135 - Lo que hice para salvarte

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[Narrador Externo]

Dos meses habían sido suficientes para sembrar el terror en todo su reino. Ante la falta de guerreros, la Ejército Real viajaba de villa en villa para reclutar a todos los hombres mayores de dieciséis años, arrancándolos de su seno familiar y trasladándolos a un campamento de entrenamiento intensivo en la ciudad de Kattegat. Esta forma de reclutamiento forzado estaba dando lugar a grandes revueltas y levantamientos, los cuales eran apagados de las peores formas posibles. Ivar era consciente del reino del terror que había creado, de que todo el mundo le odiaba por ello y, si alguien le tuvo aprecio en algún momento, ya lo había perdido. Pero a él no le importaba todo aquello, al fin y al cabo estaba acostumbrado al odio, lo único que no podía soportar era que Astryr siguiera allí capturada.

Cada segundo del día se lamentaba de todas las decisiones que había tomado, empezando por las peleas estúpidas antes de la batalla hasta el último momento en que la vio. No podía dejar de pensar en ese momento, y en lo impotente que se sintió.Estuvo atado como un cordero mientras veía como se la llevaban, ni siquiera la fuerza que hacía para liberarse las manos fue suficiente para nada más que para sangrar. La alejaron de él como si fuera una bandida, una criminal lanzada a empujones hacia una jaula herrumbrosa. Pero ella no pertenecía ahí, ella era la mujer más bondadosa que conocía, nunca debió enfrentarse a ese sino... Y aunque en su sufrimiento se repitiera una y otra vez que las cosas no deberían ser así, la realidad le respondía siempre lo mismo: pero así son.

—Padre...—Su tono de voz translució preocupación. Einar acababa de ingresar en el Gran Salón y al abrirse la puerta se colaron las voces de los manifestantes que vociferaban justicia o muerte al rey. El Ejército Real siempre respondía a golpes, pero había quienes no se cansaban y seguían al pie del cañón. Sobraba decir que la mayoría eran las madres de aquellos niños que habían sido arrancados de sus hogares para entrenarles y formar el ejército que salvaría a la reina de su cautiverio.

—¿Dónde está Skadi?—Inquirió, apenas levantando la cabeza de los papeles. Decenas de mapas se distribuían por toda la mesa y Ivar los memorizaba e ideaba cientos de opciones diferentes para poder llegar hasta la ciudad merciana donde ella estaba captiva.

—Está con Dahlia en la otra casa, las iré a recoger cuando esto mejore.—Señaló la puerta a sus espaldas y fue a sentarse al lado de su padre. En silencio, padre e hijo se quedaron sumidos en el mundo de las probabilidades.

Einar sentía una abrumadora preocupación por su madre. La quería más que a nadie en este mundo y siempre se había preocupado por cuidarla, no porque ella no pudiera hacerlo sola, sino simplemente por instinto. Así que esta vez se sentía como un auténtico perdedor, como si la hubiera fallado de la peor forma posible. Todos los soldados sajones a los que dio muerte no significaban nada tras el rapto de su madre, pues habían sido en vano. Lo que sí podía jurar es que haría todo lo que estuviera en su mano para sacarla de allí y traerla de vuelta a casa.

Pero su madre no era la única que le tenía en vilo, sino también su padre. Ivar era una persona difícil de entender y, en ocasiones, difícil con la que lidiar. No le importaba nadie más que su propia familia, pero su familia... Haría cualquier cosa por ella, aunque eso implicase masacrar a su propio pueblo y perder toda la gloria que fuera aneja a su nombre. A veces Einar se sorprendía de lo mucho que su padre quería a su madre y tímidamente deseaba algún día querer a alguien con la misma intensidad. Pero lo cierto es que esa cantidad de amor le estaba trayendo inmensidad de problemas y los gritos provenientes de la plaza solo eran una pequeña muestra de ello. Todas esas personas estaban en su derecho de odiarle, pero nadie se molestaba por entenderle. Ellos no notaban el dolor que sentía, sino el dolor que provocaba. Nadie se daba cuenta de que se odiaba a sí mismo mucho más de lo que ellos le odiaban.

—¡Madre mía, cómo está eso!—Apareció de repente Dahlia, seguida por Skadi. Los dos hombres se giraron sorprendidos.

—Chicas, ¿qué os dije? Iba a ir a por vosotras más tarde, es peligroso que vengáis solas según están las cosas.—Las reprimió Einar. Skadi corrió hasta sentarse al otro lado de su padre, ignorando por completo las reprimendas de su hermano mayor.

—Fue Skadi quien insistió en volver, estaba aburrida de lanzar dardos a la cabeza de un ciervo disecada.—Explicó Dahlia, lavándose las manos.—Encima a mí me han lanzado un tomate a la espalda...

—¿Ves? Por no hacerme caso.—Einar rodó los ojos y se levantó, dispuesto como siempre a ayudar a su prima pequeña.—Vamos a limpiarte antes de que tu madre te vea.

En cuanto Einar se dio la vuelta, Dahlia saltó sobre su espalda y su risa se fue perdiendo conforme se alejaban de la estancia. Todavía en la sala, Ivar seguía mirando sus papeles e ignoraba por completo la presencia de la niña. Esa era su forma de ser, cuando algo le preocupaba no podía dejar de pensar en ello porque sino le comía la culpabilidad. Ni siquiera podía dormir sin sentir que la estaba abandonando. Pero de pronto, el sorbido de una nariz le sacó de su ensimismamiento y la miró. Skadi estaba abrazada a sí misma, con los ojos claros envueltos en lágrimas. Ivar soltó un jadeo y se giró hacia ella completamente.

—Cariño, ¿qué ocurre?—Inquirió con preocupación. Su hija era de las que nunca lloraban, de las que no mostraban sus sentimientos. Sin duda, esa cualidad la había heredado de él.

—Mamá... ¿No va a volver, verdad?—Sollozó mientras se limpiaba los ojos con las mangas de su vestido. Ivar reaccionó rápido.

—Claro que sí, cariño. Todo lo que estoy haciendo, lo estoy haciendo por ella, para que volvamos a estar todos juntos. Sé que te prometió que lucharíais juntas y no pretendo romper esa promesa.

—Pero está con los cristianos, la matarán.

—No lo harán, la necesitan viva. Hija te prometo que la volverás a ver, aunque sea lo último que haga.—La aseguró y ella se lanzó a su pecho, deseando ser abrazada por su padre que tanto tiempo llevaba ausente. Skadi aún era pequeña para comprender muchas cosas, pero notaba la lejanía de todo el mundo y eso le hacía sentir tremendamente sola. Quería a su madre de vuelta y a su padre también.—Lo siento, cariño. Eres tan fuerte y callada que no me di cuenta que estabas sufriendo.

Ivar la apretó contra su pecho y besó su cabellera negra. Hacía tiempo que no abrazaba así a su hija, lo había echado de menos. Y aunque se estaba dando un respiro del trabajo, no se sintió culpable, porque no perdía el tiempo sino que lo dedicaba a estar con su hija. Astryr le permitiría eso. 

—¿Puedo ayudar con lo de mamá?—Propuso ella al separarse. Ivar sonrió en un resoplido.

—No hay mucho que puedas hacer ahora, pequeña. Pero alguien va a venir a ayudarnos, un viejo conocido.

—¿Le conozco?

—No, pero pronto lo harás.

Justo en el momento preciso se abrió la puerta del Gran Salón y apareció Hvitserk seguido de tres personas más. Skadi los miró con ojos curiosos y Ivar simplemente no supo cómo sentirse. Aliviado, quizás fuese la palabra.

—Acaban de llegar.—Informó Hvitserk, presentando a los recién llegados. La reina y la princesa se quitaron las capuchas con respeto y el rey se acercó a Ivar para saludarle debidamente. Ivar se levantó y se quedó mirando la mano que le tendían.

—Me alegro de volver a verte, hermano.

Ivar asintió y apretó su mano con fuerza. Estaban juntos de nuevo, para bien o para mal, pero lo cierto es que sentía una ligera y muy escondida alegría al volver a verle.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora