11 - Discusiones

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Aquella frase tuvo el mismo efecto en mí como si alguien me acabara de dar una cachetada. No entendía su comportamiento, extremadamente distante y duro hacia mí. ¿Qué había hecho para merecerlo? ¿Qué había cambiado desde aquella vez que me aseguró echarme de menos?

Me recompuse justo al notar un ligero escozor en los ojos y me di le vuelta, dirigiéndome hacia donde estaban Hvitserk y Ubbe.

—Ya estoy aquí, ¿me echabais de menos?— Me pronuncié con una sonrisa, borrando cualquier rastro de decepción o tristeza que se me hubiera podido quedar en la cara. Ubbe me miró con unos ojos grandes.

—Estás preciosa.— Asimiló, asintiendo con la cabeza y auscultando mi cuerpo de arriba abajo. Reí ligeramente con las mejillas encendidas y él pasó un brazo por mis hombros, haciéndome un hueco en el grupo.

—¿Quién es ella?— Habló uno de los hombres, Bjorn Piel de Hierro.

—Astryr.— Me presenté, agachando la cabeza en forma de respeto. Bjorn le echó una mirada divertida a Ubbe y éste rodó los ojos.

—¿Eres escudera?— Le dio un trago a su cerveza y esperó mi respuesta con la ceja alzada.

—No, señor.

—Y dime, ¿tienes hermanos?

—Sí, vivo con dos de mis hermanos mayores.— Eché un vistazo detrás de mí, asegurándome de que Egil y Axe seguían en la misma posición en la que los dejé.

—Bien, pues espero que se unan al ejército. Necesitaremos a todos los hombres jóvenes y fuertes posibles.

No era mi intención llevarle la contraria a Bjorn Piel de Hierro, así que me limité a asentir. De todas formas, mis hermanos no se unirían a sus filas, su trabajo estaba aquí y aquí hacían mucha más falta.

La noche evolucionó sin grandes sorpresas. Hvitserk cada vez estaba más borracho así que era imposible hablar con él de algo serio, Ubbe se aseguraba de que no me faltara nada de beber y de que me mantuviera a su lado, y por otro lado estaba Ivar. Él no apartaba su pesada mirada sobre mí y yo, realmente, no entendía qué quería. Sentía que me mandaba señales contradictorias, como si me mantuviera lejos de él pero cerca al mismo tiempo.

A altas horas de la madrugada me percaté de su efusividad, probablemente provocada por unos vasos de más. Se había levantado y estaba hablando con algunos de sus hombres, esos que siempre le seguían como guardianes.

—¿Estás cansada? ¿Quieres dormir?— Aparté la mirada para encontrarme con Ubbe, quién tenía la palma de su mano en mi muslo.

—No, estoy bien.— Sonreí con calidez. Él asintió con una sonrisa y volvió a la conversación, pero sin apartar su mano sobre mí. Ubbe era tan servicial y atento que me hacía adorarle cada día más.

De repente, se escuchó un golpe seco y la música se paró. Desde mi posición, sentada sobre unos barriles, no podía ver nada, pues la gente que estaba de pie me tapaba el suceso.

—¿Ahora qué? ¿Ya no eres tan engreído?— Reconocí la voz de Hvitserk, balbuceante por la cantidad de alcohol en sangre.— Tullido.

Ubbe saltó de su asiento y yo le seguí sin dudar hasta abrirnos paso entre la gente. Ivar estaba en el suelo, erguido sobre sus brazos y con la muleta tirada a varios metros de distancia. Enfrente, Hvitserk lo miraba sin esconder su burla.

—¿Quieres venir a por mí?— Se rió, provocando el gruñido gutural de Ivar, quien avanzó un par de metros en su dirección arrastrando las piernas.

—¿Quieres venir a por mí?— Se rió, provocando el gruñido gutural de Ivar, quien avanzó un par de metros en su dirección arrastrando las piernas

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— No eres nada Ivar, medio hombre como mucho. ¿Y a pesar de todo pretendes liderar el ejército que vengará a nuestro padre, la misma persona que te dejó morir al nacer? Parece que nunca dejarás de hacer el ridículo.

Ivar frunció la nariz como un sabueso y desenganchó el hacha que llevaba en el cinturón, dispuesto a lanzarla contra su hermano. Ubbe se interpuso con rapidez.

—Ivar, no. No me arrebatarás a otro hermano.— Dijo con autoridad. Después, agarró de la camisa a Hvitserk y lo sacó a empujones del lugar.

Todo el mundo se había quedado mirando a Ivar, enfadado e indefenso en el suelo. Sin pensarlo dos veces, me apresuré en recoger la muleta y me arrodillé frente a él.

—Vamos, levanta.— Dije con firmeza, aunque con cariño también. Se me había encogido el corazón de tal manera al verle así que ya no estaba segura de si mi corazón seguía irrigando sangre al resto de mis órganos.

Le ayudé a levantarse con dificultades, pero finalmente lo conseguimos, y le dirigí hasta llegar a su habitación, donde lo dejé sentando en su cama con las piernas estiradas.
Su mirada estaba perdida y sus ojos vacíos, anunciando a gritos la batalla que se libraba dentro de él. Parecía como si su cuerpo hubiera sido abandonado a su suerte y yo lo tenía delante, sin conocer la forma de devolverle al mundo. Se libraba una lucha en su interior, o para ser más exactos, una masacre. La humillación, decepción, rabia e indefensión contra todo lo que él suponía, contra una autoestima delgada y tambaleante. La abosorción ocupaba cada rincón de su mente, manifestándose en la tensión de los músculos y las lágrimas al borde de unos ojos irreconocibles, que -aunque abiertos- no miraban a nada.

Quería alcanzarle, sacarle del agujero negro que se lo llevaba. Pero en ese momento, sentía que era la única en esa habitación desierta.

-Ivar...- Carraspeé en un intento de fortalecer mi voz afligida. No hubo respuesta por su parte.- Ivar, estoy aquí. No te preocupes, estoy contigo.

Me esforzaba en comprender el largo alcance que habían tenido las palabras de su hermano en él. No había sido una discusión como otra cualquiera, había sido un desgarre de heridas que, aunque no curadas, cicatrizaban.

-Ivar, mírame.- Supliqué con ansias, cuando la desesperación comenzaba a dominarme. Tenía miedo al verle así, tan perdido, tan dañado.

-Vete.- Bisbiseó en un quejido. Aunque no me miró, para mí fue importante que me hablara, que fuera consciente de mi presencia.

-No me voy a ningún lado.- Acaricié su muslo por encima del pantalón. Sabía que tenía mucha sensibilidad en las piernas y quería que notara mi contacto.

-Vete, Astryr.- Dijo en un intento fallido de imposición. Tenía la capacidad para ver la inseguridad en sus palabras y sabía que el que hablaba no era él, sino la humillación. Se sentía tremendamente humillado y quería regocijarse en esa sensación en soledad.

-No me iré a no ser que me saques a patadas. No te dejaré solo.

Por fin -milagrosamente-, desvió la mirada en mi dirección y al encontrar sus ojos no pude reprimir una sonrisa de alivio. Él parpadeó en una lenta agonía y una lágrima cayó sobre mi mano.

Estaba de vuelta.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora