67 - Lo que merecemos

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[Narrador Externo]

Después de un extenuante día de trabajo y de maldiciones escupidas al aire, la noche llegó a Kattegat con la tranquilidad y soledad que le caracterizaba. Las piernas de Ivar dolían como si tuviera clavadas cientos de flechas en cada poro de la piel. Se preguntaba a sí mismo cuánto iba a durar el dolor y por qué llevaba tanto tiempo sin sentirlo tan fuerte. Su madre le había hablado de los dolores que le aquejaban de pequeño, impidiéndole dormir y manteniéndole entre sollozos durante todo el día. Hasta que un día llegó a Kattegat un trotamundos, un hombre con el poder suficiente para aliviar sus dolores. Floki nunca cansó de repetirse que había sido un dios, quizás el mismísimo Odín. La cosa es que aquel hombre se llevó sus aflicciones, manteniéndole a salvo del dolor durante años.

Y no podía evitar pensar que Astryr había hecho lo mismo con él, cuando estaba con ella se sentía más fuerte que nunca y sus piernas quedaban entumecidas, alejadas del dolor constante que siempre sufrían. Pero desde que no estaba, ese dolor se había convertido en insoportable, como si sus huesos se rompieran a cada segundo que pasaba en su ausencia. Quizás era una diosa, quizás era la mismísima Freya.

Ivar se tumbó en la cama y se giró sobre la almohada, descansando el peso de su cuerpo sobre el costado. Siempre pensaba en ella antes de quedarse dormido, en las palabras que había dicho, en lo hermosa que estaba siempre, en las cosas de las que se rieron y en los momentos de silencio que compartieron. Y cuando por fin se quedaba dormido, soñaba con ella. Porque era todo en lo que podía pensar. Porque por mucho que pensara que no sabía amar, lo había hecho. Estaba completa y perdidamente enamorado de aquella mujer de ojos grandes y sonrisa brillante. Y ahora que le había dejado probar lo que era el amor, se había quedado más hambriento que nunca.

(...)

[Narra Astryr]

Cada vez quedaban menos días para volver a Kattegat y eso me causaba una ansiedad espantosa. Me daba miedo volver a aquella ciudad donde mi corazón se rompió tantas veces. Me daba miedo volver a ver a Ivar y que todos mis planes de futuro se derrumbaran uno a uno. No era fuerte cuando se trataba de él. Me engañaba a mí misma para conseguir superarle, pero no podía olvidar lo mucho que le había querido... Y todavía seguía queriéndolo.

—¿Me ayudas con el pienso?— Habló mi madre, sacándome de mis cavilaciones. Antes de que tuviera que repetírmelo agarré los cubos de madera que me entregaba.

Ivar volvió a mis pensamientos mientras trasladaba el pienso hasta el establo. Me preguntaba qué estaría haciendo en estos momentos, si estaría feliz, si pensaría en mí. Rogaba a los dioses para que le mantuvieran a salvo de sus dolores, para que estuviera bien. El solo recuerdo de sus quejidos me conmovía hasta el alma.

—Mamá, ¿cómo sabes si estás enamorada?— Pregunté de pronto. Ella tardó unos largos segundos en responder.

—No lo sabes, lo sientes. Un día te das cuenta de que no dejas de pensar en esa persona y en que deseas con todas tus fuerzas que esté a salvo y feliz. Y cuando su bienestar te produce la mayor de las alegrías y su malestar la mayor de las penas, entonces lo sabes.

Arrugué el ceño al analizar las sabias palabras de mi madre. No podía estar enamorada de Ivar después de lo que había hecho. ¿Cómo le iba a querer después de todo el daño que me había causado? ¿Por qué no podía parar de pensarle? Estaba tan mal que en vez de alejar el pasado lo atraía y me regocijaba en él cada noche. Y por fin entendía que mi corazón seguía lleno de él.

—¡Astryr! ¡Vamos a montar a caballo!— Chilló Helmi nada más verme entrar en el establo.

—¡Tú no puedes, eres muy pequeña!— Se burló Ingrid, que ya se encontraba sobre uno de los equinos. Ubbe estaba atando las correas de la montura.

Mi madre consoló a Niels y Helmi, quienes suplicaban poder ir a dar una vuelta en caballo. Yo me acerqué a mi corcel y le acaricié el lomo con cariño. Los animales siempre habían formado parte de mi vida y les llegaba a coger un cariño muy superior al que podía desarrollar por cualquier persona.

—¿Lista?— Dijo Ubbe detrás de mí. Asentí sin mirarle y me subí al caballo con su ayuda. Él esbozó una sonrisa.— ¿Todo bien?

Descansó su mano en mi muslo y me miró con cierta preocupación. Me dolía estar escondiéndole mis problemas, pero no tenía derecho a hacerle pasar por eso. ¿Cómo iba a decirle que seguía enamorada de su hermano, a pesar de todo? Me limité a sonreír y le di un apretón en la mano para tranquilizarle.

Esa tarde salimos Ubbe, Ingrid y yo a dar un paseo con los caballos. Trotamos por los largos campos de flores y rodeamos los cultivos admirando como habían crecido con respecto a los días anteriores. El sol, el viento y las carcajadas me abstrajeron por un rato, pero Ivar seguía rompiéndome el corazón desde dentro.

Cuando volvimos al establo mi hermana se apresuró en ir a casa, pues se había mareado un poco. Ubbe y yo nos quedamos desmontado los caballos y dándoles zanahorias como recompensa.

—¡Ey! ¡Esa es mi mano!— Carcajeé cuando mi caballo intentó comerse algo más que una zanahoria. Ubbe se partió de risa a mis espaldas.— Tú no te rías tanto que cualquier día te pasa a ti. Por cierto, ¿qué escondes?

Al girarme hacia él noté que se acercaba con las manos en la espalda y la mirada inocentemente pícara, como la de un niño. Al llegar hasta mí me mostró lo que guardaban sus manos: un colgante circular de plata con runas en su interior.

—Niels y yo estuvimos fabricándolo, con ayuda del herrero. Es nuestro pequeño regalo por ser la mujer más maravillosa del mundo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y una culpabilidad asfixiante me cortó la respiración. No merecía su generosidad ni mucho menos su amor. Mis pensamientos habían estado en Ivar toda la tarde mientras que él pasaba el tiempo con mi hermano pequeño para hacerme el más bonito de los regalos. No lo merecía.

—Recógete el pelo.— Añadió al ver que yo no era capaz de articular palabra. Se dispuso detrás de mí y me abrochó el colgante con destreza, para luego rodearme la cintura con sus brazos. Cerré los ojos y una lágrima rodó por mi mejilla. Ubbe me apretó contra su cuerpo y presionó sus labios contra mi cabeza con ternura.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora