33 - Mercado

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Después de esa noche hubo muchos murmullos, comentarios y rumores acerca del asesinato de la esclava. Los ciudadanos temían a Ivar, incluso le tachaban en algunos casos de loco. Eran comentarios que escuchaba en el puesto del mercado y ante los cuales debía hacer oídos sordos, pero me hacía daño escuchar cómo se hablaba de Ivar. Y lo peor, me daba miedo cómo él reaccionaría y si sus inseguridades le volverían a apartar de mí. Si eso pasaba, no estaba segura de que pudiese aguantarlo una vez más.

—Dos lenguados, dos merluzas y un rape, por favor.— Pidió una clienta. La anciana pasaba por aquí cada dos días, ya que tenía que alimentar a ocho nietos. Como sabía que no podía permitirse comprar más comida, en ocasiones le añadía uno o dos pescados más.— Muchas gracias, que los dioses te lo paguen.

—A usted, que tenga un buen día.— Sonreí amablemente y despedí a la anciana de mofletes hinchados.

El puesto se quedó desprovisto de clientes y entre los transeúntes me fijé en uno especialmente renqueante. Al ver su sonrisa en mí me sentí envuelta por una paz y una tranquilidad enormes, puesto que me quitaba un peso de encima al saber que, por una vez, todo seguía bien entre nosotros.

—¿Tú por aquí?— Pregunté extrañada pero sumamente divertida, mientras me cruzaba de brazos para calentar mis manos. Aunque había empezado la primavera, las mañanas seguían siendo gélidas.

—Me apetecía verte. Supuse que estarías aquí, eres demasiado predecible.

—Se llama ser trabajadora.— Reí.

—Lo sé, sólo te quería fastidiar.— Torció el gesto con una sonrisa divertida y yo hice titánicos esfuerzos por no lanzarme a besar esos labios.

Un par de clientes se acercaron y tuve que atenderles, dejando a un lado la conversación con Ivar. Él estaba apoyado en una de las vigas y miraba cómo trabajaba. Me ponía nerviosa sentirme tan observada, pero no sé cómo a estas alturas no estaba acostumbrada.
Después de servirles retorné mi atención a él.

—Lo siento, tengo un poco de lío. Egil se ha ido y estoy yo sola con todo.— Me excusé, queriendo dedicarle más tiempo a hablar con él o simplemente a estar juntos. Me froté las manos con insistencia intentando calentarlas, ya que el manipular pescado no ayudaba contra el frío.

—No te preocupes, no quiero distraerte. Yo también tengo cosas que hacer, ¿nos vemos esta noche?— Se incorporó y apoyó su peso en la muleta que siempre le acompañaba.

—Me encantaría.— Sonreí.

Él frunció el ceño al ver cómo frotaba mis manos insistentemente, después las cogió y las colocó entre las suyas, las cuales estaban sorprendentemente bastante calientes. Alcé la mirada para mirarle a los ojos.

—Gracias.

—Recuérdame que te consiga una nueva capa de piel, la tuya no calienta lo suficiente.—Dijo con intranquilidad.

—No te preocupes, no podría aceptarla.—Dije con cautela, pensando en lo caras que eran ese tipo de capas. Es cierto, Ivar podría conseguir cualquier cosa del precio que fuera, pero no quería que lo gastara en mí. Si iba a gastar algo en mí, que fuera su tiempo.

—Claro que puedes.— Replicó molesto.— Déjame cuidar de ti.

Era demasiado dulce como para decirle que no, así que simplemente me rendí y acepté. Ivar tenía claro lo que quería hacer, pero sus maneras eran patéticamente dulces. Y a mí me provocaban una mezcla entre risa y ternura.

—Está bien, gracias. Nos vemos más tarde.— Dije al ver como más clientes se acercaban al puesto. Él los miró con algo de repulsión, incluso con incredulidad, visiblemente molesto porque alguien tuviera la osadía de apartar mi atención de él.

—¡Vaya, sí que estás solicitada!— Dijo haciéndome reír, aunque él estaba ligeramente molesto

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—¡Vaya, sí que estás solicitada!— Dijo haciéndome reír, aunque él estaba ligeramente molesto.— Te veo luego, Assa.

Ivar se fue a paso lento y yo seguí con mi trabajo, con la diferencia de que ahora había una sonrisa imborrable en mi rostro.

Después de la larga jornada volví a casa. Egil acababa de llegar del campo de entrenamiento, ya que estaba aprovechando las últimas semanas para entrenar junto con sus compañeros. Axe le miraba con envidia, aunque parecía ser yo la única que se daba cuenta de eso. Incluso me tenía envidia a mí, aunque no intentaba ocultarlo.

—Sólo digo, ¿cómo es posible que lleven antes a una mujer que a un hombre? Si alguien en esta casa tiene que renunciar a ir a Inglaterra, es ella.— Explotó Axe durante la comida, por fin verbalizando lo que venía pensando durante días.

—No lo voy a hacer, estoy respaldada por los hijos de Ragnar. Además, yo soy menos útil aquí.

—Al contrario, aquí es donde debes estar. Ya tienes edad de casarte y tener hijos, deberías aprovechar y no irte a una guerra que no tiene nada que ver contigo.— Bufó con rabia. Egil bajó la mirada sin querer meterse en la conversación y mi padre continuó comiendo como si eso no fuera con él.

—Tampoco tiene que ver contigo. Y tú, ¿no tienes edad de casarte?— Le repliqué enfadada. Ya ni siquiera tenía ganas de seguir comiendo.

—¡Yo soy un hombre y me caso cuando quiera! En cambio tú te vas a hacer vieja y no vas a servir para nada, así que aprovecha ahora que puedes. De todos modos, ¿qué haces teniendo opinión en esta casa? Aquí manda padre y se hará lo que él diga.

—Pues yo digo que basta. A seguir comiendo los dos.— Intervino nuestro padre, relajando los humos de Axe.

—Pero no es...

—¡Basta!— Gritó, cortando de una vez por todas la verborrea de mi hermano.

No pude comer demasiado, pues la discusión me había cortado la digestión. Odiaba pelear, pero él siempre me buscaba y me acababa encontrando. Al dejar los platos de madera en la fuente de la cocina, Axe volvió a por más.

—No te vas a salir con la tuya.— Gruñó en voz baja posicionándose detrás y aprentándome la cintura tan fuerte que supe que dejaría marca.

—No me toques.—Hablé con severidad, esforzándome por no parecer inferior a él. Realmente no lo era, por mucho que él lo pensara. Es cierto que muchos hombres se sentían superiores a nosotras, pero también había muchos otros que me hacían entender que eso no era verdad.

Axe pegó su pecho contra mi espalda y me rodeó con determinación con sus fibrosos brazos. Tuve miedo de que alguien, mi padre o Egil, entraran y nos vieran de esta forma. Pero me entró más miedo cuando una de sus manos se fue acercando peligrosamente hacia mi pecho.

—¿¡Qué haces!?— Exclamé asustada, pero sin elevar demasiado la voz.

—¿Qué haces tú, que siempre me pones caliente?

Con el codo le di fuerte en las costillas, logrando que se separara. Soltó un quejido y se sujetó la zona adolorida con la mano. En ese momento entró Egil y supe que no se había percatado de nada.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora