88 - La llegada

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Aquella epidemia se llevó por delante a más gente de la que podríamos imaginar, lo que supuso un grave palo contra la sociedad. Por fortuna, la población joven sobrevivió al ataque, por lo que las pérdidas no habían sido tan catastróficas. Tuvieron que pasar tres años más hasta que nos repusimos por completo. Tres años en los que se construyeron cientos de viviendas en Kattegat para atraer a los viajeros que desearan unirse a nuestro ejército y quedarse a vivir en nuestras tierras. Tres años en los que las expediciones a tierras lejanas habían ido por cuentagotas. Pero tres años en los que el pueblo se había fortalecido y había crecido hasta convertirse en una importante potencia en el país.

Sin embargo, una creciente duda me había acompañado durante todo este tiempo. Aparecía en mi mente cada vez que miraba a Einar jugar con su padre y cada vez que Ivar me preguntaba si estaba en cinta. Durante estos tres años habíamos intentado tener más hijos, pero hasta ahora no había resultados. Lo que me parecía normal a mí, le quitaba el sueño a Ivar. Así que la preocupación cada vez se iba haciendo mayor cuando me asaltaban todas las dudas relacionadas con el tema.

—¡Mamá, ven a jugar con nosotros!

Aparté la mirada del telar para ver a mis dos hombres favoritos en el suelo jugando con figuras de madera. Einar ya tenía cuatro años y era un niño muy risueño. Su pelo rubio y rizado contrastaba con aquellos ojos azules que tanto admiraba. Era el mismo color que el de su padre, pero la forma de mirar era diferente. Me decía a mí misma que la diferencia estribaba porque aún era un niño, o porque no había sufrido el dolor que adornaba los ojos de su padre.

—Ahora voy.

Dejé colocadas las herramientas y me senté en el suelo con ellos. Mis manos no tardaron en alcanzar el cuerpo de mi hijo para colocarle bien el peto, cuyas asas se estaban cayendo por sus brazos.

—¿A qué jugabais?

—Al juego de los paganos y los cristianos, ¿verdad, cariño?— Habló Ivar.— Los paganos tienen que encontrar el oro del tesoro, pero los cristianos lo defienden y les intentan matar. ¿Y qué hacen los paganos?

—Les matan.— Respondió el pequeño.

—¿Por qué les matan?

—Porque son malos y adoran a un dios falso. Se merecen morir.

Fruncí el ceño al ver cómo hablaba mi hijo acerca de los cristianos. Era demasiado pequeño para estar pensando en estas cosas, y aún así Ivar lograba arreglárselas para meterle estos temas en la cabeza.

—Nadie merece morir, cariño.— Dije acariciándole su sedoso cabello.— Ivar, ¿podemos hablar?

Él se levantó del suelo con dificultades y me siguió hasta que estuvimos unos metros alejados de Einar.

—¿Qué pasa, esposa?

—Ya sabes qué pasa, Ivar. No me gusta que le hables de esas cosas, es solo un niño. No debería estar pensando en matar cristianos.— Me crucé de brazos y él rodó los ojos.

—Lo sé, lo sé. Pero tiene que saber quiénes son nuestros enemigos, ¿no crees?

—No. Lo único que no necesita son enemigos, así que no le metas tus ideas en la cabeza. Ya tendrá tiempo para el odio cuando crezca.

Él suspiró, rindiéndose. Probablemente volvería a hacer lo que le diera la gana, pero al menos no malgastaba el tiempo en discutir conmigo. Mi posición era muy clara e irrevocable.

—Lo que tú digas.— Aceptó antes de acortar distancias y besarme con rotundidad. Con la mano sujetó mi cintura y yo acaricié su cuello. Al tocar sus trenzas con las yemas de los dedos recordé el momento que habíamos tenido esta mañana, donde yo le trenzaba el cabello y él me hacía masajes en las piernas. Despertar a su lado era mi parte favorita del día.— Vamos a la habitación.

—¿Ahora? No podemos dejar a Einar aquí solo...— Susurré entre jadeos cuando él llevó sus labios a mi cuello.

—Estará bien atendido. Te quiero hacer el amor...

—No creo que sea el momento...— Apoyé las manos en su pecho, pero él no se alejaba.

—De hecho, sí que lo es. He contado los días de tu ciclo, estás en periodo fértil.— Dijo contra la piel sensible de mis clavículas. De soslayo miré cómo Einar seguía jugando con sus caballos de madera, ajeno a nuestro pequeño encuentro.— Tenemos trabajo que hacer. Y no me digas que no te apetece porque te estoy notando y estás bastante preparada.

—Ivar, para.— Reí ligeramente y agarré sus mejillas para que me mirara. Estaba deseoso de dejarme embarazada, pero su preocupación estaba por llevarle al límite de la locura. Yo también deseaba que esto funcionara, pero de no hacerlo sería un grave golpe para nosotros. Cada mes esperábamos un cambio en mi cuerpo y cada vez nos desalentábamos al no verlo. No quería volver a ver la decepción en su mirada.— No es el momento adecuado.

—Por favor... ¿Quieres que me enfade?— Suplicó y yo solté una risita. Lo cierto es que ardía en deseo, pero también estaba asustada. No podría soportar otro rechazo. ¿Por qué los dioses no nos complacían?

—No me disgusta cuando te pones agresivo.— Reí con picardía, las mejillas tornándose rojas y su mirada oscura. Me soltó de la cintura y me indicó el camino hasta nuestra habitación. Ya había cedido, no había vuelta atrás. Solo deseaba que los dioses estuvieran mirando esta vez y nos bendijeran con el don de la fertilidad.

(***)

Una semana después nos encontrábamos en el Gran Salón. Ivar estaba sentado en su trono mientras yo observaba a mi hijo y a otros niños jugar en una esquina. Un rato más tarde volví a los tronos.

—¿Qué hace?— Preguntó con curiosidad. Yo puse las manos en sus hombros y me incliné para darle un beso.

—Nada, sigue jugando.

—Espera...— Frunció el ceño y agarró mis pechos entre sus manos. Me quedé tan sorprendida que no tuve tiempo de reaccionar.— Te han crecido los pechos.

—¿Qué? No puede ser...— Los miré con detalle, aunque no pude ver mucha diferencia.

—Sí, te han crecido. Eso significa que estás embarazada, ¿verdad? ¿Verdad, amor?— Sus ojos refulgían, adornados con varias lágrimas en los bordes. Su expresión era una mezcla de incredulidad y alegría, casi la misma que la primera vez. Agarré sus manos entre las mías y asentí sin estar demasiado convencida.

—Sí, eso creo.— Solté una risita antes de que él me besara con desesperación. Pasó sus brazos por mi espalda para acercarme a él y yo acaricié su rostro. Si esto era real, era una de las mejores noticias que habíamos tenido en años.

—Rey Ivar, tiene una visita.— Dijo la voz de uno de los guardias. Nosotros nos separamos aún con esa mirada de alegría en los ojos y yo me senté en mi trono.

—Que pase.— Permitió Ivar.

La puerta del Gran Salón se abrió entonces, dejando ver a un hombre alto y fuerte, con el cabello rapado y una larga barba rubia. Tardé en reconocerle, pero al hacerlo mi corazón quedó paralizado.

—Buenos días, hermano.

Me llevé la mano de forma involuntaria hasta el collar que siempre portaba y lo agarré en mi puño mientras en mi mente daba vueltas como una peonza la misma pregunta: ¿Ubbe había vuelto?

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora