148 - Traumas

1.1K 67 16
                                    

Habían denominado Mercia como el oasis inglés, la fortificación más impenetrable e inconquistable del mundo conocido, protegido por Dios con toda su omnipotencia. Pocos eran los osados que intentaban hacer frente a tal potencia en el corazón de Inglaterra, pues su reputación ahuyentaba a todos los hombres racionales. Pero yo no era un hombre y, honestamente, tampoco estaba en mi pleno juicio, y así fue como conseguí lo que otros tachaban de imposible. El imponente reino de Mercia cayó ante mis fuerzas y el rey Aethelred se arrodilló ante mí suplicando clemencia. No tuve ninguna. Al contrario, aquel fue el primero y último individuo al que se le haría un águila de sangre bajo mi mandato.

Durante los tres años que tardé en llevar a cabo mi venganza me convertí en una persona frívola, distante, obcecada...  Después de todo lo que había pasado en Inglaterra me sentía horriblemente vieja y usada, pero al mismo tiempo tan joven como una herida recién formada. La nueva yo destilaba dolor, pérdida, ansiedad e ira. Y francamente estaba aterrada por esa oscuridad que me carcomía desde dentro y que dormía en mí, conduciéndome a cometer el acto más maligno de todos: el asesinato. Pero lo peor de todo no fue la sed de venganza ni los pulmones del rey sobre sus propios hombros. Lo peor vino después.

Al culminar mis propósitos fue como si toda la energía vital saliera de mi cuerpo a borbotones. Ya no había nada para mí en el mundo, o al menos nada que me motivara lo suficiente. Me sentía completamente vacía y aún más rota que antaño. Había acabado con toda esa rabia que me consumía desde hacía tres años y ahora lo único que tenía era un calmado sufrimiento. Era extraño porque ni siquiera lloraba. Mi sufrimiento era horriblemente discreto, pero tan persistente como una herida recién abierta que no dejaba de sangrar.

No solamente extrañaba a Ivar con todo mi corazón, sino que todo lo que había sufrido en esos meses me estaba pasando factura ahora. La apatía, el cansancio, el mal humor... todo venía de ese tiempo en el que me sentí mucho menos que un ser humano y en el que rocé la muerte con los dedos. Ahora no era nada, más que alguien que no había muerto cuando debió hacerlo.

Pero el daño de estos traumas no solo me había afectado a mí, sino a todos a mi alrededor. Ya no era esa madre cariñosa y afectuosa que solía ser, sino una madre distante que no era capaz de cuidar de sus propios hijos. Ellos habían sufrido enormemente por la muerte de su padre y yo les había puesto las cosas aún más difíciles. De verdad que quería estar ahí para ellos, quería ser la persona que necesitaban y recordaban, pero ni siquiera podía estar para mí misma.

La adolescencia de Skadi estuvo marcada por mi ausencia y por el terrible dolor del asesinato de su padre. Siendo tan solo una adolescente se había convertido en una escudera de renombre en todo el reino y su reputación comenzaba a ser tan oscura como la del hombre que le dio la vida. Nunca quise que mis hijos adoptaran los peores rasgos de sus padres, pero Skadi lo había hecho, tenía los genes de Ivar y el dolor vital necesario para acabar convirtiéndose en alguien despiadado y temido. Creo que en el fondo ella estaba a gusto con esa reputación porque la recordaba a su padre y le gustaba seguir sus mismos pasos. La única encargada de que eso no sucediera era yo, pero difícilmente había logrado conseguir nada.

Einar, por otro lado, también sufrió la misma sed de venganza que yo y participó activamente en la conquista de Mercia. Pero él no pudo parar ahí, sino que le juró la guerra a toda Gran Bretaña. Gracias al gran guerrero que era conquistó Irlanda, Gales y otros rincones de la zona, pero toda esa gloria la pagaba cara. Estaba segura que el dolor que llevaba acumulado era más de lo que una persona podía soportar. Definitivamente, más de lo que a una madre le gustaría ver en su propio hijo.

Mis hijos habían hecho su vida lejos de mí por mi culpa, porque no estuve ahí para ellos cuando tuvieron que hacer frente a la horrible pérdida de su padre. Les dejé solos frente al sufrimiento y eso era una carga más para mis ya maltrechos hombros.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora