58 - Los que sufrieron

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No sé por qué las palabras de aquella muchacha me habían puesto en tanta tensión, pero lo cierto es que sentía una necesidad indomable por ir a ver lo que ocurría. Subí por las calles de Kattegat agarrándome el vestido para evitar tropezar, era de noche y el alumbrado era más que insuficiente. Sin embargo, en la plaza una decena de antorchas arrojaban su luz sobre el espectáculo. En el centro de la plaza se encontraba el cuerpo de un hombre al que claramente le habían mutilado los genitales y le habían procurado profundos cortes en la piel. De sus entrañas salía un líquido negro viscoso, como si le hubieran quemado los intestinos con hierro ardiendo. Y por último, la cabeza del hombre colgaba de una viga, con la boca abierta y la lengua cortada. El rostro estaba demasiado sangriento y cubierto por el pelo que se le había pegado a la piel por el sudor, pero algo dentro de mí comenzó a temblar y a rezar inquietamente.

Me acerqué al centro de la plaza bajo la mirada de los presentes, quienes habían mantenido el silencio al verme aparecer. Extendí mis trémulas manos hacia la cabeza y separé los mechones de pelo, descubriendo unos ojos azules abiertos como platos. Solté un chillido ahogado, desgarrador, incrédulo y retrocedí hasta caer al suelo. Los ojos de Axe me miraban fijamente sin verme, desahuciados de vida y de brillo. Pero me miraban, a pesar de todo. Me sentía atrapada en ese lugar, incapaz de mover un sólo músculo. ¿Qué diablos había hecho para merecer esto? ¿Quién le había torturado de una manera tan brutal, tan sanguinaria, tan atroz?

—Astryr, por fin has llegado. ¿Estás bien?

Escuché la voz de Ivar a mi lado, pero el instinto que me pedía abrazarle y llorar entre sus brazos se había dado de bruces con el tono de su voz. No estaba preocupado, o al menos no tanto como debía estarlo. Giré el rostro ligeramente hacia él, aún sentada en el suelo, y le miré expectante.

—¿Ves? Lo he hecho por ti. Jamás volverá a ponerte un dedo encima, ni él ni nadie. Cualquiera que ose tocarte ya sabe lo que le espera.

—¿Que tu has hecho qué?— Balbuceé, incapaz de comprender lo que estaba diciendo.

—Le he matado por ti, Astryr. Lo debí haber hecho hace mucho tiempo y lo volvería a hacer cien veces más. ¿Por qué no me dijiste lo que estaba pasando? Podríamos haber acabado con él mucho antes.

Estaba en shock, pero conseguí ponerme de pie muy lentamente, analizando cada gesto de su rostro para encontrar algo que me dijera que no lo decía enserio, que él no había torturado y asesinado a mi último hermano mayor.

—¿Qué pasa? ¿No estás contenta?— Torció el cuello hacia un lado como un perro que no entiende lo que le estás diciendo. Me parecía increíble que me lo estuviera preguntando. Quería llorar y gritar y llamarle de todo. ¡Por todos los dioses, por favor, que esto fuera un mal sueño!— Cariño...

—¡No me toques!— Le di un manotazo, alejándolo de mí con frialdad. No podía pensar en nada más que en el sufrimiento de mi hermano.

—Vale, tranquila... Vamos dentro, estás cansada y en shock. Este cabrón seguirá aquí mañana por la mañana, si es que los buitres no acaban con él antes.— Esbozó una sonrisa tan divertida como cruel.

—¡Este cabrón es mi hermano! ¿Qué coño has hecho, Ivar? ¿Cómo te has atrevido a hacer algo así?— Grité, liberando por fin la tensión que me paralizaba. Él nunca me había escuchado hablar así, y para ser sincera, yo tampoco.

—Sólo te estoy protegiendo, Assa.— Frunció el ceño, confuso.— Intentó violarte, estaba dispuesto a volver a hacerlo. ¿Crees que iba a permitir que eso pasara?

—¡No lo hizo! ¡Y tú no tienes derecho a entrometerte en mi vida de esta manera! ¡Eres un maldito salvaje!— Las lágrimas brotaban de mis ojos y empañaban mi visión, pero ni siquiera estaba interesada en ver su rostro de sorpresa y alarma. ¿De verdad se estaba sorprendiendo porque yo no estuviera feliz al ver el cuerpo mutilado de mi hermano?

—Claro que me puedo entrometer en tu vida, eres mía, Astryr. Y no iba a permitir que un hijo de puta estuviera fantaseando con metértela hasta el fondo.

Se llevó la mano a la mejilla anonadado un segundo después de que mi mano le cruzase la cara. No podía seguir escuchando su estupideces, ¡no podía! Joder, sentía haberle pegado pero no podía pensar con claridad, el mundo se me venía abajo y aún sentía la mirada vacía de Axe sobre mi nuca.

—No soy tuya, ni de nadie.— Gruñí entre dientes.— ¿Cómo me has podido hacer algo así?

—Porque te quiero y no te quiero perder, no quiero que te pase nada malo.— Estaba totalmente confundido, la alegría que brillaba en sus ojos al principio se había apagado. Ya ni siquiera miraba a Axe como si su cuerpo mutilado fuera una puta maravilla.

Y yo no comprendía cómo podía decir eso después de lo que había hecho. No le entendía, su locura se escapaba a mi conocimiento.

—Tú no sabes querer, Ivar.— Mi voz se rompió en mil pedazos, desgarrándose.— Así no se quiere, así no se cuida. Eres un salvaje egocéntrico que no puede pensar más allá de si mismo.

Con la tralla final me di la vuelta y encontré a mi padre entre los espectadores. Jamás le había visto tan desencajado como en ese momento, cuando miraba con lágrimas en los ojos a las partes que quedaban descompuestas de su hijo mayor. Después me cogió del brazo y me llevó para casa entre empujones y respiraciones aceleradas.

Al llegar cerró la puerta tan fuerte que pensé que la casa se nos venía encima y me propinó una bofetada que por poco no me tira al suelo. En seguida me agarró del pelo con fuerza y continuó dándome puñetazos con rabia mientras yo sollozaba pidiendo clemencia. Después me lanzó contra la pared y yo caí al suelo mareada, para después sentir sus patadas en mi espalda y estómago. Entre gritos distinguí su gimoteo.

—¡Tu hermano está muerto por tu culpa! ¡Maldita puta! Me has quitado al último hijo que me quedaba, ¡que Thor te parta con su rayo esta noche o sino te mataré yo mismo!

Me cubría la cabeza con los brazos rezando para que los golpes cesaran de una vez por todas. Unas cuantas patadas más fueron suficientes para agotar sus fuerzas, después me agarró del pelo y me hizo mirarle. Ambos llorábamos. Intentó pronunciar algo pero el llanto se lo tragaba, así que simplemente me dejó caer al suelo de nuevo y salió de casa.

El dolor se extendía ahora por todo mi cuerpo, inmóvil y afligido. Tampoco me salían las lágrimas pues las había llorado todas y no tenía capacidad para pensar en nada que las pudiese volver a incitar. De mi nariz empezó a brotar sangre, así como de la boca, cuya saliva tenía un regusto metálico. Sin embargo no era capaz de levantarme para coger un mísero trapo, a penas podía respirar sin que las costillas se me clavaran en los pulmones.

Con la visión nublada distinguí la figura de un hombre que se acercaba y se arrodillaba ante mí. Me tocó la espalda y yo gruñí de dolor. Los oídos me pitaban, aquejados de los fuertes golpes que habían recibido, pero logré distinguir la suave voz de Ubbe en medio del tinnitus.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora