99 - Cuentos

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—¿Qué hacías ahí sola?— Inquirió con una ceja alzada y un aire de incomprensión. Suspiré tranquila al percatarme de que no me había llegado a ver hablando con Viggo.

—Necesitaba un poco de aire.

—Deberías haberte puesto una capa, hace frío fuera.— Me reprendió y yo levanté la comisura de mis labios en una media sonrisa.— Venga, vamos dentro.

Cuando volví a encontrarme en aquel lugar tan ruidoso y abarrotado tuve la necesidad de huir y de quedarme en algún lugar a solas con mis pensamientos. Tenía demasiado en lo que pensar y muy pocas ganas de seguir celebrando.

—Me voy a la habitación, ¿dejo a Einar contigo? Parece que se lo está pasando bien.— Dije mirando cómo mi hijo jugaba con otros niños que correteaban junto a Odín.

—¿Por qué te vas? ¿Te encuentras bien? ¿Es el bebé?— Preguntó preocupado mirando mi estómago. Yo me pasé la palma por la frente y di un suspiro.

—Esta todo bien, sólo necesito descansar.

—¿Quieres que vaya contigo?

—No, tú quédate a disfrutar de la victoria.— Pasé las manos por sus mejillas y le di un beso raudo. Él no se quedó satisfecho.— Te quiero.

Me di la vuelta y caminé directamente hasta la habitación. Lo primero que hice fue desdoblar el mapa y fijar mis ojos en la cruz que marcaba el paradero de Ubbe. Ahí debía estar el asentamiento, el cual parecía ligeramente protegido por una cadena montañosa. Hice un esfuerzo mental por imaginarme el lugar, cerré los ojos y lo visualicé a él. Tan elegante y noble como siempre, a la cabeza de un gran ejército, protector de sus guerreros y fiel compañero... Pero entonces otras imágenes me colapsaron la mente: sangre, torturas, desesperación, muerte, asedio, hambre, dolor... Ubbe ensangrentado pidiendo socorro y yo a miles de kilómetros asentada en mi vida privilegiada y acomodada. ¿Qué tipo de persona era si no lo ayudaba? ¿Cómo podría vivir conmigo misma sabiendo por lo que estaba pasando?

Múltiples lágrimas corrían por mis mejillas y yo miraba al techo buscando el consuelo de los dioses. Rezando para que le mandaran paz y protección. Deseando que él me sintiera llamándole y pidiéndole que aguantara, que haría lo que estuviera en mi mano por ayudarle. No merecía la pena un asentamiento a miles de kilómetros a cambio de su vida.

Entonces unos nudillos sonaron en la puerta y yo me mantuve rígida, deseando que no fuera Ivar. Segundos después, Hvitserk asomó la cabeza.

—Ey, ¿qué ocurre?— Preguntó sorprendido y cerró la puerta tras su paso. Cerré los ojos dejando escapar más lágrimas y tomé aire.

—Tengo que contarte algo.

Hvitserk se sentó a mi lado y escuchó con paciencia lo que le transmitía. Sabía que él podría entender la gravedad de la situación o, al menos, pondría esfuerzos en solucionarla. Ojalá pudiera decir lo mismo de Ivar. Hvitserk se quedó perplejo y apoyó los codos en las rodillas, hundiendo así la cabeza entre los brazos. Le acaricié la espalda ya más calmada, tratando de ayudarle a lidiar con la información.

—Tenemos que hacer algo, Hvitserk.

—Lo primero es decírselo a Ivar.

—Lo sé.— Suspiré.— Pero no estoy segura de que vaya a querer hacer algo.

—Ivar es capaz de hacer muchas cosas, créeme. Pero si su hermano le necesita no le va a dar la espalda de esa manera. Pero tenemos que decírselo ya, o sino sí que se va a enfadar por habérselo ocultado.

En ese momento la puerta se abrió sin previo aviso y a Ivar se le desdibujó el rostro al encontrarnos juntos. En mi rostro aún había restos de lágrimas y la expresión de Hvitserk era de dolor.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora