hacía unos meses. Esta nueva adquisición se dio debido a algunas complicaciones durante mi embarazado, más concretamente al hecho de que perdí toda tolerancia al ruido y a la algarabía. Fueron un par de veces las que tuve que abandonar el salón y recluirme en la habitación matrimonial, tapándome los oídos con la almohada para ahogar el ruido que me torturaba. Poco después, Ivar llegó con la noticia de esta nueva casa, pequeña pero coqueta, donde podría encontrar el silencio y la soledad que tanto ansiaba. Solo venía aquí cuando realmente lo necesitaba, pero los últimos días habían sido tan difíciles por las contracciones que prácticamente no había salido a la calle.

—Mejor ahora que has vuelto.— Sonreí con un cierto aire seductor mientras me agarraba el gran vientre con las manos. Ivar soltó una risita y se acercó hasta mi asiento frente a la chimenea. Tenía la nariz y la frente mojadas por los copos de nieve que le habían atacado en su camino hasta aquí.

—He dejado a Hvitserk terminando lo del contable, así que estoy para ti el resto del día.— Me besó la frente con ternura y luego se aseguró de que la manta cubriera bien todo mi cuerpo de torso para abajo.

—¿Y Einar?

—Está bien, jugando como siempre. Ese niño nunca se aburre.— Dijo con gracia y yo asentí, dándole la razón.

Lo siguiente que hizo fue agarrar una silla y tomar asiento a mi lado. Apoyó una mano en mi vientre por unos segundos y, con el semblante serio, aguardó a que el bebé mostrara algún signo de vida. Ya estaba casi a término, los dos sabíamos que el momento del parto estaba por llegar, pero ambos lo temíamos en silencio. Nunca lo llegamos a materializar en palabras, pero los dos sentíamos ese pánico por que las cosas no salieran bien.

Mi miedo me hizo rehusarme a querer a aquella criatura, no quería amarla hasta sujetarla en mis brazos y asegurarme de que estaba viva. Pero la realidad acabó siendo totalmente distinta, pues ya sentía que daría la vida por aquel bebé, por aquella ilusión y aquel proyecto de vida. No quería fallarle a Ivar, él estaba demasiado emocionado por esto y yo sentía la obligación de hacer que saliera bien. Aunque no tenía ni idea de cómo.

—¡Se ha movido!— Soltó de repente una carcajada y su rostro entero se iluminó. Parecía un niño.

—Sí, ya tiene ganas de salir.— Aguanté la respiración al sentir otra contracción, esta vez más pronunciada y duradera en el tiempo. Poco después, me vendría otra y otra y otra, hasta que el tiempo de recuperación ya no era suficiente para reponerme del dolor de las contracciones. Entonces Ivar llamó a la matrona y enseguida la pequeña choza se llenó de personas.

(***)

Conocía el dolor, pero cada vez me resultaba nuevo e intolerable. Me aferraba a las sábanas con seguridad mientras gritaba con todas mis fuerzas, pujando con tanto ímpetu que hasta me llegaba a marear. Ivar estaba a mi lado y me agarraba la mano, permitiendo que le clavara las uñas hasta probablemente dejarle marcas. Pero en esos momentos lo único que hacía era dejarme la piel en aquel parto, sintiendo como mi cuerpo se abría en dos a cada segundo. Hasta que finalmente una cabeza pequeña y viscosa asomó entre mis piernas.

—¡Ya está aquí!— Exclamó alguien.

Con la visión nublada distinguí como una de las esclavas sacaba el cuerpo entero del bebé y lo cubría con una manta. Ivar me agarraba la mano con más fuerza que nunca. Segundos después un sollozo agudo resonó por todo el lugar y yo comencé a llorar.

—Enhorabuena, majestades. Han traído a una niña sana y preciosa.

¡Una niña! ¡Una niña! Lloré aún con más ímpetu al conocer el sexo de mi bebé y sentí una felicidad inmensa. Todo el mundo quería tener varones, y es lo que yo también había deseado, pero esta noticia era como un regalo totalmente inesperado y perfecto. Ivar se levantó rápidamente y agarró a la niña en sus brazos, como si tuviera la urgencia de sujetarla o de que ella supiera que él estaba ahí. Entre dientes balbució algunas cosas que nadie llegó a entender y la besó la frente con cariño una y otra vez.

Cuando me volvió a mirar descubrí que ambos estábamos llorando, que la sensación de sujetar algo tan profundamente anhelado nos sobrecogía por completo

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Cuando me volvió a mirar descubrí que ambos estábamos llorando, que la sensación de sujetar algo tan profundamente anhelado nos sobrecogía por completo.

Alargué los brazos buscando su compañía y Ivar se acercó y me la dejó con cuidado sobre el pecho. Era una pequeña criatura llena de sangre y fluidos, y los dos la queríamos tanto. Por los dioses, no me podía creer que casi siete años después estaría volviendo a sujetar a un hijo mío recién nacido. Y de pronto, todos los fracasos y suplicios, pasaron a un segundo plano como ni no fuesen para tanto. Estaba increíblemente feliz.

—Ivar...—Murmuré, sin poder apartar la vista de mi hija. No me di cuenta cuándo lo hizo, pero se había sentado a mi lado y había pasado un brazo por mis hombros.— Nuestra hija necesita un nombre.

—Se llamará...— Vaciló unos momentos, dirigiendo la mano al interior de mi muslo y la mirada hacia la ventana desde la cual sólo se veía una intensa capa de nieve.— Se llamará Skadi, como la diosa del invierno. Skadi Ivardóttir.

En su rostro relampagueó una sonrisa llena de felicidad y orgullo y admiración. La forma en que relucían sus dientes llamaría la atención de la niña por el resto de sus días.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora