La vuelta a Kattegat fue larga, dura y exasperante. Metida en un barco por días, sin demasiado que hacer, fomentaba el caos de mis pensamientos y daba rienda suelta a los sentimientos de culpa y desolación. Había recreado en mi cabeza la última noche de Egil mil veces, imaginando posibles escenarios en los que yo no le dejaba solo y él no moría. Y por un momento, el alivio y la felicidad dejaban atrás la culpa, y podía respirar sin sentir esa hirviente presión en el pecho. Fantaseaba con la idea de volverle a ver, con la idea de que él navegaba en otro de los barcos que, junto con el mío, volvían a casa. Porque la realidad de que su cuerpo yacía a un metro bajo tierra en el asentamiento que dejamos atrás en Inglaterra era demasiado con lo que lidiar.
Siempre que podía mantenía mi cabeza ocupada, cuidando de los únicos heridos que quedaban vivos y que viajaban con nosotros en el barco. De todos lo que había en un principio, solo quedaban siete de ellos, lo cual no era mucho. Era consciente de que mis intentos por frenar el masivo número de muertes habían sido en vano, a penas había conseguido salvar a un puñado de hombres convalecientes y aquejados. En otro momento, me habría parecido suficiente. Una única vida valía el mundo entero, como mi madre solía decir. Pero mis nublados y sombríos pensamientos no me dejaban ver más allá de la insatisfacción. Por suerte, Margreth supuso el apoyo y la fuerza que necesitaba en esos duros momentos.
Hvitserk también estaba ahí para mí, sin acercarse demasiado o sin hacerme preguntas. Estaba pendiente por si acaso me venía abajo o me hundía por el peso de mis sentimientos destructivos. Y yo agradecía esa distancia, saber que tenía un hombro donde llorar cuando lo necesitara pero sin tener que darle explicaciones.
Ivar y Ubbe iban en otros barcos. Ambos insistieron, independientemente, en que fuera con ellos, pero rechacé sus propuestas. Quería estar sola, sentir la soledad y el desasosiego mientras hacía luto por la muerte de mi hermano. Ubbe no pensaba que fuera una buena idea, aunque la aceptó sin rechistar. En cambio Ivar no supo verlo así y eso le había enfadado hasta el punto de separarnos y no despedirse. Él no entendía por qué quería estar sola, incluso le costó permitírmelo. Pero no se trataba de permisos o favores, sino que mi decisión estaba tomada y no había nada que él pudiera hacer para cambiarla. Sabía que quería estar conmigo y recoger mis lágrimas, pero le costaba ver mis auténticas necesidades, aunque no le podía culpar. Él jamás había cuidado de nadie más que de sí mismo y necesitaría tiempo y esfuerzo para aprender a entender a los demás.
—Por fin, Kattegat.— Solté un suspiro de alivio al ver la ciudad en el horizonte, iluminada por los rayos del sol que se colaban entre las rocosas montañas del fiordo. La primavera le sentaba bien.
No tenía especial interés en volver a casa con mi padre y Axe, especialmente porque las noticias que traía no eran buenas. Pero daría cualquier cosa por salir de una vez por todas del barco tambaleante.
—¿Quieres que te acompañe a ver a tu familia?— Dijo Margreth a mi lado, desviando la mirada del fiordo hacia mí. Sonreí enternecida por su propuesta y agarré su mano.
—Por favor.— Dije con la voz casi desvanecida. Llevaba días hablando poco y llorando mucho, casi no reconocía ni mi propia voz. Debía recomponerme antes de hacer frente a la vida que me esperaba en Kattegat, los días de llantos y tristezas debían llegar a su fin.
—Voy con vosotras.— Hvitserk se unió a la proa y me acarició la espalda en un gesto de cariño.
—No tienes por qué.
—Me llevaba bien con Egil, le tenía mucho aprecio.— Habló, poniéndose realmente serio.— Era un guerrero muy valiente que no dudó en salir a defender a su gente cuando fuimos atacados. Déjame ir y decirle a tu padre lo valiente que fue. Lo valientes que son sus dos hijos.
Los ojos se me llenaron de lágrimas a una velocidad sorprendente, supongo que debido a la extrema sensibilidad de la que era presa desde hacía días. Le abracé sin previo aviso y él me acarició la espalda.
—Suficiente, que sino Margreth se pone celosa.— Soltó con gracejo mientras se apartaba de la forma más educada posible. Ella abrió la boca desconcertada.
—¡Tendrás morro! No es mi culpa que odies los abrazos.— Le reprochó ella.
—¡No los odio! Es sólo que me iba a dejar la camisa llena de lágrimas.— Dijo con inocencia y ambas mujeres reímos mientras negábamos con la cabeza con incredulidad.
Hvitserk era el único que me podía soltar una carcajada en cualquier momento y eso le convertía en una persona importante para mí. Brillaba por su propia luz y la exteriorizaba por los ojos, esos pequeños e inquietos ojos claros por los que Margreth prácticamente babeaba. Durante este tiempo había hablado tanto de él que no tenía ninguna duda de que su amor era puro y verdadero.
Al llegar a Kattegat una marabunta de personas nos esperaba en el puerto. Sus rostros de alegría y júbilo se fueron transformando en expresiones de confusión, pánico e incertidumbre al darse cuenta de los pocos sobrevivientes que volvíamos a tierra. Una vez el barco fue atracado de babor a estribor bajamos de él, ayudando a los enfermos con especial cuidado. Sin embargo, mis ojos no dejaban de buscar entre el gentío a mi padre o a mi hermano.
Unas cuantas esclavas se encargaron de los heridos, así que quedé libre para ir en busca de mis familiares, a los cuales encontré cerca de la costa. Mi padre me dio una sola mirada y de alguna manera leyó en mis ojos o en mi soledad el destino trágico de Egil. Se limitó a entender las señales, se dio la vuelta y se marchó, seguido por Axe. Ni un abrazo. Ni un beso. Ni una bienvenida. Pero mi corazón estaba lo suficientemente roto como para no sentir nada.
Hvitserk y Margreth, quienes venían conmigo, se lanzaron varias miradas de lástima, pero yo sonreí como si aquello no me hubiera afectado. En parte estaba siendo sincera, aunque acostumbrarse a esta carencia de afecto era lo más triste de todo.
—Assa, ¿podemos hablar?
Giré mi rostro para encontrar a Ivar a un par de metros de distancia. Aún llevaba la armadura puesta y tenía el aspecto ligeramente desmejorado, con barba de un par de días. Eran las consecuencias de un tedioso viaje de varios días de vuelta a Noruega. Aún así, estaba increíble y dolorosamente guapo. Sus ojos refulgentes podrían alumbrar la ciudad entera y nadie prestaría atención a la incipiente barba descuidada o a los superficiales cortes de su aterciopelada piel.
Hvitserk y Margreth se despidieron sin mediar palabra, y se alejaron juntos por la costa. Hacían tan buena pareja que me daba rabia que aún no hicieran pública su relación.
Ivar carraspeó, sacándome de mi enajenación involuntaria. Meneé la cabeza intentando despejar mi mente y asentí con rotundidad.

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El palacio del sufrimiento // Ivar The Boneless
FanfictionY te quiero a rabiar Pero sabes que hay un infierno dentro de mi cabeza No te dejes llevar Lucharé contra las fieras No te dejes llevar Tengo el corazón a medias ¿No te dije que me llenas? [Créditos: Hoy es el día - Lionware] Finalista Premios Watty...