4 - Astryr

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Con los primeros rayos de luz del día la ciudad se ponía en marcha y los ruidos de la calle te despertaban con la misma precisión que un gallo de la granja. Nada más levantarme me enfundé en un vestido verde oscuro y cogí el cuenco de madera donde había preparado el ungüento tan solo unas horas antes.

—¿A dónde vas, hermana?— La voz de Egil me sorprendió, haciéndome pegar un pequeño brinco. Él río ante el susto que me había dado.

—Voy al Gran Salón, debo entregar esto al hijo de Ragnar.

—Una pomada no curará una enfermedad, ¿lo sabes, no?— Egil me miró con pena, como si me viera esforzarme en algo que no tenía arreglo. Mi madre había sido víctima de esas miradas mil veces, y eso nunca la hizo dudar de su trabajo.

—Claro que lo sé, pero aunque no pueda curar una enfermedad, puedo aliviar el dolor.— Sonreí poniendo una mano sobre su hombro.

Unos minutos más tarde llegué al Gran Salón, del que habían desaparecido todos los animales que ayer habían sido entregados como ofrendas. Tragué saliva y busqué con la mirada a Ubbe, o a cualquiera que me pudiera permitir el paso a los aposentos del hermano pequeño enfermo.

—¡Astryr!— Ubbe me sorprendió por la espalda, me giré y esbocé una gran sonrisa al verle.— No sabía que eras tan madrugadora.

—No creo que sepas mucho de mí.— Reí divertida.— He traído el ungüento, ¿cómo se encuentra?

Ubbe me indicó con el brazo que le siguiera y yo lo hice mientras ponía atención a sus palabras.

—Aguantó un par de horas estable después de que te fueras, pero lleva desde la madrugada con dolores. Sin embargo, creo que ya has hecho mucho por él. Lo único que queda es esperar a que se le pase.

Volvimos a entrar en la habitación, esta vez mucho más iluminada y con un aspecto diferente al de por la noche. Ubbe se acercó a la cama y zarandeó suavemente a su hermano.

—Ivar, ha venido ella otra vez. Deja que te toque.

Miré asustada su expresión facial, con el ceño fruncido y micro gestos de dolor puntual. Aún se sujetaba la pierna con una de las manos, pero parecía encontrarse mucho mejor que ayer.

Me acerqué a la cama con prudencia y destapé su piel de las gasas que aún tenía colocadas. Su temperatura corporal era la idónea, así que eso ya no me preocupaba. Al pasar una toalla por la zona para retirar la humedad él reprimió un gruñido de dolor y yo le miré pidiéndole perdón. Notaba en cada movimiento que hacía como su mirada, sus grandes ojos claros, estaban fijos en mí. Parecía que no se fiaba de lo que hacía con su cuerpo.

—Esto aliviará el dolor y bajará la hinchazón, contiene agentes anestésicos.— Expliqué, tratando de ser lo más transparente posible ante su reticencia.

—¡Ubbe!— Antes de que abriera el recipiente del ungüento un hombre entró en la habitación y atrapó mi atención.— Necesito tu ayuda, es sobre el encargo del metal.

—Hvitserk, ahora no.— Respondió firme el aludido.

—Puedes ir.— Intervine.— No tardo nada, nos puedes dejar solos.

Ubbe dudó unos instantes pero finalmente salió de la habitación, dejándome a solas con Ivar, su silencio, su dolor y su mirada penetrante. Con cuidado empecé a acariciar su pierna mientras extendía el ungüento, asegurándome de que la piel lo absorbía por completo.

—Lo siento, sé que duele.— Dije preocupada, sin poder evitar el dolor que producía el roce.

—Puedo aguantarlo.

Su voz me sorprendió. No era demasiado grave, al contrario, tenía un tono más agudo de lo que cabría esperar a juzgar por su aspecto rudo. Esbocé una sonrisa sincera mientras continuaba mi tarea.
Durante los siguientes minutos su expresión de tensión se fue relajando, dándome a entender que la crema empezaba a hacer efecto. Sin embargo, no había pasado un segundo sin sentir su intensa mirada sobre mí, analizando cada etéreo movimiento.

—¿Mejor?— Pregunté reclinándome hacia atrás y limpiando mis manos con la toalla. Él se limitó a asentir ligeramente.— Diles que te echen esta crema cada cinco horas. No curará tu hueso, pero te aliviará el dolor.

Me levanté y recogí lo poco que había ensuciado, aún sintiendo su mirada bien atenta en mí. Aunque me ponía nerviosa me volví a mirarle una última vez. Sus rasgos eran suficientemente atractivos como para hacerme sentir un ligero cosquilleo en las entrañas.

—¿Cómo te llamas?— Preguntó de repente, haciéndome reparar en la sequedad de sus labios.

Empapé una gasa en el balde de agua fría que tenía a un lado de la cama y me incliné hacia él para mojar sus labios secos con cuidado y esmero.

—Astryr.— Mi voz sonó rasgada, quizás por la presión de su mirada constante o por mi fijación en sus labios.

Clavé mis ojos en los suyos y tan pronto como lo hice me di cuenta de la cercanía a la que habíamos llegado. Carraspeé y me alejé de él con rapidez pero con sutileza.

—Espero que tu hermano me llame si necesitas cualquier cosa, ahora puedes descansar.

Me retiré de la habitación sintiendo un extraño cosquilleo en mis tripas y con la cabeza cargada de tensión. Quizás era una tontería, o eran solo cosas mías, pero aquel encuentro me había traspuesto hasta el punto de no poder sacármelo de la cabeza en todo el día.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora