85 - Celoso

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Antes de darme cuenta, Einar ya había cumplido su primer año de vida y sus habilidades para el gateo eran casi igual de excepcionales que las de su padre. El niño se había convertido en la alegría de la casa, pues siembre estaba riendo y era capaz de arrancarle una sonrisa a cualquiera que le prestara atención. A mis ojos, era la felicidad del mundo reducida a una persona. Nada podía hacerme más dichosa que el valioso tiempo que pasaba con mi hijo y con mi marido.

Ivar había vuelto de un saqueo importante en la ciudad de Wessex y el Gran Salón llevaba días albergando las celebraciones de la victoria. Cada día me sentía más orgullosa de todo lo que estaba consiguiendo y adornaba ver cómo su confianza en sí mismo crecía poco a poco. Sin embargo, había ciertas cosas que nunca cambiarían.

Margreth estaba cuidando de nuestro hijo mientras Ivar y yo presidíamos la mesa del banquete. Él no dejaba que prácticamente nadie se encargara de nuestro hijo, pero por suerte hacía una excepción en cuanto a sus tíos se refiere. Aún así, no dejaba de mirar constantemente hacia el niño para controlar su bienestar.

—Te he echado de menos, esposo.— Dije sonriente, apoyando una mano en su muslo e inclinándome hacia él en busca de sus labios.

—Volví hace más de una semana, esposa.— Recalcó la última palabra, sabiendo lo mucho que me gustaba que me llamara así. En el fondo, él también adoraba aquel apelativo, pues era una muestra clara y concisa de nuestra unión.

—¿Y qué? ¿No te lo puedo repetir?

—Claro que sí, siempre que quieras.— Soltó una risita y dejó un beso casto en mis labios.— ¿Te puedo decir las cosas que yo he echado de menos?

—Creo que sé por donde van los tiros.— Reí nerviosamente y él agarró mi mano. A veces odiaba que llevara a todas horas esos dichosos guantes, aunque no podía negar el hecho de que le daban una apariencia ruda y atractiva.

—¿Entonces? ¿Qué crees que he echado de menos, esposa?— Inquirió con una ceja alzada y yo me mordí el labio con frustración. Él sabía que me costaba verbalizar estos temas, por eso me provocaba tanto.

—El sexo. Creo que has echado de menos hacérmelo.— Respondí tímida, aunque segura. Él frunció el ceño aguantando la risa.

—En verdad estaba pensando en pasar tiempo contigo en la granja. ¿Por qué eres tan pervertida?— Empezó a reírse y yo bajé la cabeza con una mezcla de diversión y vergüenza. Era un mentiroso. Un mentiroso gracioso.

Noté como algunos comensales nos clavaban sus interesadas miradas, pero más que incomodidad me causó gracia

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Noté como algunos comensales nos clavaban sus interesadas miradas, pero más que incomodidad me causó gracia. Se morían de envidia al ver una pareja de casados que se reían tanto de sus propios e íntimos comentarios. Lo cierto es que no me importaba, por mí se podían ahogar de odio al vernos tan felices. No cambiaría esto por nada y no dejaría que nadie me apartarse de esta felicidad. Ivar y yo habíamos sufrido bastante como para merecernos lo que teníamos ahora.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora