8 - Viaje

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El barco estaba cargado y listo para navegar. Mi padre había vuelto a casa a coger algo que había olvidado, dejándonos a Axe y a mí con los últimos preparativos.

—¿Preparada para tu primera vez?— Inquirió Axe mientras ataba unas cuerdas con sus fuertes y curtidas manos.

—Entusiasmada.— Respondí sonriente, a la vez que comprobaba que todo estaba colocado y en orden.— Ojalá vinieras con nosotros.

—Lo sé, pero no puedo dejar a Egil solo. No sabe cuidarse.— Se burló y ambos reímos.— Parece que alguien te está buscando.

Fruncí el ceño y me giré, encontrándome con la figura de Ubbe abriéndose paso entre la gente. Caminaba deprisa por el puerto, cubierto por una capa azul oscura que tenía atada en un broche de azabache y oro. Me agarré al barco y de un salto bajé de él.

—Ubbe, qué sorpresa.

—¿A dónde te vas sin avisar?— Preguntó sin rodeos. Parecía algo sobresaltado.

—Avisé a Ivar, serán solo unos días.

—Pero no me avistaste a mí.— Interpuso.— ¿A dónde vas?

Giré mi cuerpo levemente para echar un vistazo al barco detrás de mí, donde estaba mi hermano disimulando que no nos miraba.

—Voy con mi padre a pescar. No sé por dónde, él es el navegante.— Dije con una sonrisa, y vi como el gesto de Ubbe se suavizaba.

—Está bien. Espero verte cuando llegues, entonces.

Él frunció los labios en forma de sonrisa y yo carcajeé ligeramente para luego lanzarme en sus brazos en un cálido abrazo. Él tardó en responderme, quizás porque era la primera vez que lo hacía y no se lo esperaba. Pero después de unos segundos me estrechó con firmeza. Al separarnos, asintió con la cabeza y volvió por donde había venido sin decir una palabra más.

[...]

No estaba acostumbrada a navegar, nunca lo había hecho. Mi casa estaba en en una pradera y lo único que teníamos cerca era un lago y un río pequeños. Por esa razón, mi primera experiencia en la mar derivó en varias arcadas y un vómito desagradable.

—Para cuando volvamos a Kattegat, serás toda una experta.— Me aseguró mi padre, ignorando mi rostro pálido y mis mejillas encendidas.

—Más me vale...— Aguanté las ganas de vomitar, mientras el barco seguía siendo zarandeado por el continuo y repetitivo oleaje.

—Aquí tenemos varias trampas.— Dijo mi padre mientras echaba el ancla a la mar, en medio de todo el continuo de agua. Cuanto más lo miraba, peor me sentía.— Venga, bajarás tú. Quítate eso.

—¿Qué? ¿Tengo que saltar al agua?

—Claro, ¿qué te crees que hemos venido a hacer?

—¡Padre! ¡No sé nadar!

Se giró hacia mí como si fuese un rayo que acababa de partir en dos su barco. Los dos teníamos los ojos como platos.

—¿Cómo es eso posible? ¡Salta ahora mismo, verás lo rápido que aprendes!

—¡No!

—Venga, Astryr.

Mi padre tiró de mí, me arrancó la capa que me cubría y de un tirón me lanzó al agua. No es necesario decir lo fría que estaba y de qué manera me congeló hasta el último hueso de mi cuerpo.

—¡Mentirosa, sí sabes nadar!— Se rió al ver que me mantenía a flote. Intenté tomármelo a risa pero me castañeteaban los dientes y el cerebro lo tenía abotargado.

—Solo un poco.

Reconocía que había mentido por miedo –mejor dicho, por pánico – a encontrarme sola en aquel mar de incalculable alcance. Aún estaba asustada, pero para salir de ahí tenía que hacer lo que había venido a hacer. Mi padre me lanzó una daga y me indicó dónde estaban las trampas.

—Sumérgete unos tres metros, a tu izquierda.

No sé cómo lo hice, pero conseguí sacar todos los peces que habían caído en la trampa. Mi padre me ayudó a subir al barco de nuevo y me rodeó con una manta de piel.

—¿A que no ha sido para tanto?— Rió. Aunque estaba enfadada por su técnica para hacerme actuar, le perdoné en cuanto vi en sus ojos el orgullo y la satisfacción. No obstante, el frío no se me pasaría tan fácilmente.

[...]

Habían sido cinco largos días de frío, lluvia y mucha agua alrededor de mí. Cuando por fin divisé Kattegat en el horizonte una felicidad inmensa se adueñó de mi cuerpo. Solo podía pensar en una cama en condiciones, una hoguera que me calentara y en Ivar.

Ivar.

No había dejado de pensar en él en estos días. Había sido mi refugio cuando sentía que el frío me calaba hasta lo más hondo, o cuando me tenía que armar de valor para saltar al vacío. Me había acompañado toda la jornada y había sido el único calor que pude sentir cuando afuera solo helaba. Y después de todo esto, solo deseaba que el calor fuera real, que me ardieran las entrañas al volverle a ver.

—¡Hermana! ¿Qué tal os ha ido?— Exclamó Egil nada más vernos.

—Podría haber sido peor, supongo.— Reí y le abracé con fuerza.

—Me alegro de que vengas entera, hermana.— Añadió Axe con una sonrisa burlona antes de subir al barco y ayudar a mi padre a sacar las cosas.

—Ven, vamos a casa. Estás helada.— Observó Egil y pasó su brazo por mis hombros para darme calor.

La chimenea estaba encendida y pasé suficiente tiempo al lado como para volver a sentirme humana de nuevo. Egil me tendió una sopa caliente y ambos cenamos frente al fuego, mientras nos contábamos cómo habían pasado para cada uno esos últimos cinco días. Él se estuvo riendo de mis penurias y bromeamos durante un largo rato hasta que mi boca se abrió en forma de profundo bostezo.

—Parece que es hora de ir a la cama.— Observó. Se levantó con un rápido movimiento y me tendió la mano para ayudarme.— Descansa, hermana. Te lo mereces.

Con una risa ligera se marchó hacia la habitación y yo fui tras él y me dejé caer en la cama, la cual me abrazó con gusto. Y aunque me moría de sueño, no dejaba de pensar en Ivar y también en Ubbe, y en que debía avisar de que había vuelto. Poco a poco, los párpados fueron cayendo por su propio peso hasta que quedé sumida en un profundo y bien merecido sueño.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora