50 - Cena familiar

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Los ojos de Ivar se clavaron en los míos y en ese momento me sentí perdida, como si todo lo demás no estuviera ahí. Tuve que respirar hondo para que el corazón no se me parase. Él buscó mi mano y yo me estremecí al instante, pero luego apreté con fuerza la suya. Y entonces todo se detuvo, el mundo se convirtió en un lugar en calma, despojado de ruidos externos. En ese momento éramos solo dos personas cogidas de la mano en una ciudad fantasma, sobre la arena de una costa vacía. Luego el mundo regresó, junto al escándalo formado por la llegada de los vengadores de la muerte de Ragnar, o al menos eso gritaban algunas personas.

—Siento haberme enfadado contigo aquel día en Inglaterra. No entendía por qué querías estar sin mí y no veía justo que me apartaras de tu lado.— Habló con calma, sosegado, con una maduración que pocas veces había visto en él.— Pero he comprendido lo mal que me comporté, fue injusto enfadarme contigo cuanto tú ni siquiera tenías la capacidad para pensar en algo que no fuera tu hermano. Perdóname...

—No hay nada que perdonar.— Sonreí de forma compasiva y acaricié su mejilla, deseando volver a sentir sus labios sobre los míos. El luto me había hecho olvidar lo que ahora me venía de golpe, lo mucho que le deseaba.— Gracias por entenderlo.

—¿Eso significa que estamos bien?— Preguntó con incertidumbre, aún inseguro. Podía leer en su mirada el miedo a que lo dejara atrás.

—Claro que sí.

Antes de terminar adecuadamente la respuesta, Ivar se lanzó a mis labios y me besó hambriento, aunque con las ansias bajo control. Solté un suspiro rápido y me mordí el labio inferior cuando nos separamos. Él me miraba analizando cada poro de mi piel, cada pestaña y cada mota de mis iris. Era un observador nato.

—Ahora que estoy mucho más tranquilo debo ir a ducharme, huelo a pescado.— Soltó de forma divertida, desencadenándome una carcajada.

—No puedo decir si eres tú el que huele así o si soy yo.

La mar había estado brava un par de veces y varias olas amenazaron con hundir los barcos, con lo cual nos empapamos de agua salada en más de una ocasión. Sin embargo, no era hasta ahora cuando conseguía distinguir el mal olor que destilábamos.

—Tú siempre hueles bien.— Esbozó una sonrisa bondadosa y retiró algunos mechones de mi cuello con delicadeza. Noté cómo miraba mi piel ahora expuesta y sentí que me ruborizada.— Bueno, ¿nos vemos luego? ¿Esta noche, quizás? Podrías venir a cenar con nosotros.

Quería hacerlo, de verdad que sí. Pero era mi primer día después de bastante tiempo fuera y quizás debería pasarlo con mi familia. Aunque de todos modos, creo que debería empezar a cambiar mi concepción de familia porque estaba claro que a mi padre y a mi hermano no les importaba en lo absoluto.

—Me encantaría, pero supongo que mi familia me requerirá en casa. Así que no te prometo nada.— Dije poniendo una mueca de fastidio.

—Te esperaré.— Me dio un beso en la frente y comenzó a alejarse. Yo entrecerré los ojos con una mezcla de desconcierto y gracia.

—¿Acaso me has escuchado? No creo que pueda ir.— Alcé la voz ante la distancia que crecía entre nosotros.

—¿Y tú me has escuchado a mí?— Se dio la vuelta con una sonrisa ladeada.— Te estaré esperando, Assa.

(...)

El silencio cortante como el filo de un cuchillo reinaba en nuestra choza. Ellos aún estaban asimilando la muerte de Egil, la cual yo había descrito evitando los detalles escabrosos. Debían saber que había muerto como un héroe y ahora descansaba en el Valhalla junto al resto de nuestros hermanos. Pensaba que se me iba a dificultar hablar sobre ello, pero en cambio, me sentía más fuerte que nunca. Aceptaba la muerte de Egil y valoraba su sacrificio.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora