127 - Decena

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Siempre me habían gustado las flores, y por consecuente, adoraba la primavera. No me importaba el color ni el tamaño ni la forma del pétalo, pues veía belleza en cada una de ellas. Admiraba su delicadeza y sus vívidos colores, pero también el hecho de que en su seno alimentaran a los más curiosos insectos. Eran tan bellas como importantes y me parecía hermosa aquella dualidad. Es por eso que siempre intentaba sacar tiempo para dar un paseo por el bosque o para subir a las montañas resplandecientes de pequeñas flores silvestres. Y lo mejor de todo aquello es que Skadi siempre me acompañaba y se entretenía eligiendo sus flores favoritas. Normalmente volvíamos a casa con un buen ramillete, pero esta vez traíamos algo mucho más grande.

—Tienes que estar bromeando.— Ivar rodó los ojos nada más cruzamos la puerta de entrada. Estaba vestido impecablemente, tan guapo como si los años no pasaran para él. Pero su rostro... Tenía una expresión de hartazgo e incredulidad.

—Sé lo que vas a decir, pero escúchame...— Intenté hablar pero él se opuso, bloqueando con su cuerpo nuestro camino para evitar que entráramos al Gran Salón donde casi una decena de esclavos iba de un lado a otro con prisa y coordinación.

—No, Astryr. Saca a eso de aquí, es que no quiero ni verlo.

—Pero papá...—Skadi comenzó a hablar, rogando con su tierna voz mientras miraba a Ivar de aquella forma. Tan solo tenía diez años pero ya era toda una experta en manipular a su padre con aquellos ojos de cachorrillo.

—He dicho que no.

—Ivar, escúchame...— Insistí.

—No, escúchame tú. Tu familia está a punto de llegar y tú ni ni siquiera te preocupas de aparecer a tiempo. Llevas más de dos horas fuera y me he tenido que ocupar yo de todo. Y ahora apareces con... con eso. Olvídate de pedirme nada porque estoy muy cabreado.

De hecho sí lo estaba, pero le había visto en peores momentos. Simplemente estaba de los nervios y llevaba así desde el momento en que supimos que mi familia vendría a vernos a Kattegat. Él no les conocía, y aunque no lo admitiera, se moría de ganas por causar una buena impresión. Incluso se había gastado cantidades ingentes de dinero en regalos y en comprar los mejores alimentos del mercado.

—Lo sé, lo siento. Pero no te estreses tanto, enseguida me cambio y estaré lista, ¿vale?— Dije con un tono más calmado y dulce.— Solamente necesito que mires a este gatito, Skadi, ¿quieres hablarle a tu padre sobre él?

—Lo encontramos entre los arbustos, escondido. Es muy pequeño y está solo, necesita que alguien cuide de él.— Explicó ella mientras sujetaba entre sus brazos al pequeño y asustadizo animal.

—No me importa. No lo quiero, ¡lo puedo oler desde aquí!— Espetó con una expresión repugnante, aunque en cierto modo comenzaba a ablandarse. Realmente nunca podía decir que no a estas cosas, porque aunque no lo admitiera, a él también le gustaban los animales.— Astryr, no puedes seguir trayendo a casa animales abandonados. No somos un maldito orfanato.

—Es el último que traigo.— Prometí con un rostro inocente.

—Eso dijiste la última vez, ¡y ya tenemos cinco animales!

—¿Te estás contando a ti mismo o...?— Bromeé y él rodó los ojos con hartazgo. Sakdi se rió al ver que el conflicto estaba casi ganado, así que corrió hacia dentro con el gato entre los brazos. — No te preocupes, amor. Le cogerás cariño dentro de poco.

—No lo haré.— Bufó y yo me reí, sabiendo que era mentira. Él ocultó una sonrisa y después me dio un azote, haciéndome pasar.— Ve a cambiarte, no quiero estar solo al recibir a tu familia.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora