31 - Monstruo

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[Narrador Externo]

Con pasos decididos pero lentos, atrozmente lentos, se acercó hasta donde Keissa se encontraba. Ella tragó saliva y sus piernas comenzaron a temblar, dándole aspecto de presa a punto de ser cazada. La mirada de Ivar imponía demasiado como para ser capaz de mirarle a los ojos, así que agachó la cabeza, agazapada.

—No pensaba que fueras tan estúpida como para desobedecerme.— Habló con la voz contenida, aguantando unos segundos más la explosividad que lo amenazaba desde el interior.

—No he hecho nada, Ivar. Lo juro.— Tartamudeó. No sabía qué estaba a punto de ocurrir pero las palabras se le quedaban atascadas en la garganta. No podía ni siquiera explicarse porque él era tan imponente que era imposible no temblar de miedo.

—Sabes tan bien como yo lo que has hecho. ¿Recuerdas también lo que te prometí?

Ella asintió levemente, recordando con precisión la tentativa de asesinato que usó para amenazarla

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Ella asintió levemente, recordando con precisión la tentativa de asesinato que usó para amenazarla. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Matarla frente a tantas personas? Era una conversación privada, pero era obvio que todo el mundo prestaba atención discretamente. No podía matarla en ese momento. Así que su mente comenzó a idear una huida esa misma noche, la cual no pasaría viva si permanecía cerca de aquel monstruo.

—Mírame.— Ordenó. Pero Keissa no podía ni quería hacerlo. Sus ojos vacíos le causaban terror.— ¡Que me mires! Quiero ser lo último que veas cuando te vayas de esta vida.

—Al menos en la otra vida estaré con hombres de verdad.— Murmuró con rabia, liberando por un momento el odio que le profesaba al tullido.

Antes de que cualquier pudiera averiguar lo que iba a pasar, Ivar se hizo con una de las dagas que colgaban de su cinturón y pasó el frío filo de metal por el cuello de la esclava. Rápido y eficaz. La joven se desplomó en el suelo mientras intentaba desesperadamente no ahogarse con su propia sangre.

Hvitserk quiso reaccionar, pero era demasiado tarde. No había salvación para ella. En el salón reinaba el silencio y, poco a poco, los cuchicheos. Todos miraban al tullido con la daga en la mano y restos de sangre en el rostro, sus orificios nasales se expandían con cada respiración acelerada.

—¿Queréis seguir hablando? ¡Bien! ¡Me encantaría saber quién es el siguiente!— Gritó exaltado, logrando que la multitud apartara la mirada e intentara volver a una forzada normalidad.

La gente le tenía miedo, pánico, auténtico terror. Había matado a una pobre esclava en medio de la fiesta de primavera. ¿Qué tipo de monstruo haría eso?

Hvitserk intentó hacer algo, pero Ivar salió del Gran Salón más rápido de lo que había andado nunca. Astryr hizo el amago de socorrer a la esclava, aún convaleciente en el suelo manchado de su propia sangre.

—No hay nada que hacer.— Dijo Hvitserk, apartándola de la mujer.

Astryr se mantuvo entre los brazos de él, que la agarraban para que no se lanzara hacia Keissa. Un par de segundos después, la esclava dejó de hacer ruidos, sus miembros se entumecieron y el brillo de sus ojos se fue como un suspiro.

[Narra Astryr]

Era la primera vez que veía alguien morir en tales circunstancias, un asesinato en vivo y en directo. La forma en que la sangre salía de su cuello, a borbotones, sería una imagen que me perseguiría siempre. Y sus ojos vacíos... Era algo terrible.

También tenía que lidiar con la imagen de Ivar matando. Con la tensión que le poseía, la violencia de sus palabras y la técnica con la que había rajado ese cuello. Me afectaba demasiado verle así, pero de alguna manera intentaba entenderle. Él era todo dolor, su ausencia de capacidad para controlar las emociones era su perdición. Actuaba sin pensar en las consecuencias, impulsivamente, dejándose influir por las peores emociones del ser humano. Pero detrás de todo eso estaba el arrepentimiento, la bondad y... En fin, estaba él. En el fondo, bajo todos esos errores, estaba él. Su verdadero ser.

Me revolví entre los brazos de Hvitserk y salí corriendo del salón en busca de Ivar. Por alguna extraña razón, fui capaz de encontrarle. Sabía que estaría cerca del agua, con vistas a la luna y a las estrellas. Estaba allí con un aspecto tan devastado, y yo solo quería abrazarle y asegurarle que todo estaba bien. Que yo no le juzgaría, que entendía su dolor y su impotencia. Que sabía que las humillaciones le hacían más daño que nada.

Al sentarme a su lado, él me miró sorprendido. No se esperaba que estuviera con él en este momento, pero no le iba a dejar solo. No podría ni aunque cada borde de mi cerebro me gritara lo contrario.

—¿Estás bien?

Puede que no fuera una buena persona por preocuparme más por el asesino que por la víctima, pero era así. Ivar me miró un segundo para luego retirar la mirada avergonzado, sin responder a mi urgente pregunta.

—No te voy a juzgar, Ivar. Entiendo las razones que te han podido llevar a hacer tal cosa. Ni siquiera necesito una explicación. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti. Que si me necesitas voy a estar aquí siempre.

Se me habían cristalizado los ojos y tenía la visión borrosa, tan solo podía intuir su perfil y la luz cenital que incidía sobre su piel, resaltando sus facciones.

—No te merezco.— Dijo con voz ronca, a punto de quebrar.

Parpadeé y dejé que las lágrimas cayeran para poder verle mejor. Él tenía las manos en su regazo, estaban sucias por la arena pero no había restos de sangre. Agarré una de sus manos para afirmarme.

—No digas eso.

—Pero es verdad. No merezco lo que necesito. No merezco que me quieran.

Tenía el corazón en un puño, tanto que hasta me dolía el pecho y me costaba respirar. Odiaba lo poco que se quería a sí mismo, aunque no le podía culpar. Su enfermedad y su entorno le habían destruido el autoestima a golpes.

—Mírame.— Agarré suavemente su barbilla e hice que me mirara. Sus preciosos ojos azules brillaban con intensidad y juraría que estaba a punto de llorar.

—No te enamores de mí, te romperé el corazón.— Dijo con la voz rota. No sabía si me estaba suplicando con todas sus fuerzas que le amara o si realmente quería protegerme y que no lo hiciera.

—Demasiado tarde.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora