El bosque era espléndido, denso y profundo, tanto que te hacía perder la noción del espacio con relativa facilidad. Tanto es así que debíamos aprovechar la noche para guiarnos por las estrellas, pues de otro modo era sencillo acabar dando círculos o incluso tomando la dirección contraria. Pero la noche no era fría, sino cálida y mansa, rociada por vientos mediterráneos que te acariciaban el rostro con la suavidad de una caricia. Nada peligroso nos acechaba en nuestro camino, pues los únicos sonidos que nos acompañaban eran de búhos y grillos. Era como si todo el ambiente se hubiera puesto de acuerdo para hacernos amarlo, para encontrar la paz que tanto ansiábamos y que desgraciadamente nunca encontraríamos. Así que sí, me sentía extrañamente atraída al silencio nocturno, a los sonidos de la naturaleza, a la temperatura apetecible y a la de luces que formaban nuestras antorchas. Y si cerraba los ojos, llegaba a desear que ese momento se perpetuara en el tiempo. Pero tenía promesas que cumplir y kilómetros que recorrer hasta llegar a casa, tenía que llegar a casa, tenía que llegar a casa...
—¿Cómo vas?— Dije al encontrarme a Hvitserk caminando a mi lado. No sé cuánto tiempo llevaría ahí, pues llevaba demasiado atrapada en mis propios pensamientos. Había tanto en lo que pensar...
—Tengo sed, pero aún me queda fuerza.— Respondió con un ligero jadeo. Llevábamos casi cuatro horas caminando y las piernas ya empezaban a entumecerse.
Agarré mi cantimplora casi vacía y se la tendí. Él dudó unos segundos al comprobar su peso ligero pero insistí en que bebiera, pues yo no tenía sed y no era capaz de guardarme el resto de agua sabiendo que él la necesitaba en estos momentos. Hvitserk aprovechó las últimas gotas y yo aproveché para mirar unos metros más allá, donde caminaba Ubbe con su familia. En los brazos cargaba con su hija, la cual había encontrado una cómoda postura para dormir. Nuestras miradas se encontraron unos instantes para luego volver a perderse, como si no pudiéramos soportar la intimidad que suponían. Realmente no comprendía qué nos pasaba o por qué las cosas eran tan diferentes entre nosotros. Era como si nos esforzáramos en crear distancias que no existían, en romper miradas que no tendrían que significar nada. Pero aunque no lo entendiera, sabía que era lo mejor y lo más fácil, tanto para él como para mí.
Casi dos horas después conseguimos llegar a la playa donde decenas de nuestros barcos estaban encallados. Creo que todos tuvimos esa sensación de estar en casa, de que volvíamos a estar cerca de algo que nos pertenecía. Al ver aquellos majestuosos barcos esperando por nosotros me sentí más cerca de mi familia, un paso más cerca de mi marido y mi hijo, a los cuales echaba terriblemente de menos. Por fin volvíamos a casa.
Pero entonces los barcos empezaron a arder, como si el fuego hubiera brotado de la nada, aunque fue la oscuridad de la noche la que cubrió la trayectoria de las flechas inflamables. Cuando las llamas hubieron alumbrado la playa, se mostró ante nosotros un ejército de enemigos que se dirigía hacia nosotros, encabezado por un pelotón de caballería. Al grito de ataque nos colocamos en posición, avanzando unos cuantos metros para proteger tras nosotros a la población más débil. Fue prácticamente instintivo, pues nadie dio la orden, sino que todos nosotros tuvimos la necesidad de proteger a aquellos que no podían defenderse, ya fueran ancianos, niños o algunas mujeres.
—¡Tenemos personas a las que salvar y enemigos a los que matar, quién de su vida protegiendo a los demás será recibido por los dioses! ¡Guerreros a matar, guerreros a morir!— Vociferé con todas mis fuerzas y seguidamente escuché un gritó ensordecedor que se pudo escuchar en cada extremo de la playa.
Miré a Hvitserk, preparado para actuar, y miré a Ubbe, quien acababa de dejar a sus hijos tras la frontera de soldados que habíamos construido. Asintió con convicción y yo di la orden para empezar a correr, a acelerar por aquella arena que te hundía a cada paso que dabas. Un par de segundos después las líneas enemigas y las nuestras se fusionaron en una sola y ya nadie supo de nadie, ni quién vivía, ni quién mataba, ni quién fallecía.
[Narrador Externo]
Desde el primer momento que supo de su existencia había notado en él comportamientos extraños, misteriosos y sospechosos. Para lo poco que tenía que hacer en su día a día no dejaba de ir de un lado a otro, siempre con prisa, siempre con cautela. Por esa razón Ivar había habilitado a tres de sus guerreros para que le tuvieran bajo vigilancia y que le reportaran todo comportamiento extraño que pudiera ser de interés. Pero lo cierto es que llevaba unos días en los que su actitud nerviosa y tenebrosa había cedido, como si por alguna razón no tuviera la misma preocupación que desde siempre le ocupaba. Sin embargo, esto no había hecho más que activar las alarmas de Ivar, quien le prestaba exacerbada atención a Viggo cada vez que lo tenía cerca.
—Si sigues mirando así a tus invitados no van a tardar mucho en marcharse.— Escuchó a sus espaldas. No tuvo que darse la vuelta para saber que Erika era la emisora.
—Me encantaría que se fuera de aquí, de hecho desearía no haberle conocido nunca.
—¿Qué ha hecho mal?
—¿Te refieres a parte de intentar derrocarme junto a Bjorn?— Alzó una ceja y soltó una risa burlona, elevando una de las comisuras de su boca.
Su relación con Erika había mejorado desde la última vez, lo cual le extrañaba y agradaba al mismo tiempo. Ambos habían vivido un momento íntimo que tuvo un desenlace de despecho y vergüenza, pero eso parecía haber quedado atrás. Él había dejado de pensar en ello y ella había cesado sus intentos por seducirle. Por el contrario, el rey había estado presente en múltiples ocasiones donde Erika desplegaba sus encantos con otros hombres.
—Otros hombres también lo intentaron y a ellos no les tienes tanta rabia. ¿Así que sabes qué es lo que realmente te molesta?— Esta vez se puso en su campo de visión y Ivar dirigió los ojos hacia ella sin mover la cabeza.— Lo que te enfada es el hecho de que fuera tan amigo de Ubbe y que gracias a él ahora estés solo. Quién sabe si para siempre.
—¿Sabes? Clamas conocerme muy bien, pero no lo estás demostrando.— Espetó, aguantando en su interior las ganas de callarla de la peor forma posible. Simplemente no toleraba que hablara así de Astryr o que le echara más leña a sus pensamientos ya de por sí destructivos. Pero esa forma de ser muchos la encontraban divertida, inflamable. Aquellos a los que les gustaba jugar con fuego siempre disfrutarían al ponerle al filo de la cordura.
—Claro que te conozco, Ivar. Pero me resulta cómico que un rey esté siendo tan baqueteado al esperar que su querida esposa vuelva de los brazos de otro hombre. ¿Quién sabe? Igual unas semanas después de su regreso nos enteramos de que está embarazada. Y tú le cuidarías el hijo como si fuera tuyo, no por miedo a admitir que te ha engañado, sino por el miedo a saber que eso es lo más cercano a un hijo que jamás vas a tener.— Había maldad en sus palabras y en sus ojos, ganas de hacer daño.— Pero al fin de cuentas te entiendo. A quién no le han alimentado con cuchara de plata acaba lamiendo los restos del cuchillo.
Temeroso y turbulento, sus fosas nasales aletearon casi tan deprisa como sus ojos cristalinos se habían hundido en lágrimas. Ivar tenía una fuerza implacable, pero su punto débil residía en su mente, en sus inseguridades, en su mierda de autoestima y en su yo roto e irreparable. Y cuando le golpeaban ahí perdía toda cordura y quería romperlo todo antes de que él mismo se viniera abajo, piedra a piedra, trozo a trozo. Ivar tenía esa clase de heridas que nunca llegaban a sanar y sangraban ante la más mínima palabra.
—¡¡Ivar!!— Margreth entró corriendo al Gran Salón, llamando la atención de todos los presentes menos la del rey. Ivar miraba amenazantemente a Erika, como un depredador a punto de saltar sobre su presa. La miraba los ojos burlescos y la sangre palpitando en sus venas y tenía el instinto feroz de drenarla hasta que perdiera la vida. Iba a matarla.— ¡Ivar, nos están atacando!
Solo esas palabras le hicieron cambiar la atención, y lo primero que hizo fue buscar a Viggo entre la multitud. Donde debería estar, ya no estaba. Le había perdido de vista unos momentos y había desaparecido. Su sangre se calentó más de lo que ya estaba y la activación le hizo levantarse del asiento sin dificultad y con prontitud.
Esta vez no había planes ni estrategias ni organización de ningún tipo, esta vez era una maldita emboscada sin antecedentes ni señales de alarma. Sólo podía contar con los dioses, sólo ellos decidirían su destino y el de todos los que estaban en peligro.

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El palacio del sufrimiento // Ivar The Boneless
FanficY te quiero a rabiar Pero sabes que hay un infierno dentro de mi cabeza No te dejes llevar Lucharé contra las fieras No te dejes llevar Tengo el corazón a medias ¿No te dije que me llenas? [Créditos: Hoy es el día - Lionware] Finalista Premios Watty...