121 - Freya

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Volví a la habitación con un brebaje de hierbas en una mano y unas gasas empapadas en agua hervida en la otra. Él agarró el vaso sin apenas mirarme y tragó el líquido haciendo una mueca desagradable. Entretanto me puse de rodillas frente a él y le fui colocando las gasas en las zonas donde tenía formadas ampollas y rozamientos que habían llegado a levantar la piel. Sus piernas tenían un aspecto horrible pero era mucho peor su rostro constreñido, la forma en que se aferraba a las sábanas o los gañidos que se escapan entre sus dientes. Tenía un dolor severo pero forzado por sí mismo, y esto también me hacía sufrir a mí.

De pronto soltó un jadeo y rodeó mi muñeca con su mano, paralizando mi trabajo. Me apreté los labios y miré su rostro de dolor.

—Sé que duele, pero tengo que hacerlo para aliviar la piel.— Mi voz sonó delicada y dulce. Él llenó los pulmones de aire y me soltó, permitiéndome que siguiera con las curas.

Tenía la piel rubicunda e irritada, pero yo estaba agradecida que solamente fueran lesiones superficiales, pues la recuperación de un hueso roto era mucho más ardua. Tardé pocos minutos más en preparar sus piernas, justo cuando los efectos de la medicación le empezaban a funcionar. Luego dejé que se acomodara en la cama y me preocupé por echar más leña al fuego para calentar la habitación. Bajo su mirada de humillación y remordimiento me cambié el vestido por uno de noche para estar más cómoda y finalmente me senté frente a él. Tenía los ojos fijos en sus manos callosas, especialmente la mano derecha que usaba constantemente para apoyarse en la muleta. Metí la mano entre las suyas y le miré con compasión.

—Ivar, dime qué te pasa. No puedo dejar pasar esto por alto... Me mata verte así.— Fruncí el entrecejo consternada.

—Lo siento.— Siseó. Las palabras salían dificultosamente de sus labios trémulos. Era tan vulnerable en estos momentos como un niño y yo solo quería cuidarle y abrazarle y hacer todo lo que estuviera en mi mano para hacerle sentir mejor.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué pasas tanto tiempo entrenando, lejos de casa?

—En realidad no paso tanto tiempo.— Le miré con el ceño fruncido y él se aclaró la garganta, listo para explicarme todo lo que tenía que decir. Agarré fuerte su mano para mostrarle que estaba aquí, que no me iba a ningún lado y que necesitaba explicaciones.— No voy a entrenar por las mañanas, sino que hago sacrificios a los dioses, más específicamente a Freya. Rezo para que nos den más hijos porque realmente ya no sé si soy capaz de dártelos, es como si me hubiese roto, como si todos mis esfuerzos fueran en vano... Y lo intento, por los dioses, te juro que intento darte más hijos pero no funciona y... No sé... Supongo que tengo miedo a que me dejes por no poder...

El caos de sus pensamientos se manifestó en la forma que tenía de atragantarse con sus propias palabras. Estaba tan preocupado que todo su rostro era un rictus devastador.

—Mi amor...— Gemí con una profunda desazón, encerrando sus manos entre las mías. No me podía creer que esta fuera la razón de sus escapadas, pero al mismo tiempo no me sorprendía que le afectara tanto. En el último año había perdido dos embarazos muy al comienzo de la gestación, los cuales parecían haberle afectado más de lo que creía. Si tan solo supiera que Einar no era suyo le devastaría por completo.— Jamás te dejaría, ni por un momento lo he pensado. Te quiero, por favor no dudes de eso. Los dioses proveerán de lo que crean necesario pero no te eches las culpas de ello. Tenemos un niño precioso, ¿no es así? ¿No es suficiente?

—No, no lo es. Necesita hermanos, alguien que le cuide cuando nosotros no estemos. No quiero que esté solo en el mundo.

—No lo estará.— Insistí, inclinándome hacia él.— Siempre tendrá una familia y no tienen por qué ser hermanos. Quizás los dioses tienen tanto preparado para él que no pueden permitirse darnos otro bebé.

—Pero tú quieres un bebé.

—No, amor. Yo soy feliz con lo que tengo.— Acaricié su brazo con cariño.— Lo único que me falta es más despertares a tu lado y menos sacrificios a los dioses. ¡Les debes tener cansados con tanto sacrificio!

Ivar soltó una risita entre dientes y yo me mordí el labio, feliz de verle feliz. Me acerqué aún más a él y apoyé mi frente sobre la suya. Al momento, sus manos rodearon mi cintura y calentaron mi piel.

—Solo quiero dártelo todo, ¿es mucho pedir?— Susurró contra mis labios.

—Creo que sí, sí.— Reí ligeramente antes de besarle, nuestros labios rozándose con dulzura y romanticismo. Yo sabía cómo calmarle con palabras, él sabía cómo calmarme a besos.

—Te quiero, prometo no preocuparte más.— Dijo con honestidad y bondad mientras apartaba mi cabello detrás de la oreja.

—No te voy a dar oportunidad, a partir de ahora no haces nada sin mi permiso.

—Pero yo soy el rey.— Su rostro se iluminó en una sonrisa divertida.

—Y yo soy la reina, ¿vas a desobedecerme?

—No, nunca haría eso.— Levantó las manos en signo de rendición y ambos reímos. Lentamente me fui posicionando a su lado hasta quedar en una postura cómoda, siempre teniendo en cuenta el máximo bienestar de sus piernas.

—Mañana no puedes levantarte hasta que yo lo haga, esposo. Te ordeno que duermas hasta pasado el amanecer.

—Haré lo que pueda.— Ambos reímos y nos abrazamos el uno al otro.

La medicina había calmado sus dolores, pero yo aún los sentía cada vez que miraba sus piernas. No solo eso, sino que me entristecía enormemente lo que le había llevado a forzar tanto su cuerpo. Ivar respetaba y honoraba los valores familiares y los aspectos más tradicionales de las familias, como era el tener muchos hijos. Y eso le estaba haciendo daño, el no ser capaz de alcanzar los estándares que la sociedad establecía. Estaba haciéndose daño de verdad y yo me prometí que, por muy injusto que fuera, me llevaría el secreto de Ubbe a la tumba. Haría todo lo que estuviese en mi mano para asegurarme de que Ivar nunca se enterara de quién era el verdadero padre de nuestro único hijo.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora