52 - Adelante

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—Astryr, ¿qué ha pasado con Ivar?— Preguntó apoyando su mano derecha en mi brazo con firmeza. Le miré a los ojos y negué para restarle importancia.

—Simplemente no entra en razón... Sigue diciendo que solo ha sido una broma.

Ubbe esbozó una sonrisa y soltó todo el aire de golpe. Retiró su mano sobre mi brazo y yo noté el calor de su contacto unos segundos más.

—Ahora ya sabes por qué no me gusta discutir con él, es imposible hacerle cambiar de opinión.

—Me voy dando cuenta, sí.— Solté un suspiro cargado de hastío. De repente me sentí muy cansada, sólo quería tumbarme en mi cama y descansar de la tensión que llevaba acumulada durante días.— ¿Me acompañas a casa?

No necesité escuchar su respuesta para saber que me acompañaría. Ubbe era especialmente servicial, siempre estaba ahí cuando le necesitaba. Era ese tipo de amigo que me daría miedo perder porque me hacía sentir segura y a gusto. De todos sus hermanos era el más diligente, el más responsable y el más callado, su mera presencia imponía a pesar de sus pocas palabras y no de la forma en que Ivar lo hacía. Ubbe daba paz y seguridad, destilaba confianza por cada poro de su cuerpo.

—Me hizo muy feliz luchar a tu lado.— Me sinceré durante el camino hasta mi choza. Nuestros pasos eran cortos y lentos, como si quisiéramos disfrutar de la compañía del otro durante el mayor tiempo posible. Últimamente habíamos estado bastante distanciados y en parte había sido por Ivar.

—A mí me pusiste jodidamente nervioso...— Negó con la cabeza y yo me ahogué con mi propia risa.— Aunque si a ti te hizo feliz, entonces mereció la pena.

Mis labios se cerraron y enarbolé una sonrisa sincera. Él a penas sonrió, pero podía notar que estaba igual de contento que yo. Ubbe era una persona bastante seria, apenas sonriente, aunque yo notara de vez en cuando sus pequeños microgestos de alegría.

—Siento lo que le pasó a Egil, fue una muerte desafortunada pero honorable.— Su tono de voz volvió a ser serio y yo asentí agradecida por sus condolencias con la mirada en el suelo que íbamos pisando. De pronto noté sus dedos rozando los míos y me quedé sin respiración mientras dejaba que me diera la mano.— Mañana ordenaré una ceremonia para hacerle ofrendas al dios Njord y así ayudar a tu familia.

Mis pies se frenaron en brusco y miré a Ubbe con un extraño sentimiento de gratitud y sorpresa. Njord era el dios de los marineros y la pesca, y nosotros le rezábamos innumerables veces a la semana para tener una buena caza. Pero que Ubbe, hermano del rey Bjorn, se ofreciera a hacer una ofrenda era algo mucho más grande de lo que mi pequeña familia de pescadores jamás podría hacer.

—Yo... No sé qué decir...— Sonreí anonada, llevándome las manos a la boca para ocultar mi incredulidad.— Gracias por ayudarnos, Ubbe. Es mucho más de lo que merecemos.

—No digas tonterías. Tú te lo mereces todo.— Aseguró con total convicción y mis mejillas empezaron a arder. Él carraspeó y desvió la mirada incómodo.— Bueno, sabes a lo que me refiero. No quería...

—Lo sé, lo sé.— Una vez volví a recuperar mi color, me lancé a su cuello y le abracé con fuerza. Él me rodeó la espalda con sus brazos y me elevó unos palmos por encima del suelo, hasta que lentamente me volvió a posar.— No sé cómo agradecértelo.

—No espero nada a cambio, Astryr. Sólo que no te falte de nada.— Su voz grave y su aliento mentolado rozaron suavemente mi rostro. Con una sonrisa de lo más sincera deposité un beso en su mejilla y me descolgué de su cuello.

Debía admitir que entre Ubbe y yo había momentos extraños, íntimos y personales. No hablábamos de ello, de cómo él me miraba o cómo mi cuerpo temblaba al sentir sus manos sobre mí. Nunca le había dado importancia y ahora estaba segura de que él tampoco se la daba. Éramos solo buenos amigos, aunque yo no estuviera ciega y podía ver el hombre increíblemente asombroso que era.

Una vez llegamos a mi choza, él se despidió y prometimos vernos al día siguiente, cuando celebraría las ofrendas. Después de contarle a mi padre y a Axe la fabulosa y altruista idea de Ubbe, me dejé caer directamente en la cama. La última vez que dormí a gusto fue la noche que Egil murió, así que no estaba muy segura de cómo eso me hacía sentir. Echaba de menos a Ivar y tenía el estómago revuelto por la estúpida pelea que habíamos tenido, pero mantenía la positividad intacta y esperaba que al día siguiente todo se arreglara.

Me aseguré a mí misma que mañana todo estaría bien mientras intentaba dormir arrebujada en mantas de lana.

[Narrador Externo]

Estaba acostumbrado a discutir con sus hermanos, especialmente con Hvitserk, pero no con ella. Nunca la había visto tan enfadada con él y tampoco entendía la razón de su enfado. Al final y al cabo, todo había sido una broma de las suyas, un poco hiriente pero... Una broma.

Estaba molesto con ella por la forma en que había gritado su nombre, recriminándole su actitud frente a sus hermanos, dejándole en ridículo frente a ellos... Aún recordaba con perfecta claridad cómo su nombre había salido de sus tiernos labios, ordenando que se callara. ¡Ordenándole a él!

Odiaba que le dieran órdenes o que le mandaran callar cuando esa misma esclava se lo estaba buscando. ¡Trabajaba demasiado lento! Pero cuanto más lo pensaba, sus recuerdos se focalizaban más en sus labios, su voz autoritaria, sus brazos cruzados oprimiendo sus pechos, la forma en que sus ojos rodaron hacia atrás... No, no podía enfadarse con ella.

Quizás cabía una pequeña y remota posibilidad de que tuviera razón, de que se habría podido haber callado la boca en vez de soltar estupideces que a nadie le hacían gracia. Y a lo mejor, si lo hubiera hecho, ahora no estaría solo en una cama que se le quedaba grande. Le había castigado sin su presencia y de alguna forma le había condenado a pasar la noche lamentándose por su estúpida escena.

La noche iba tan bien... Pero tuvo que pifiarla en el último momento. Si tan sólo no lo hubiera hecho... Se había pasado las últimas noches navegando en un barco frío y húmedo, deseando sostenerla entre sus brazos y colocarla sobre su pecho para que notara cómo su corazón latía por ella. Porque era tanto, que cualquier cosa que fuera no tenerla al final del día resultaba insuficiente. Y esta vez había sido por su culpa.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora