132 - Tiempo

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La batalla se iba a producir sin que Ivar y yo hubiéramos conseguido arreglar nuestras diferencias. Los estragos de la pelea hacía un par de noches parecían simplemente devastadores e irremediables. A pesar del esfuerzo que había hecho por mantenerme callada y apoyar todos sus siguientes proyectos, él no parecía conformarse. Sabía que no le estaba apoyando de forma genuina, sino que simplemente había adoptado una actitud pasiva. La razón de esto es que estaba disconforme con todas las opciones, pues todas ellas conllevaban un riesgo demasiado elevado, sin embargo mi oposición lo único a lo que nos llevaría sería al bloqueo y por eso decidí ponerme a un lado y acatar todas sus decisiones. Y esto, aún así, nos mantenía alejados y disconformes.

—Continúa con el pelotón, en un momento me vuelvo a unir.—Le comuniqué a Einar, quien asintió con firmeza y prosiguió la marcha en dirección oeste.

Finalmente se había decidido dividir al ejército en dos grandes batallones, uno que atacaría desde el oeste y otro desde el este, de tal modo que se atacara el centro defensivo del reino de Mercia de forma doble y sincrónica. El primero de los batallones lo lideraríamos Einar y yo, mientras que Ivar y Hvitserk se mantendrían en el lado este. Por lo tanto, este era el momento donde nuestros caminos se separaban y probablemente seguirían separados hasta que volviésemos al campamento.

—Que los dioses te acompañen, esposo.—Le dije una vez quedamos a solas. El resto de guerreros pasaban de largo, unos hacia la izquierda y otros hacia la derecha. Ivar me miró con el rostro impertérrito.

—A ti también, esposa.—Su tono de voz circunspecto me pareció una frivolidad dada la situación. Asentí con los labios fruncidos y me di la vuelta, dispuesta a unirme a mi pelotón, pero él me clavó los dedos en el brazo y me hizo voltear para volver a mirarle. Estaba serio, visiblemente enfadado, nervioso. No estaba contento con todo lo que había pasado entre nosotros, por eso sabía que tenía ganas de gritar y hacérmelo saber. Pero el momento no era el adecuado, y probablemente en su mente había una guerra entre lo que debería o no hacer. Ninguno de los dos queríamos afrontar la batalla con esta sensación en el pecho, el problema es que no sabíamos cómo arreglarlo.—Quería decirte....

Miró a todos lados buscando las palabras adecuadas, mientras tanto sus dedos seguían enroscados en la piel de mi brazo y ese pequeño contacto era mucho más de lo que habíamos tenido en días. Tenía la sensación de que los dos estábamos más concentrados en eso que en la conversación en sí misma.

—¿Qué pasa, Ivar?—Pregunté, ansiosa por descubrirlo. Él me miró y, extrañamiente, sus facciones se endurecieron, como si mis ojos le acabaran de recordar todas las veces que le hice daño al ir en contra de sus ideas.

—Nada, ten cuidado ahí fuera.—Dijo simplemente y me soltó. Una gran decepción me llenó por dentro y tuve la sensación de que su comportamiento había vuelto a ser el de entonces, cuando apenas éramos unos jóvenes aprendiendo a querernos. Pero me limité a asentir, a reconstruirme del batacazo porque necesitaba estar entera para lo que se nos venía encima, y entonces tomé mi camino en dirección contraria al suyo. Desearía haber sabido el valor de ese momento, ya que si lo hubiese hecho me habría dado la vuelta, le habría besado frenéticamente y le habría dicho cuánto le quería y cuánto le respetaba. Pero no tenía ni idea de nada, así que simplemente di por hecho que tendría tiempo para decirle todas esas horas cuando todo acabara.

(***)

La batalla acababa de empezar, pero pronto nos dimos cuenta de que algo no iba bien. El ejército inglés, en vez de redistribuirse acorde a nuestra formación, estaba posicionado de forma desproporcionada. La mayoría de los hombres atacaban la banda este, mientras que la nuestra se veía enfrentada a un grupo mucho menos numeroso. Esto nos hacía las cosas mucho más fáciles, pues éramos casi dos personas por cada sajón. En cambio yo no podía dejar de mirar al otro lado del campo, allá donde cientos de monigotes plateados se comían y engullían a nuestros hombres. La desproporción no tenía ningún sentido y eso me daba miedo. Había una razón oculta para que todo esto fuera así, ¿pero cúal era?

—¡La reina está aquí!—Gritó algún cristiano. Un par de segundos después alguien me interceptó por la espalda, no atacándome, sino intentando desarmarme. La espada que empuñaba cayó al suelo, por lo que intenté alcanzar el hacha que colgaba de mi cinturón para poder defenderme, sin embargo, el hombre que me tenía agarrada se tiró al suelo conmigo y se sentó sobre mi espalda para inmovilizarme. Mi rostro se hundió en el fango e hice titánicos esfuerzos por respirar algo que no fuese líquido. El soldado me tenía agarrada de los brazos y estaba intentando atármelos. En cuanto me di cuenta de su tétrica intención hice uso de toda mi fuerza para desestabilizarle y liberarme.

El hombre cayó a un lado y antes de que pudiera reaccionar tenía la arteria carótida seccionada. Mi rostro era de total confusión, pero sobre todo de terror. Nunca me había visto en una situación como esa, una donde no te querían matar sino simplemente atarte como a un porcino. Pero, ¿por qué molestarse cuando la primera opción era la más rápida? ¿Y por qué era la única que se había visto envuelta en este terrorífico momento?

En ese instante tuve una corazonada, más bien una necesidad atroz y vital de comprobar que Ivar estaba bien. Si habían intentado esto conmigo siendo la reina, ¿lo intentarían también con él, siendo el rey? Tenía que averiguarlo, fuera como fuese. El corazón me latía en la garganta con la sola idea de verle en una situación así. Solo los dioses sabrían por qué los ingleses tenían este lúgubre cometido.

Entonces me puse a correr a toda velocidad campo a través, alejándome de mi pelotón como si lo estuviera abandonando y dirigiéndome hacia el otro que parecía estar luchando malamente por sobrevivir. Corrí durante minutos hasta que dejé de sentir las piernas, hasta que el aire en los pulmones me dolía y la bilis estaba a punto de salirme a vómitos. Corrí hasta llegar y buscarle, y al no encontrarle, mis piernas dijeron basta.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora