122 - Inapropiado

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Si dentro de unos años alguien me preguntara acerca de Ivar le contaría la historia de cómo el vikingo más temido de todos podía ser también el hogar más feliz. De cómo una persona capaz de aniquilar poblaciones enteras o de perpretar los asesinatos más crueles era también capaz de amar con todo su ser y de proteger a su familia con sus propio cuerpo como escudo. Describiría a Ivar como una persona intensa y de extremos que nunca te deja indiferente. La parte de él que llegues a conocer dependerá de cómo lo trates, porque cuando se sentía a gusto y amado se convertía en un hombre terriblemente dulce y detallista.

Él no era un monstruo, a pesar de que muchos podrían jurarlo. Por el contrario, era una persona sensible, gentil y devota, aunque no demostrara esa parte de sí mismo a todo el mundo. Él se dejaba la piel en su familia y en que todo lo relacionado con el reino estuviese atendido. Y sí, también fantaseaba constantemente con saquear medio mundo.

Esa mañana nos levantamos tarde pero juntos, enredados entre las sábanas y con los cabellos totalmente despeinados. Le quería de esa forma, justo al despertarse, sin preocupaciones ni cargas. Le quería siempre también. Pasamos tanto tiempo en la cama que la gente se empezó a preguntar dónde estábamos o qué nos había pasado, ¿tan raro era que los reyes remolonearan un poco por la mañana? Eso parecía.

Las obligaciones nos llamaron por la tarde, cuando tuvimos una reunión con los condes daneses que habían llegado el día anterior. Después, disfrutamos todos un exquisito banquete lleno de alimentos que los condes habían traído desde su ciudad natal. Su generosidad tenía una explicación, y es que nuestro reino había tomado unas extensiones tan importantes que el resto de gobernadores debían tomar medidas para evitar ser conquistados. Estos condes estaban poniendo todo de su parte para mantener una relación comercial y cordial con nosotros, aunque Ivar no se dejaba comprar por nada de lo que ellos estaban dispuestos a ofrecer.

La cena se estaba alargando más de lo previsto y yo ya me había cansado de forzar una conversación aburrida y anodina con la condesa. Notaba que Ivar también tenía ganas de acabar con esto, pero ciertos modales nos hacían seguir sentados a la silla.

—Especialmente en el norte es donde están las fincas más grandes, hectáreas enteras de cereales, cebada, trigo, avena... La producción es tan grande que nos sobra una gran cantidad para comerciar con ello. Siempre es mejor hacer negocio que echar a perder la comida, ¿verdad?— El gran conde se rió a carcajadas y su mujer le acompañó en el gesto, continuando con la conversación monopolizada del mismo tema. Llevábamos casi dos horas con lo mismo, era agotador.

Ivar puso su mano encima de mi rodilla y me miró condescendiente. Yo fruncí los labios en una sonrisa lánguida y volví a atender a los aburridos daneses. En estos momentos deseaba ser Hvitserk o Margreth, los cuales habían aprovechado la excusa de acostar a su hija para irse y no habían vuelto. ¿Dónde estaba Einar? Debería llevarle a la cama ya, ¿no?

La mano de Ivar me volvió a distraer. La bajó lentamente por mi pierna hasta levantar el vestido y acariciar mi piel. Después la fue subiendo hasta el muslo y empezó a dibujar círculos pequeños. Tragué saliva ante el contacto y temí que nuestros invitados se estuvieran dando cuenta de las caricias inapropiadas que me estaba dando el inapropiado de mi marido. Luego volvió a subir la mano, esta vez hasta mi entrepierna, aunque yo cerré las piernas inmediatamente. En su rostro apareció una sonrisa divertida mientras fingía escuchar al conde.

—Su majestad debe saber de lo que estoy hablando, ¿verdad? Tengo entendido que era usted agricultora antes de casarse.— Dijo el conde y yo volví a la conversación de la cual había desconectado completamente. Ivar me miró con un falso interés por conocer mi respuesta, entretanto me obligaba a abrir las piernas con sus dedos.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora