25 - Esclava

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Egil se había encargado de darme la mejor bienvenida posible. Simplemente, el hecho de que esperara mi regreso aquel día y que se preocupara por hacer un bizcocho, era algo increíblemente dulce por su parte.

—Toma, de parte de la abuela.

Le tendí un trenzado de colores verdes y azules, parecido a una corona pero mucho más delgado. Era un adorno muy típico en los varones jóvenes y bastante difícil de manufacturar.

—¡Gracias! Se merece todo esa anciana.— Sonrió con nostalgia, apretando en su puño el trenzado. Nuestra abuela le tenía mucho cariño, tanto como él a ella.

—Eres su favorito.

—Porque soy el más guapo.— Bromeó.

—¡Ya no!— Me burlé.— La pequeña fiera te está quitando el puesto.

—Puede ser. Ese desgraciado ha sido esculpido por los mismísimos dioses.

Reí a carcajadas, recordando las palabras de mi abuela, no muy diferentes a las de Egil.

Axe y mi padre llegaron minutos después para la comida. Se preocuparon brevemente por saber cómo estaba la familia, pero no fue el tema central de la conversación. En cuanto a mí, parecía que no me habían echado de menos. Con Axe seguía sintiéndome insegura, pero aparentaba que no pasaba nada para no llamar la atención de los demás. Mientras no se volviera a repetir, nadie sabría nada de lo que pasó aquel día.

Después de comer, las obligaciones me devolvieron a nuestro puesto en el Mercado Central. Por suerte, disfrutaba de la compañía de Egil y le pude contar todo lo que hice durante mi semana fuera de Kattegat. De pronto, una voz arrebató toda mi atención.

—¿Astryr?

Hvitserk achinaba los ojos, intentando averiguar si era yo la que estaba detrás de ese puesto. Al reconocerme, sonrió ampliamente y yo corrí hasta él para darle un abrazo. ¡Cuánto le había echado de menos!

—Quita, bicho.— Dijo entre risas, plisándose la ropa una vez estaba fuera de su alcance.— ¿Dónde has estado? Llevo sin verte días.

—Estuve una semana fuera, en mi pueblo natal. ¿Cuándo volvisteis Ubbe y tú?

—Hace a penas una semana.

—No os volváis a ir.— Le puse mi mejor cara pena y a él se le encogió el corazón. Era tan transparente y eso me encantaba.

—Tranquila, la próxima vez que salgamos de Kattegat será para ir a Inglaterra. ¿Estás lista para venirte con nosotros?

—¿Lo dices en serio?— Reí con nerviosismo. Había muchas mujeres que iban a las redadas pero la gran mayoría eran escuderas que entrenaban durante toda su vida. Yo era una mísera granjera con un par de meses de entrenamiento.

—¡Por supuesto! Quiero que vengas con nosotros, no he estado entrenándote para cazar ciervos.

Giré la cabeza en un intento de pensar con más claridad, pero me encontré con un montón de personas alrededor de nuestro puesto y a Egil sin dar a basto.

—Me tengo que ir, nos vemos más tarde.

—Piénsatelo, ¿vale?— Insistió una vez más, dejándome claro sus ganas de que le acompañara en esa aventura. Yo asentí con los labios fruncidos y volví a mis tareas con rapidez.

La propuesta de Hvitserk no era una broma y la verdad es que me emocionaba sobremanera. Además, mis conocimientos en enfermería serían de gran ayuda en circunstancias bélicas. Como decía mi madre, nunca hay que dejar de buscar el conocimiento en todas partes. Y el conocimiento está en la experiencia.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora