82 - Nuestro

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Las últimas semanas estaban siendo agotadoras. Las tareas que antes hacía habitualmente ahora me parecían extenuantes y estar mucho tiempo de pie me resultaba insoportable. Podía notar como el niño o niña se revolvía dentro de mí, quejándose del poco espacio disponible. Muchas mujeres deducían que daría a luz en cualquier momento, aunque las expertas me aseguraban que aún faltaban un par de semanas de gestación.

Ivar era un manojo de nervios y estaba más irascible de lo normal, al menos con todos excepto conmigo. Había mandado construir una cuna de madera de roble y múltiples prendas para proteger a su hijo del frío. Era adorable, pero llegaba a ser enfermiza su obsesión por que todo estuviera listo. A veces me hacía pensar que se esperaba que diera a luz a un dios, pero no me quejaba en lo absoluto. Adoraba la forma en que quería a nuestro hijo, incluso antes de conocerle.

—¿Puedes venir un momento, por favor?— Ivar apareció en el salón donde llevaba más de dos horas sentada, aprovechando el tiempo para tejer unos patucos. Él había estado fuera casi todo el día, pues el trabajo le mantenía bastante ocupado. Al verle sonreí como una niña.

—¿A dónde?— Deje a un lado las agujas de punto y me intenté incorporar.

—A nuestra habitación.

Ivar se acercó y me ayudó a levantarme. Me daba la sensación de que desde que estaba tan incapacitada físicamente él se había vuelto mucho más fuerte y desde hacía tiempo no le sentía quejarse por los dolores de las piernas. Es como si por primera vez tuviera que preocuparse por los dolores de otras personas y hubiera relegado en un segundo plano los suyos propios.

Caminamos a paso lento hasta nuestra habitación donde dos esclavas habían preparado una bañera grande y humeante. Ivar les indicó que se fueran y me acercó hasta el gran recipiente de madera. Hundí mis dedos en la interior y comprobé lo caliente y apetecible que estaba el agua, en la que flotaban flores de margaritas. Desvié la mirada para mirar al hombre que había ordenado preparar todo esto.

—He pensado que te vendría bien un baño relajante.— Se excusó con simplicidad e inocencia. Mis labios se curvaron en una sonrisa y le besé con gratitud.

—Gracias, Ivar. No me viene nada mal, necesito descansar las lumbares.

—¿Aún te duelen?— Frunció el ceño.

—Sí, pero no es nada de lo que preocuparse.— Sonreí para restarle importancia mientras me empezaba a quitar el vestido. Él me ayudó con los lazos de la espalda y me lo retiró, dejándolo caer al suelo. Su mirada se dirigió directamente a mi vientre tormentosamente abultado. En estos momentos debía de ser todo menos atractiva: esta voluminosa, con los tobillos hinchados y con unos surcos bajo los ojos testigos de mis noches en vela. Sin embargo, él me miraba de una forma tan indecible que me hacía sentir como la mujer más guapa del mundo entero.

Me metí cuidadosamente en la bañera hasta hundirme completamente en ella. El agua caliente me relajó al instante. Ivar se sentó sobre un diminuto taburete a mi lado.

—Siempre has causado ese efecto en mí de quitarme el aliento, ¿sabes? Pero ahora que te veo llevando a mi hijo en tu vientre...— Sonreí ante su mudez y agarré su mano para acariciársela con el pulgar.— Los dioses nos han destinado juntos, y estoy seguro de que tienen grandes planes para nuestro hijo.

—¿Cómo estás tan seguro de que va a ser niño?

—Simplemente lo sé.— Se encogió de brazos y yo solté una risita.

—¿No te gustaría tener una niña?

—Claro que me gustaría. Tenemos tiempo de sobra para concebir muchos más hijos.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora