59 - Amanece

2.7K 202 22
                                    

Fui volviendo a mí lenta y angustiosamente. El primero dolor que noté fue en el costado, sobre mis costillas. Era un dolor agudo y profundo, que me incapacitaba respirar con normalidad. El resto del cuerpo también lo sentía lastimoso, hasta tal punto que no quedaba fuerza en mis músculos para moverme.
Abrí los ojos lentamente para descubrir que no estaba en ningún lugar conocido, lo cual me alivió. Despertar en mi casa era lo que menos deseaba en el mundo. Recordaba con desgarradora exactitud todo lo que había pasado: la llegada a Kattegat tras un agotador día de navegación, el cuerpo de Axe magullado y torturado, la mirada de satisfacción y, luego, de confusión de Ivar, y finalmente la paliza de mi padre. Todo me volvió a la consciencia como una avalancha de lanzas puntiagudas que se me clavaban en el alma y de las que no podía huir.

—Shh, tranquila. Estoy contigo, no pasa nada.

Ubbe apareció de entre las sombras y me acarició la frente mientras que con la otra mano limpiaba las lágrimas que rebosaban de mis ojos. Sentí un alivio exacerbado al verle pero, sobretodo, me sentí segura. Él me miraba con unos ojos profundos y oscuros, auscultando cada poro de mi rostro.

—¿Cómo te encuentras?— Preguntó con una voz ronca y grave, aunque cálida.

—Viva.— Solté en una espiración, asemejada a un quejido. Al llenar mis pulmones de aire me tuve que encoger del dolor. Él me sujeto suavemente para que volviera a apoyar mi cabeza sobre la almohada.

—Ahora vendrán a verte, no te esfuerces en hablar, sólo descansa.

Su mirada era bondadosa aunque cansada, los surcos negros bajo sus ojos me confirmaban que no había estado durmiendo mucho. Entonces me asaltó la duda, ¿cuánto tiempo llevaba postrada en la cama, sumida en la inconsciencia? Mi memoria me decía que apenas habrían pasado unas horas, pero a juzgar por el rostro de Ubbe y el agotamiento que me envolvía, podrían haber pasado incluso un par de días.

—¿Cuándo pasó...?— Traté de pronunciar una frase, pero volví a quedarme sin aire. Afortunadamente, él parecía estar esperando ese tipo de pregunta.

—Han pasado tres días. Has estado entrando y saliendo de la inconsciencia, pero esta es la primera vez que hablas.— Sonrió tímidamente, como si le diera miedo adelantar acontecimientos.— Te estás recuperando muy bien, no te preocupes.

Asentí con un quejido desde el fondo de la garganta e intenté sonreír con gratitud, pero no tenía fuerzas ni para eso. Los párpados me pesaban como rocas y la oscuridad me absorbió una vez más.

(...)

La siguiente vez que abrí los ojos fue cinco horas después, y me sentí aliviada al ver algo más de luz. El sol alumbraba la habitación a través de las ventanas, facilitándome el reconocimiento de algunos objetos. Era un lugar pequeño y estrecho, aunque acogedor. Y una losa separaba el pequeño cuarto donde yo me encontraba del resto de la choza.

Pasaron unos largos minutos hasta que alguien vino a verme: Margreth. Ella soltó una risita de alegría y se acercó a mí para cogerme de la mano. Esta vez me sentía más fuerte y pude devolverle un ligero apretón. Seguidamente me ayudó a incorporarme y empezó a darme de comer una sopa riquísima y sabrosa. O quizás simplemente era una sopa normal como cualquier otra. El caso es que mis tripas se retorcían del hambre.

—¿Dónde estamos?— Pregunté por fin. Tenía miles de cosas en la cabeza, pero preguntar por Ivar o por mi padre no iba a traer la calma que necesitaba en estos momentos.

—Estamos una cabaña, a unos ocho kilómetros de Kattegat.— Margreth se dio cuenta que me había dejado más preocupada que antes, por lo que continuó.— Ubbe pensó que este era el mejor lugar para que te recuperaras.

—¿Dónde está?

—Volvió a Kattegat hace un par de horas, estos días ha habido mucha tensión entre los hermanos y ha tenido que ir a poner orden. Te vendrá a ver después de comer.

Fruncí los labios y asentí débilmente. Deseaba que estuviera aquí conmigo, haciéndome compañía, cuidándome... Su calma y tranquilidad me ayudaban a despejar la mente.

—Ha cuidado de ti todos estos días, incluso dormía aquí, en el suelo, pendiente de si te despertabas.— Ella había traído una silla y la había colocado al lado de mi cama para darme de comer, pero esta vez miré el suelo y sufrí al pensar que Ubbe había estado durmiendo ahí abajo.— Normalmente sí lo hacías. Te despertabas entre quejidos, llorabas y cuando no soportabas el dolor volvías a caer inconsciente.

¡Por todos los dioses! Daba gracias por no sentir ese tipo de dolor ahora, aunque me lamentaba por el hecho de que Ubbe me hubiera visto en ese estado. Por eso tenía la mirada tan cansada, a penas le habría dejado dormir.

—No te preocupes por él.— Margreth me puso la mano en el hombro con cariño.— Si lo hizo fue porque quiso. Más de una vez le dije que me quedaba yo y no me dejaba. Nunca he visto a un hombre cuidar tanto a una mujer.

Me quedé muda, pero pensativa. Aún no me podía creer que Ubbe hubiera pasado por todo esto solo, aunque de alguna manera no me sorprendía. Él era una persona muy atenta y protectora, pero no quería que sufriera por mi culpa. Tenía que recuperarme ya para dejar todo esto atrás. Además, ¿qué estaría pasando con mi padre? No tenía ningún hijo ayudándole con el negocio familiar, ¿cómo iba a conciliar el vender con el pescar? Tenía que volver a casa enseguida.

—¿Cuándo puedo volver?— Pregunté casi en una súplica mientras intentaba incorporarme más de la cuenta. Sin embargo, el dolor en mi costado se agudizó y me hizo soltar un lamento.

—No puedes levantarte todavía.— Objetó Margreth con preocupación.— Ubbe dirá cuándo puedes volver.

De pronto escuchamos la puerta de la entrada abrirse y segundos después apareció Hvitserk con un par de conejos muertos a los hombros. Al verme esgrimió una encantadora sonrisa y se agachó para acariciarme los pies sobre la manta.

—¡Por fin vuelvo a verte esos ojos!— Exclamó con alegría.— ¿Sabes que cada vez que te venía a ver estabas dormida? Y nada más irme, te despertabas. No sabía que me tenías tanta manía.

Solté una risita incontrolable y cerré los ojos con fuerza al sentir el maldito dolor de nuevo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Solté una risita incontrolable y cerré los ojos con fuerza al sentir el maldito dolor de nuevo.

—Sabes que te quiero, Hvitty.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora