24 - Madre

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Volver a ver a mi familia supuso el mundo para mí y un chute de energía que realmente necesitaba. Mis hermanos no me dejaron sola en días y cada vez que me cruzaba con alguien en la villa se preocupaba por cómo me había ido la vida en Kattegat. Todos deseaban que me quedara con ellos, pero yo sabía que no me podía dejar llevar por aquella sensación. Mi obligación era volver, no debía olvidarlo.

A pesar de toda la felicidad que me consumía en aquel lugar, algo mantenía mi corazón inquieto. Y ese algo tenía nombre y apellido. Además de unos ojos azules difíciles de olvidar. Creía que alejarme de él haría las cosas más fáciles, pero lejos de olvidarle, era todo lo que pensaba al quedarme sola por la noche.

Qué digo al estar sola. Su pensamiento era recurrente e interferente con mi vida entera.

—Hija, el pasto.— Dijo mi madre, en vista de que me había quedado sumida en mis cavilaciones y no prestaba atención a lo que me pedía.

—Ah sí, perdón.

—Te noto muy distraída, ¿qué es lo que ocurre?

Entre mi madre y yo no había secretos, y no podía mentirle con algo así. Sin embargo, hablarle de Ivar me producía un rubor incontrolable en las mejillas y sentía cierta vergüenza al exponer delante de ella mis sentimientos.

—Oh, ¡es un hombre!— Exclamó entusiasmada. Sus mejillas pomposas se acentuaron con la sonrisa, dejó sus quehaceres de lado y prestó toda su atención a su hija mayor.

El momento de contarlo había llegado, y si iba a hacerlo lo haría abriendo mi corazón en canal. En Kattegat no tenía amigos o al menos nadie a quien contarle lo que me estaba pasado, por lo que tenía tantas cosas acumuladas dentro que realmente necesitaba hablarlas con alguien.

Así que me despojé de todo lo que llevaba dentro. Le hablé de Ivar, de su forma de ser conmigo, de lo que sentía yo por él, de lo que había pasado entre nosotros... Ella me escuchaba con los ojos iluminados y una ligera sonrisa en los labios en los momentos más intensos de mi relato. Y para cuando terminé, me asombré de todo lo que sentía y de la forma en la que lo había estado ignorando.

—Mi pequeña...—Acarició mis manos con sutileza, transmitiéndome un cariño inmenso. Las lágrimas amenazaron con salir, y no lo iba a evitar. Delante de ella podría llorar un río entero.— No siempre es fácil amar. Hay personas que no se dejan, que están rotas y cortan con sus vértices. Pero todo el mundo necesita sentirse amado y tú tienes la capacidad de hacerle sentir así.

—Pero es tan difícil.— Sorbí mi nariz, mi voz se acababa de romper.— Me aleja constantemente, pone esa distancia emocional que tanto me duele y no sé cómo superarla.

—Él es una persona insegura, es normal que le surjan dudas, quizás no se sienta suficiente para ti. Puede que piense que no te merece.— Fruncí el ceño. Jamás se me pasó por la cabeza que él pudiera pensar eso.— Por eso tienes que dejarle claro que estas ahí, decirle lo que sientes.

Me mordí el labio, salado por las lágrimas que se habían perdido entre sus ranuras.

—Sé buena con él, todos nos estamos curando de heridas.

—No quiero parecer cobarde, pero realmente es tan difícil luchar por algo cuando tienes tantos obstáculos.— Si no fuera porque mi madre me estaba agarrando de las manos, éstas me temblarían como hojas de papel al viento.

—¿Quién dijo que era fácil? La belleza reside en el esfuerzo, en el trabajo y en la dedicación. ¿De qué sirve conseguir algo que no te ha supuesto ningún sacrificio? Arriesga tu corazón, amenaza con dejar que se rompa. No estamos aquí para vivir pasivamente, los dioses quieren acción. Y la acción solo te la dan dos cosas: la guerra y el amor.

Jamás lograría alcanzar la sabiduría y el coraje de mi madre, eso me hacía alabarla aún más. Deseaba algún día convertirme en tan buena persona, tan abnegada como ella. Pero por ahora, me conformaba con sus palabras y con intentar seguir sus consejos.

Me lancé a sus brazos y ella me rodeó, envolviéndome en un abrazo eterno, donde me sentía segura y se me borraban todos los miedos. Ese abrazo sincero y exclusivo, donde se deposita el corazón. Solo había una persona en el mundo que me podía abrazar tan profundamente y era mi madre.

(...)

El rocín estaba listo para el viaje de vuelta, aunque aprovechaba los últimos minutos para pastar en la verde hierba. Se notaba que la primavera estaba llegando, pues toda la villa estaba iluminada por los tenues aunque cálidos rayos del sol.

—Adiós, pequeño.— Le susurré a mi hermano, el cual estaba abrazo a mí con fuerza y por poco no me arranca el pelo al separarlo.— No crezcas nunca, por favor.

—En primavera cumplo 4 años.— Apostilló nada más le dejé en el suelo.

—Lo sé, peque.— Reí y le revolví la cabellera rizada rubia. Era tan guapo que mi abuela aseguraba que rompería miles de corazones en unos años.

A continuación, me despedí de mis hermanas y de mi abuela. Las quería tanto que no me cabía en el pecho tanto amor. Pero la verdadera despedida era la de mi madre, me dolía en el alma alejarme de ella.

—Buen viaje, hija. Y recuerda lo que hemos hablado.— Asentí y la abracé con fuerza, guardando en mi memoria su olor y su contacto. Era una pena que las memorias sensoriales se perdieran tan fácilmente, en tan solo un par de semanas olvidaría su tierno aroma.

—Te quiero, madre.

—Y yo a ti, hija.

Sin más preámbulos me subí al caballo y comencé el camino que me llevaría de vuelta a Kattegat.

(...)

El viaje me había dado mucho que pensar. Habían sido dos días de soledad, pero me habían servido para organizar mis sentimientos y pensar acerca de ellos.

Me moría de ganas y de miedo por ver a Ivar. Estaba decidida a hablar con él, que supiera que todas las noches que había dormido a su lado, incluso las discusiones más inútiles, habían sido algo magnífico. Y que esas palabras que tanto miedo tenía de pronunciar, se podían decir ahora.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora