45 - Baño

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La tienda de Ivar estaba sumida en un exiguo y taciturno ambiente, alumbrado por velas y por los últimos rayos del sol. Él estaba sentado en una de las sillas, haciendo titánicos escuerzos por quitarse la armadura de las piernas. Al escuchar mi llegada alzó la mirada y probablemente reparó en mi rostro consternado, el cual se relajó un poco al verle de una sola pieza. Sonreí aliviada, sacando de mi cuerpo la tensión que me había invadido durante horas.

—Maldito Hvitserk...—Farfulló entre dientes.

Me acerqué hasta él y dejé la cesta en el suelo para poder observarle mejor. Tenía pequeños cortes en la frente y la mejilla, poco profundos aunque potencialmente peligrosos si se infectaban. Cogí unas vendas mojadas y limpié sus heridas con cautela y suavidad, intentando evitar hacerle daño. Ivar cerró los ojos ante el contacto, pero su respiración estaba acelerada, lo que me indicaba que no estaba tranquilo.

—No deberías estar aquí.— Susurró en un hilo de voz.

—Y tú no deberías decirme dónde estar.— Contesté adusta, todavía implicada en mis tareas. Él soltó un soplido de resignación, armándose de paciencia.— ¿Tienes más heridas? ¿Te duele algo?

—No. Excepto lo de siempre.

—Te prepararé un baño.

(...)

Conseguí reunir suficiente agua para llenar una bañera, o mejor dicho un recipiente de madera lo suficientemente grande para que alguien se pudiera tumbar en ella. Calenté el agua gracias al fuego de unos cuantos troncos y dejé todo preparado.

—Déjame ayudarte con eso.— Dije impulsada para ayudarle a quitarse la armadura y el resto de la ropa, pero él se negó.

—Quiero hacerlo solo. ¿Te puedes dar la vuelta, por favor?

Era ridículo que me pidiera esto cuando ya le había visto desnudo, pero le hice caso y me di la vuelta. Quería hablar con él sobre tantas cosas, especialmente por su nuevo rechazo y lo esquivo que estaba conmigo. ¿Por qué había vuelto a alejarme si esta vez todo iba tan bien? ¿Había sido mi culpa por querer mantenerlo en secreto? ¿O había pasado algo más, ajeno a nosotros? Lo que tenía claro es que me dolía físicamente estar lejos de él, no podía vivir sabiendo que estábamos enfadados o separados de esta manera. No quería vivir así.

Me di la vuelta cuando escuché el agua chapotear. El cuerpo de Ivar estaba sumido en el agua caliente y transparente. Al percatarse de la transparencia se le llenó la cara de congoja y vergüenza.

—Vete, Astryr. No quiero que me veas así.— Farfulló con voz escamada. Fruncí el ceño con pena y me acerqué más hasta ponerme de rodillas a su lado.

—¿Por qué sientes vergüenza ahora? Ya he visto tu cuerpo antes, ¿recuerdas?— Sonreí con bondad.

—Porque soy un tullido y una mala persona y tú no deberías estar aquí. No soy bueno para ti.— Tan solo me miraba para asegurarse de que yo no me fijaba en sus piernas.

—¿De qué estás hablando? No me importa que seas un tullido, Ivar, es lo que te hace especial y único. Odio que pienses que vales menos por esa maldita razón. Y no eres mala persona, eso no...— Acaricié su mejilla con suavidad pero él agarró mi muñeca.

—Maté a un hombre el otro día. Maté a Keissa. ¡Maté a Sigurd! No me puedo controlar, por eso me alejé de ti. Te juro que lo hice por tu bien. Pero me lo estás poniendo muy difícil...

Sabía que Ivar tenía serios problemas de autocontrol, pero también sabía que a mí nunca me haría daño. Y aunque así fuera, aunque pudiera perder el control, estaba dispuesta a asumir el riesgo. Maldita sea, le quería.

—Destruiría a cualquiera que intentase hacerte daño, y por eso te pido que te vayas. Aunque seas lo único que quiero, lo único que me aparta del dolor y me hace genuinamente feliz... Prefiero que estés a salvo...de mí.

En su mirada había una nube de consternación que lo abordaba todo. Estaba siendo completamente sincero y era capaz de decirme todo lo que era para él mientras me sacaba de su vida. Pero no iba a dejar que eso pasara, no si los dos queríamos lo mismo.

—No puedes simplemente rendirte cuando de verdad quieres a alguien.— Fruncí el ceño con dolor para después presionar mis labios sobre los suyos, inundada por el deseo de volver a sentirlo.

Ivar colocó su húmeda mano en mi nuca, atrayéndome más hacia su persona. La pasión de aquel beso era la prueba irrefutable de que esto no había acabado, de que teníamos tanto que dar y tanto que recibir que era imposible romperlo ahora. Era la fuerza que nos mantenía unidos.

—¿Puedo entrar?— Pedí permiso con una sonrisa suspicaz. Él asintió sin mediar palabra mientras se pasaba la lengua por los labios hinchados.

Me desnudé frente sus ojos circunspectos y entré en la bañera detrás de él. El agua estaba caliente y desencadenaba en mí escalofríos muy agradables. Acaricié los hombros de Ivar, ¡vaya, este hombre sí que estaba tenso! Poco a poco se fue relajando hasta que se dejó apoyar en mi pecho, y yo rodeé el suyo con mis brazos. Dejé raudos besos en su cuello y oreja, motivada por los pequeños suspiros que salían de sus labios entreabiertos. Él acariciaba mis brazos y recorría la extensión de mis piernas con la yema de sus dedos.

—¿Puedo lavarte el pelo?— Volví a preguntar, asegurándome de que me diera su consentimiento.

Tras su asentimiento comencé a destrenzar su cabello con suavidad y delicadeza hasta liberarlo y destensarlo. Eché agua en su cabeza con cuidado y comencé a hacer movimientos circulares en su cuero cabelludo, a lo que él respondió con cortos gemidos de placer. Sus sonidos eran más de lo que podía soportar, me hacían sentir un calor inapropiado en las entrañas y me sentía ciertamente impura por los pensamientos que se me venían a la cabeza.

Ivar pasaba el jabón por mis piernas, limpiándolas, así como por su pecho y estómago. Mis pechos estaban contra su espalda y me costaba respirar, pero a la vez amaba la presión de su cuerpo sobre el mío. Jamás me había sentido así, tan feliz con la nimiedad de una caricia o un roce. Él se separó de pronto y se dio la vuelta para quedar frente a mí. Al mirarle a los ojos me sentí ligeramente avergonzada por mis pensamientos y bajé la mirada con las mejillas encendidas.

—¿Assa? ¿En qué piensas?— Me agarró de la barbilla para que le mirara y pude ver la diversión en sus ojos. Él lo sabía perfectamente pero quería escucharlo.

—En nada.— Mentí ladina, pero una risa nerviosa me delató.

—No sabes mentir.— Bromeó y yo amé con todas mis fuerzas que hubiera vuelto a ser él, la persona cariñosa y divertida en la que se convertía cuando estábamos solos. Su hostilidad y crueldad quedaban lejos, en la intimidad me dedicaba su forma de ser más amorosa.

Pasé la lengua por mis labios y le volví a besar, esta vez entreabriendo los labios para dejarle pasar. Él me rodeó la cintura con sus fuertes brazos, los cuales yo admiraba. No eran unos brazos cualquiera, eran los brazos de un tullido, con los cuales se había arrastrado durante toda su vida. Había una fuerza en ellos invencible, incomparable a la de otros hombres. Y yo los amaba por la fortaleza que emanaba de ellos.

Ivar agarró mis nalgas y me atrajo hacia él hasta quedar sobre su regazo. Noté que él estaba igual de excitado que yo y sonreí aliviada. Me agarré a su ancha espalda y arqueé la mía cuando él me echó hacia atrás al profundizar el beso.

—Quédate esta noche. Por favor.

Asentí con un hilo de voz, sin apenas soportar la falta de contacto de sus labios sobre los míos.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora