42 - Guerra

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El momento más esperado por todos había llegado. Cientos y cientos de hombres y mujeres caminábamos reservando nuestras fuerzas en dirección a los lugares estratégicos desde los que íbamos a atacar. El corazón me latía velozmente, pero entre tanta muchedumbre me sentía fuerte y protegida.

Sin embargo, la idea de la muerte era ahora más real que nunca y eso me hacía sentir miedo. No tanto por mí, sino por Egil, pues nuestra madre no soportaría la muerte de un hijo otra vez. Al menos lucharíamos codo a codo y me juraba a mí misma una y otra vez que lo protegería con mi vida si hacía falta.

Los puestos de ataque eran cuatro, cada uno liderado por uno de los hermanos. Nuestro pelotón iba con Ubbe, fue orden suya, no quería quitarme el ojo de encima. Para ser honesta, me sentía segura a su lado, me tranquilizaba luchar de su mano. En cambio, el no saber nada de Ivar me atacaba los nervios. Desde la discusión del día anterior no habíamos vuelto a hablar y eso que yo lo intenté, pero él había vuelto a sus formas distantes conmigo y no pude hacer nada por arreglar la situación.

—¿Preparada, hermanita?— Miré a Egil con seriedad y asentí, agarrando con más fuerza el hacha y el escudo. Ese hacha era la que Ivar me había regalado. Esbocé una sonrisa imperceptible y comencé a rezarle a los dioses para que lo protegieran. Si le pasaba algo no podría soportarlo.

Ante la señal de los líderes dio comienzo el ataque contra el ejército enemigo. Corrimos todos juntos, en grupo, gritando con todas nuestras fuerzas. Nos sentíamos invencibles. Todo parecía increíble hasta que nuestras filas se entrelazaron con las del enemigo. Lanzas y espadas atravesaban los cuerpos de los hombres a mi lado, se desplomaban en el suelo entre chillidos de dolor y angustia. La sangre nos salpicaba a todos, los soldados ingleses a penas miraban a sus víctimas antes de clavarles el hierro entre sus carnes. Era el infierno.

—¡¡Astryr!!¡ ¡Reacciona!— La voz de Ubbe me sacó del estado paralizante de pánico en el que me había visto sumida. Por el rabillo del ojo vi como un soldado enemigo se apresuraba a clavar su espada en la espalda de Ubbe, quien forcejeaba con mi atacante. Sin pensármelo dos veces lancé mi hacha contra su pecho y la adrenalina me inundó las venas.

Entré en un estado automático, inhibiendo todos los pensamientos que se me venían a la mente. Mi rostro y mi armadura se llenaban de sangre con cada hachazo, mezclándose con el barro cada vez que caía al suelo. Era una lucha a todo o nada, utilizaba todos mis sentidos para protegerme a mí misma y luchar contra los enemigos. A Egil lo había perdido de vista, a sí como a Ubbe. Podrían estar a cuatro metros de distancia, pero no podía ver nada más allá, estaba abrumada por todo lo que me rodeaba.

—¡Auch!— Sin querer resbalé en el barro y caí de lado. Tan solo tardé un instante en volver a levantarme, el suficiente para ser una presa fácil. Sin embargo, tres hombres de los nuestros salieron de la nada y me defendieron.

La lucha seguía. Me levanté y volví a utilizar mi hacha para clavarla en pechos, espaldas, piernas... Se había vuelto una necesidad de supervivencia. Pero entonces, entre tanta jauría, pude ver a Ivar. Luchaba desde un carro pero con todas sus fuerzas, con toda la energía que sabía que tenía. Algunos soldados estuvieron a punto de herirle seriamente, pero conseguía derribarlos uno a uno. De repente nuestras miradas se encontraron y su sonrisa me hizo sentir un paso más cerca de la vida y cien más lejos de la muerte. Me dio la fuerza para seguir luchando, a pesar del cansancio, a pesar del enorme esfuerzo físico que esto suponía.

Cuando quise volver a reaccionar, a penas un par de segundos después, me percaté de que los tres mismos hombres que antes me habían salvado la vida seguían cerca de mí y parecían protegerme de todo lo demás. Aunque confundida, no hice esfuerzos en pensar qué estaba pasando y seguí con mi tarea, pero esos hombres parecían ser mis malditos guardaespaldas. Ningún soldado inglés conseguía acercarse lo suficiente a mí, lo que me daba cierta rabia. ¿Por qué diablos no me dejaban en paz?

Corrí por la campo de batalla intentando despistarles hasta encontrarme con Hvitserk. Luchando a su lado volví a sentirme libre de nuevo y mis esfuerzos se multiplicaban por cien, simplemente por el simple deseo de que se sintiera orgulloso al verme luchar como me había enseñado.

—¡Escudos!— Gritaron a lo lejos. Cogí el mío rápidamente y me cubrí con él antes de recibir una ráfaga de flechas. Otro escudo también se había encargado de cubrirme, era uno de esos hombres que parecían perseguirme por todos lados.

Me pregunté dónde estarían los otros dos, pero pronto encontré la respuesta. Uno de ellos estaba tirado sobre el suelo a menos de diez metros. Corrí hasta él, me arrodillé y le agarré de la camisa de cuero.

—¿Quién eres? ¿Por qué me estáis siguiendo?— Pregunté enfurecida. El hombre estaba al límite de la muerte y no duraría más que un par de minutos, pero necesitaba saberlo.

—Nos contrataron...para...protegerte...— Balbució, escupiendo restos de sangre y hierba. Era difícil entenderle pero hice el mayor de mis esfuerzos.

—¿Quién? ¿Quién os contrató?— Pregunté más calmada. Sus intenciones fueron buenas conmigo y no merecía mi furia en sus últimos alientos de vida.

—I...Ivar...

Alguien me agarró del brazo y me apartó bruscamente, tirándome hacia atrás. Caí al suelo y levanté la mirada, viendo como dos de esos hombres me protegían frente a unos ingleses. Intentaba concentrarme pero la información me daba vueltas en la cabeza. ¿Por qué diablos Ivar había hecho esto? Pensaba que confiaba en mí.

Me levanté como pude y volví a la carga. No era momento de ponerse a pensar en eso. La batalla estaba a punto de terminar y quería dejarme la piel en cada momento.

(...)

Entré corriendo al asentamiento, detrás de mí venían tres carros tirados por caballos con heridos. Las chicas estaban preparadas y tenían perfectamente habilitado todo el puesto.

—Aquí, ¡rápido!— Dije ayudando a colocar las camillas de los enfermos.

Las bajas habían sido numerosas, muchas más de las que yo me había imaginado. Así que tuvimos que elegir quién tenía salvación y quién moría allí. Los pocos guerreros que entraban ahora en el puesto de enfermería no tenían buenos pronósticos pero confiaba en que podríamos salvarlos.

—¡Necesito vendas para parar esta hemorragia!—Le grité a una de las chicas. Margreth reaccionó antes que ella y me ayudó a ponerlas en el muñón de un hombre, el cual había perdido el antebrazo.

—¿Traigo la sopa?— Preguntó ella y yo asentí. Me llevé la palma de la mano a la frente sudorosa y puse una venda en la boca del hombre para que no se partiera los dientes.

—Ahora te daré algo que te aliviará el dolor, tienes que ser fuerte.— Le animé, aunque ni con las mejores palabras podría disminuir el terrible dolor que sufría.

La tienda completa era un sinfín de idas y venidas, sangre y gritos ahogados de dolor. Era la batalla traída a casa.

(...)

Un par de horas después el trabajo se calmó lo suficiente como para que las chicas pudieran prescindir de mí. Estaba física y psicológicamente agotada, cubierta por una lámina de sudor, sangre y suciedad. Tenía muchas ganas de hablar con Egil, aunque sabía que estaba bien, así como con Hvitserk y Ubbe. Pero por encima de todo, tenía la necesidad casi vital de confrontar a Ivar y pedirle explicaciones por las libertades que se había tomado a la hora de decidir sobre mí en la batalla.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora