63 - Sobre el amor

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Finalmente tomé la decisión de no ser totalmente sincera y omití ciertos detalles escabrosos acerca del asesinato de Axe. A pesar de ello, mi madre se había sumido en una tristeza devastadora. Mi abuela por su parte lloraba por la muerte de Egil, aunque estaba extremadamente orgullosa de su nieto. Sin embargo, no había derramado una sola lágrima por Axe y al preguntarle por él, me desveló que nunca se había fiado demasiado. De todos modos, me quedé más tranquila al contar por fin las malas noticias y con el paso de los días noté esa liberación.

Ivar seguía apareciendo en mis pensamientos, le mantenía vivo en mi memoria porque era la única forma de que siguiera formando parte de mi vida. No quería olvidarme, aunque sería estúpido por mi parte pensar que lo podría conseguir. Lo cierto es que él había prendido un fuego en mi interior de esos que solo arden una vez en la vida, de esos que eran inolvidables y ahora no sabía qué hacer con el hueco que había dejado su ausencia. Pasaba todo el día riéndome pero en el fondo me faltaba algo, sentía ese vacío que no podía llenar con carcajadas, me faltaba él aquí.

Mi madre me había preguntado por Ivar aquella mañana y yo no había tenido reparo en hablar sobre él. Lo único que le oculté fue su implicación en el asesinato de Axe, que aunque era de vital importancia para entender nuestra separación, era más de lo que mi madre podría soportar. En cambio, me inventé una historia en la que él mató a un hombre que había tenido intenciones conmigo. Mi madre se mostró extremadamente compasiva.

—¿Por qué? ¿Por qué le perdonarías después de haber hecho algo tan horrible? ¿Acaso se merece mi perdón?— Inquirí sobresaltada.

—No se trata de si lo merece, sino de si lo necesita. Perdonar es un acto de compasión.

Me pregunté si mantendría esa afirmación si le decía lo que realmente le hizo a Axe, pero no iba a hacerle pasar por algo tan horrible.

—Las personas cometemos errores constantemente, especialmente cuando el amor nubla nuestro juicio. Y por lo que me cuentas, él te quería mucho.

—No sé si me quería, ya no estoy tan segura. Pero sí tenía una gran habilidad para hacerme daño.— Bajé la mirada a mi regazo y jugué con la caña de una paja. Mostrar mis miedos en voz alta era más difícil de lo que parecía.

—El daño te lo van a hacer siempre, es parte de la vida y tenemos que contar con ello. La pregunta es si lo hace con la mala intención de herirte o, si por el contrario, es de forma inocente.

Solté un suspiro junto con un par de lágrimas. No, Ivar nunca me había hecho daño con la intención de destrozarme, pero de alguna forma había acabado haciéndolo. ¿Era más importante la intención que el hecho? ¿Acaso importaba a estas alturas? Ya nada quedaba de nosotros más que los recuerdos.

—Supongo que ya no importa.— Me encogí de hombros y sorbí mi nariz. Últimamente lloraba tanto que sentía las lágrimas en mis mejillas incluso cuando no estaban ahí. En estos días en que intentaba olvidarle seguía teniendo recaídas y sentía que nunca podría lograrlo.

—Cielo, aún importa si te llena los ojos de lágrimas y te enciende el corazón de esa manera.

—Empiezo a pensar que el amor está sobrevalorado, ni siquiera sé si merecen la pena todas estas lágrimas.— Solté una risita llena de pesadumbre.

—El amor no es siempre fácil, pero cuando funciona es increíble, no está sobrevalorado. Hay una verdadera razón por la que se cantan todas esas canciones de amor.— Dijo con una sonrisa magnífica mientras acariciaba mis rodillas con cariño.

—Me gustaría sentirme así, pero él jamás tendrá la valentía para hacer las cosas bien y pedirme perdón.

—Entonces deberás ser tú la valiente.— La miré con una ceja alzada. Para ella todo parecía fácil y bonito, pero yo no entendía por qué esperaba que me arrastrara de esa forma.— ¿Y qué hay de Ubbe? Es su hermano, ¿no?

Asentí distraídamente.

—Tus hermanos están encantados con él, se nota que es un buen hombre. Y tu abuela no deja de rezar a los dioses para que pida tu mano.— Soltó una carcajada y su pequeña boca quedó atrapada entre sus enormes mofletes rojos.

—No haría eso, sólo somos amigos.

—Los amigos no miran como él te mira a ti, querida.— Volví a mirarla, esta vez confundida.— ¡No me digas que no te has dado cuenta! Es el cotilleo del pueblo entero prácticamente.

—¿Qué?— Grité indignada. ¿Cómo no me había enterado de algo así? ¡Por los dioses, entre Ubbe y yo no había absolutamente nada! Él se comportaba conmigo como lo hacía con el resto de seres mortales, impecablemente.

—Ay, hija. Todavía sigues siendo tan inocente. Ese hombre no tiene ojos para mirar otra cosa que no seas tú, te ayuda con todo lo que necesitas, te sonríe tímidamente y hasta te ha acompañado hasta aquí. ¿Qué más pruebas necesitas?

—Ninguna, Ubbe es así con todo el mundo.— Negué con la cabeza, recordando cuando Ivar me aseguraba lo mismo acerca de Ubbe. No podía ser cierto, él jamás había intentado nada conmigo. Nuestra relación nunca había pasado de la amistad.— Ya que estamos hablando de hombres, ¿por qué te enamoraste de papá? Sois tan tremendamente diferentes... ¿Por qué vivís cada uno en un lugar diferente?

La extraña relación de mis padres siempre había sido desconocida para mí. Lo único que sabía es que mi padre se mudó a Kattegat cuando yo era muy pequeña y se llevó a mis hermanos mayores con él. Durante los siguientes años volvía de visita y pasaba unos cuantos días hasta que mi madre se quedaba embarazada de nuevo y después volvía a irse.

—Me enamoré de tu padre cuando éramos jóvenes y nos casamos cuando nuestros progenitores decidieron, recién cumplidos los diecisiete años. Nuestra vida fue fantástica los primeros años y los primeros embarazos fueron muy felices. Entonces los padres de él fallecieron a causa de unas heridas infectadas que yo no conseguí sanar y en ese momento nuestra relación se enfrió. Por supuesto, él me culpabilizaba, en silencio, de la muerte de sus padres. Después de que tú nacieras decidió instalarse en Kattegat y continuar con el negocio de comercio naval que había dejado un amigo suyo tras su muerte. Desde entonces, nuestra vida son reencuentros puntuales y amor a medias. Por eso no quiero que tú pases por algo así, no dejes que tu amor se estropeé como lo hizo el nuestro.

—¿Y por qué no os divorciáis?

—Porque a pesar de todo le quiero, no podría estar con otro hombre. Por eso estoy condenada a este amor a medias, insuficiente, residual. Hija mía, no dejes que nadie te quiera tan poco ni tú te permitas amar tan mal.

Exhalé todo el aire que había mantenido en los pulmones y me eché sobre ella para abrazarla. Después de esto me crecían aún más las dudas:¿cómo podía ser tan buena? ¿Cómo podía aguantar algo así? En estos momentos deseaba que dejara de serlo, que abandonara a mi padre y abrazara a otros hombres. Por mucho que le quisiera, estaba sola y no se merecía esa soledad.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora