Kattegat amaneció cubierta por un manto espeso y húmedo de niebla. Por suerte, las ráfagas de viento habían cesado pero la temperatura seguía siendo extremadamente baja. El invierno llegaba y yo no hacía más que desear que empezara el verano un año más.
Aún con todo, me enfundé en un vestido naranja pálido y me cubrí con una capa de lana gruesa. La vestimenta había pasado toda la noche cerca de la chimenea así que todavía guardaba el calor.
—Egil, voy a salir.— Le informé a mi afanado hermano. Él asintió sin apartar los ojos de su tarea.
Recorrí las calles vacías de Kattegat preguntándome dónde estaría todo el mundo, aunque el frío posiblemente era el culpable de vaciar las vías. Al llegar al Gran Salón, tan solo unos minutos después, una ola de calor me impactó el rostro, sobrecogiéndome. La diferencia de temperatura no era sana, pero al menos dentro se estaba a gusto.
Hvitserk y Ubbe estaban a un lado de los tronos, me miraron sonrientes y se acercaron a mí.
—¡Mira quién se digna a visitarnos!— Se cachondeó Hvitserk. Yo reí con él lo máximo que mis labios agrietados me permitieron.
—Llegué ayer, he venido en cuanto he tenido ocasión.— Me expliqué a la vez que retiraba la capucha de mi cabeza.
—Estás helada.— Observó Ubbe encerrando mis mejillas en sus manos. Las suyas estaban calientes y ásperas. Sonreí ante su preocupación.— Ven, toma un poco de hidromiel.
Seguí a los hermanos hasta las mesas de madera y una esclava nos sirvió tres cuernos con hidromiel, un tipo de cerveza especialmente dulce.
—¿Cómo fue el viaje?— Preguntó Ubbe con interés.
—Fue toda una experiencia.— Reí antes de darle un sorbo a mi bebida.— No sé cómo lo conseguís para dormir tantas noches seguidas en un barco.
—Los barcos de Floki tienen otro diseño y no está de más decir que son los mejores.— Apuntó Hvitserk con una mueca de orgullo.
Les conté algo más sobre mi experiencia como pescadora, omitiendo detalles escabrosos que no deseaba recordar. No obstante, el relato fue igual de divertido y abrumador como esperaba. Tenía la costumbre de darle un toque gracioso o divertido a cada mal recuerdo que poseía. Por lo menos, los hermanos se rieron de mis penurias y, creo, que le empecé a caer un poco mejor a Hvitserk, con el que no había empezado con muy buen pie.
—A la próxima redada te tienes que venir con nosotros.— Dijo entre risas Hvitserk, quien no había superado mi terrible encuentro con un pez de más de cuatro metros de largo.
—¿Tenéis pensado alguna próxima?
—No exactamente una redada, pero el próximo destino es Inglaterra. Para vengar la muerte de Ragnar.— Explicó Ubbe y yo asentí en conocimiento.
—Pues, si los dioses quieren, me tendréis a vuestro lado.
—¿Sabes luchar?— Se sorprendió.
—¡No! Claro que no. Pero podríais enseñarme.— La idea me entusiasmaba de un modo que nunca hubiera imaginado. Había visto a guerreros y escuderas practicar en los campos de entrenamiento y no podía evitar sentir cierta curiosidad por el oficio.
—¡Hecho!— Dijo Hvitserk y yo sonreí con entusiasmo.
—¿Qué? No.— Ubbe frunció el ceño y miró a su hermano con asombro.
—¿Por qué no?— Inquirí.
—Porque...— Ubbe negó con la cabeza y un soplido se escapó de sus labios.
—Si no me ayudas tú, me enseñará Hvitserk.— Dije animada, y el aludido me sonrió aceptando el trato.
—Vale, eso sí que no.— Rio antes de darle un golpe en la espalda a su hermano y levantarse.— Cuenta conmigo.
Sonreí orgullosa y asentí. En ese momento, dos hombres entraron en el Salón y Ubbe se fue a hablar con ellos. Por su rapidez, parecía que les estaba esperando desde hace un rato.
—Bueno, voy a ver a tu hermano, está donde siempre, ¿no?— Dirigí mi mirada hacia el pasillo, con la imagen de Ivar en mi cabeza. Tenía muchas ganas de verle.
—En realidad, no.— Dijo Hvitserk con seriedad. Volví mi mirada hacia él con el ceño fruncido.
—¿Dónde está? ¿Ya se ha podido levantar? Aún es pronto...
—No es la primera vez que se le rompe un hueso ni será la última, sabe que tiene que levantarse y afrontar el dolor.— Dijo con cierta crueldad, aunque no creo que faltara verdad en sus palabras.
—Entonces, ¿dónde está? Iré a verle.
—No creo que tengas que ir a ningún lado.— Hvitserk alzó la mirada por mis hombros justo cuando la puerta se abrió. Lentamente me giré y vi a un Ivar muy diferente al que estaba acostumbrada.
Su cuerpo estaba cubierto por varias capas de ropa gruesa, las piernas sostenidas firmemente por piezas de metal que forzaban una cierta rigidez y una muleta en la que se apoyaba que le hacía renquear. Una sonrisa de orgullo cruzó mi semblante al verle tan alto, tan apuesto, tan aparentemente sano. Su rostro había recobrado color y llevaba el peinado trenzado con esmero.
—Creo que deberías irte.— Habló Hvitserk en un susurro, sacándome de mi ensimismamiento. Ivar había cruzado la estancia y ni siquiera había reparado en mí, estaba demasiado concentrado en su conversación con Ubbe y el resto de hombres.
—Debería saludarle.
—Astryr...— Hvitserk me miró con reprobación. Estaba volviendo a sacar su lado más autoritario y odiaba que siempre fuera Ivar el que lo desencadenara.
Ignorando sus consejos – o prácticamente órdenes –, me dirigí hacia la congregación de hombres con Hvitserk detrás mía resoplando. Quizás le había desobedecido, y por tanto enfadado, pero no entendía su extrema fijación por apartarme de su hermano.
—Ivar.— Su nombre salió dulce por mis labios y él se giró, dedicándome una mirada difícil de descifrar.— Volví anoche del viaje, tenía ganas de verte.
Ivar volvió a girarse y me dio la espalda.
—Ya te he visto. Deberías irte antes de seguir molestando.
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El palacio del sufrimiento // Ivar The Boneless
FanfictionY te quiero a rabiar Pero sabes que hay un infierno dentro de mi cabeza No te dejes llevar Lucharé contra las fieras No te dejes llevar Tengo el corazón a medias ¿No te dije que me llenas? [Créditos: Hoy es el día - Lionware] Finalista Premios Watty...