106 - Nuevos amores

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Al abrir los ojos esa mañana me percaté de la exigua luz que entraba en la cabaña, haciéndose hueco por un pequeño ventanal que dejaba entrar el aire cálido del exterior. En el ambiente volaban ligeras motas de polvo que acababan por posarse en los pocos muebles de la habitación. Me llevé la mano a la herida y noté un dolor ligero, recordándome que en pocas horas debería volver a ponerme alguna crema analgésica. Después metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué el amuleto de la suerte que me acompañaba desde hacía años. Se trataba de la piedra preciosa de sardónice que Ivar me había reglado antes de que yo eligiera quedarme con él.

Me gustaba sujetarla en mi mano para recordarme que no estaba sola y que las cosas irían bien a pesar de la distancia. Que aunque estuviéramos lejos nos seguiríamos pensando y queriendo. Yo no dejaba de hacerlo, por mucho que el reencuentro con Ubbe me hubiera descolocado más de lo previsto. Él había sido mi mejor amigo durante mucho tiempo, pero también había sido algo más, también había compartido con él partes de mí que nadie más conocía. Y quizás esa era la parte que me había hecho quererle: el tiempo que pasamos juntos. No es porque fuese especial o porque me hubiese sentido irremediablemente atraída hacia él –como fue el caso de Ivar–, sino todas las vivencias que habíamos compartido.

Me levanté de la cama y abrí la puerta de la cabaña, siendo azotada inmediatamente por un intenso sol mediterráneo. Parpadeé un par de veces para acostumbrarme a la luz y comencé a caminar por el asentamiento. Con la luz del día me di cuenta de la entrañable comunidad que se había formado allí con los años. Había niños correteando por las calles, hombres labrando y mujeres ordeñando las vacas. Todo aquello bajo un brillante cielo azul y unas montañas majestuosas de fondo. Era una estampa espléndida.

Unos metros más allá divisé la gran cabaña de madera, piedra y barro cocido. Era minimalista, aunque era una auténtica pieza arquitectónica en comparación con el resto de viviendas. La noche anterior no me había fijado debidamente en ella, pues lo único que recordaba era a Hvitserk entrando en ella, así que supuse que le encontraría allí.

Sin embargo, otra imagen captó mi atención inmediatamente. Ubbe se encontraba con otra mujer, la misma que había conocido la otra noche y que respondía por el nombre de Torvi. Él sujetaba su cabeza del mismo modo que me sujetó a mí y terminó dándole un protector beso en la frente. Aquel simple gesto me hizo entender tantas cosas que mi corazón se quedó simplemente paralizado. No debería afectarme tanto que él estuviera con otra mujer, pero aún así no podía huir de esa sensación de desolación y soledad que me llenaba en esos momentos.

—Astryr...— Él se dio cuenta de mi presencia antes de que yo me diera cuenta de que su atención se había posado en mí. Zarandeé la cabeza y le miré directamente.— Te has levantado pronto. ¿Estás mejor?

—Sí, sí...— Achiné los ojos por la luz y miré en derredor con incomodidad.

—Torvi, te presento a Astryr. Astryr, esta es mi mujer Torvi.— Hizo las presentaciones con una mezcla de naturalidad y falsa confianza. Se aseguró de analizar cada centímetro de mi expresión facial para descifrarme. Su mujer se acercó y me estrechó la mano.

—Ya nos conocimos ayer, lo que no sabía es que era la reina de Kattegat.— Habló ella, llevándose las manos al estómago. Entonces me di cuenta de que estaba en cinta y mi corazón volvió a dar un vuelco, haciéndome palidecer.

—¿La reina?— Ubbe frunció el ceño y yo asentí con algo de prudencia. La noche anterior casi no habíamos hablado de lo importante, por lo que los dos estábamos a ciegas.— Supongo que no serás la esposa de Bjorn.

—No.— Suspiré con una sonrisa de alivio.— Tenemos mucho de lo que hablar, pero esperaba que estuviera Hvitserk también presente.

—Él está dentro, te prepararé un desayuno enseguida. No se puede hablar de temas importantes con el estómago vacío.— Habló Torvi, encaminándose hacia la cabaña. Me di cuenta de lo rápido que había cambiado su humor, pues cuando la encontré con Ubbe hace apenas unos segundos parecía bastante decaída. Sin embargo, encontrar una nueva tarea la acababa de animar.

Ubbe me hizo un gesto con la mano para que la siguiera, dejándome el paso. Procuré no mirarle directamente a los ojos y me puse a caminar detrás de su mujer. Me sentía totalmente confusa por lo que estaba pasando, dolida incluso, pero también me alegraba de que Ubbe hubiera encontrado a alguien que le mereciera.

(***)

[Narrador Externo]

—Es cierto, no te lo diría si no lo pensara. Todo lo que has conseguido, ese carácter invencible, esa sonrisa de dientes afilados... Incluso esas deformaciones que tú piensas que son una maldición. Lo cierto es que todo esto es la prueba irrevocable de que eres un dios. Un dios que vive entre nosotros.— Aseguró Erika, deleitando los oídos de su receptor, a quien una sonrisa se le acabó escapando de los labios.

Lo cierto es que aquella mujer tenía una habilidad especial para encandilar a la gente y, muy especialmente, para contar historias con un importante toque ficticio

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Lo cierto es que aquella mujer tenía una habilidad especial para encandilar a la gente y, muy especialmente, para contar historias con un importante toque ficticio. El secreto de aquellas narraciones, literalmente monólogos, residía en que ella misma creía fielmente en lo que decía. No solo lo transmitía con la boca, sino con los ojos y con el entusiasmo en sus gestos corporales. Era imposible no creer a semejante entusiasta.

—Si fuera un dios ya me habría dado cuenta.— Respondió escéptico.

—No, un dios no se descubre a sí mismo hasta que se pone frente a un espejo. Y yo soy tu espejo, Ivar. Puedes descubrirte a ti mismo en mí.— Estrechaba los ojos para aumentar la credibilidad de sus declaraciones.— ¿No crees que un dios pueda vivir entre nosotros?

—Bueno, sí, algunos lo han hecho. Y yo siempre he pensado que mi esposa tenía algo de diosa.— Levantó una comisura de sus labios y miró hacia sus manos, cubiertas por los mismos guantes de siempre.

—Astryr no es una diosa, ella es una mujer cualquiera convertida en reina. Pero tú sí que lo eres y, con la persona adecuada, podrías tener toda una descendencia de semidioses.

—¿A qué te refieres?— Preguntó con su característico acento. Odín, tumbado a unos metros de ellos, miró hacia ellos con curiosidad.

—Ivar...— Soltó una pequeña risita antes de pasarse la lengua por los labios. A veces le resultaba increíble lo mucho que le costaba entender algunas cosas. Se inclinó sobre el asiento y apoyó su mano en la rodilla de él.— Yo podría darte esos hijos con sangre divina.

Su mano fue recorriendo la extensión de la pierna hasta que llegó a la cadera. Para ese entonces, ella se había levantado de su asiento y se disponía a sentarse sobre su regazo, aprovechando el total desconcierto de su rey. Sin embargo, una voz la detuvo en seco.

—Papá, no me puedo dormir.— Apareció Einar frotándose los ojos con ambos puños. Erika se apartó y Ivar pareció salir de su ensimismamiento.

—Te reclaman.— Dijo ella.— Te veré mañana, Ivar.

Erika salió de la habitación, dejando a Ivar sumido en un estado de confusión y cierto malestar. Su cuerpo prácticamente había reaccionado ante aquel toque y se sentía mal por ello, pues era la primera vez que le pasaba con una mujer que no era Astryr. Pero lo que más le rondaba la cabeza eran sus palabras llenas de confianza. ¿Acaso tenía razón y era un dios?

—Papá...

—Sí, ven. ¿Quieres que te cuente una historia?— Le subió en su regazo y lo acomodó. El pequeño asintió y Ivar comenzó a relatarle historias acerca de su pasado, su familia y sus batallas. No tenía imaginación ni ganas de contar algo que no fuera cierto, además así se aseguraba que su hijo conociera los grandes logros de su padre. O más que un padre, quizás, un dios.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora