61 - Castigos

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[Narrador Externo]

Las disputas entre los hermanos habían sido el pan de cada día durante las últimas semanas, especialmente desde que volvieron de Inglaterra. Llegar a un acuerdo era cada vez más difícil, así que tuvieron que aceptar que nunca se haría lo que todos querían. Bjorn y Ubbe querían cumplir su sueño y viajar por el Mediterráneo, para así conocer otras culturas y establecer relaciones comerciales. En cambio, Ivar quería conquistar y saquear Inglaterra y países vecinos. Hvitserk era el único que se dejaba convencer, aunque las ideas de su hermano pequeño le atraían especialmente.

Después de largas conversaciones, llegaron a un acuerdo. Bjorn y Ubbe irían al Mediterráneo mientras que Ivar y Hvitserk se quedarían cuidando Kattegat. Los hermanos mayores no se acababan de fiar del tullido, pero confiaban en que Hvitserk le mantuviera en sus cabales.

—¿Cuándo partiréis?— Inquirió Hvitserk mientras roía con auténtica maña un muslo de pollo.

—Dos lunas llenas serán suficientes para reunir los hombres y los barcos necesarios.— Respondió Bjorn, pasándose las manos por el rostro con cansancio.

—Yo voy a estar fuera unos días, ¿podrás encargarte tú de ello?— Habló Ubbe, reclinado en la silla. Su hermanastro asintió sin hacer más preguntas, a diferencia de Ivar.

—¿A dónde vas?

Ivar llevaba toda su vida con mal humor, pero la última semana había sido demasiado hasta para él. Sabía con certeza que se estaba ocupando de cuidar a Astryr y eso le enfadaba tanto que no podía hacer más que meterse con él cada vez que tenía ocasión. Se preguntaba por qué ella no le odiaba, si permitió que matara a Axe sin intentar detenerle.

—No es asunto tuyo.— Reprochó Ubbe y se levantó de la mesa dando por zanjada la conversación. Bjorn hizo lo mismo, pero Hvitserk se mantuvo sentando con la boca y las manos llenas de comida.

—Hermano, tú sabes algo. ¿A dónde se va a ir Ubbe?

—Va a acompañar a Astryr a su pueblo.— Respondió Hvitserk desinteresadamente.

—¿Se va? ¿Para siempre?— Su voz tembló al mostrar sus miedos en voz alta. Hvitserk tuvo la decencia de mirarle y dejar la comida de lado unos segundos.

—No lo sé, Ivar. Si tan interesado estás, pregúntaselo tú mismo.

(...)

Sus débiles piernas le llevaron hasta aquella posada maloliente y hedionda. La puerta de madera casi se cae al abrirla y un par de ratas le sorprendieron en la entrada. Era un lugar apestoso, no se podía imaginar ni por asomo que alguien como Astryr estuviera viviendo ahí. Le parecía demasiado hasta para los esclavos, o al menos los que se ocupaban de su familia. No había ningún tipo de medidas de higiene, el polvo se encontraba hasta en el aire y el olor a excrementos le daba arcadas.

—Mi príncipe, ¿en qué puedo ayudarle?

La mujer de la entrada se dirigió hacia él con los ojos como platos, sorprendida porque el hijo de Ragnar y Aslaug, ahora príncipe, se encontrara frente a ella en su posada. Pasó el brazo por la mesa de recepción para limpiar malamente el polvo y se apoyó sobre ella casi con un aire sensual. Ivar frunció el ceño y apartó una rata con la muleta.

—Estoy buscando a Astryr.— Dijo escuetamente. La mujer asintió y le señaló con el brazo hacia la izquierda, donde había una losa de color marrón. Ivar sintió repulsión por tener que entrar ahí, pero lo hizo de todos modos.

Detrás de la losa había un sinfín de camas tanto a la izquierda como a la derecha, dejando un escueto pasillo en el centro. Le llegaron cientos de olores, desde los más desagradables hasta los más cítricos y limpios. Se notaba que cada esclavo se ocupaba de su pequeño espacio, pues había camas deshechas y malolientes, pero también rincones perfumados y perfectamente ordenados.

Casi al final de la estancia estaba ella. Eran las únicas personas en el lugar, pues todos los esclavos estaban trabajando a esas horas. Astryr tragó saliva al ver como él se acercaba renqueante. No le veía desde aquella vez en la plaza y ahora se encontraba extremadamente confusa al tenerlo delante.

Ivar llevaba una semana sin hablar con ella y ahora no podía hablar. Las palabras se le atragantaban en la garganta y le atosigaban hasta el punto de sentir que no podía respirar. Era el tercer día que llevaba sin dormir porque sólo podía soñar con su mirada de desengaño y pesadumbre, los gritos que le procuró cuando él repetía que sólo quería protegerla. Soñaba también con los labios de su hermano Ubbe en sus mejillas, haciendo que se le calentara cada gota de sangre que llevaba en las venas. Y ahora la miraba sin saber qué hacer ni qué decir, demasiado dolido como para ser la buena persona que ella se merecía que fuera.

—¿Qué haces aquí, Ivar?

Su voz sonó temblorosa, casi se podía decir que asustadiza. Había escondido las manos detrás de la espalda para que él no viera lo mucho que le temblaban.

—¿Te vas? ¿Con él?— Espetó con rabia. No había pena en su mirada, ni súplica ni tristeza. Solamente rabia.

—Sí.— Respondió con sequedad, haciéndole desear que dijera algo más. Quería escuchar su voz y que le mirara. Odiaba cuando le apartaba la mirada como si ni siquiera estuviera interesada en la conversación.

—¿No tienes nada más que decir?

—¿Qué quieres que diga, Ivar? Eres tú el que has venido a verme.— Ella frunció las cejas y le miró. La luz de sus ojos era la más intensa que había visto nunca.— De todos modos no deberías haber venido, ahora mismo no quiero hablar contigo.

—¿Ahora mismo? ¡Pero si te vas mañana!

—¡Pues entonces no quiero volver a hablar contigo nunca!— Alzó la voz sobre la suya, aunque enseguida se arrepintió de lo que había dicho. Pudo ver con total claridad como los ojos de Ivar se oscurecían y apretaba la mandíbula presa del enfado.— Vete ya, por favor.

—Pensaba que te quería, pero todos tenían razón, no sé lo que es el amor. Si alguna vez te llego a importar, no te molestes en demostrarlo.

Los ojos de Astryr centellearon presa de las lágrimas que se agolpaban en el borde de sus ojos. Ivar sabía que estaba haciendo todos sus esfuerzos por no llorar delante de él, así que se lo puso fácil y salió de allí. La dejó con la mirada inocente y él se marchó con sus pecados, con el amor que ahora parecía el camuflaje de la rabia que siempre había tenido dentro. Ni siquiera al salir a la calle pudo respirar con normalidad, el aire se le antojaba espeso e impuro.

Se decía a sí mismo una y otra vez que no le importaba dejarla ir, su corazón era demasiado oscuro como para preocuparse por eso. Sus palabras, por cortantes y afiladas que fueran, no podían romperle porque no quedaba nada en pie dentro de él. Ahora solo le quedaba caminar hacia su destino, aquel donde ella no estaba porque no la merecía, aquel donde no sonreía porque no merecía la felicidad, aquel donde no amaba porque su amor había sido condenado hace tiempo.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora