19 - Preciosa

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Habían pasado dos semanas desde que Ubbe se fue y nadie sabía la fecha de su regreso. La espera se me estaba haciendo eterna y dolorosa. ¿Cuánto más habría de esperarle? Con el paso de los días, se iba difuminando en mi memoria nuestro último encuentro, aquel donde casi ocurre entre nosotros algo inexplicable. Si no hubiera sido por la interrupción de mi padre, ¿me hubiera besado? ¿Le hubiera besado yo a él? Tenía demasiadas preguntas y esperaba aclararlas todas al volverle a ver, pero la espera estaba siendo agotadora.

—Estás muy distraída, ¿va todo bien?— Me preguntó Hvitserk. Acabábamos de tener una jornada de entrenamiento y volvíamos al Gran Salón para tomar algo y reponer fuerzas.

Durante estos días le había pedido a Hvitserk que me entrenara al máximo. Mi objetivo no era ser una máquina de matar, sino asombrar a Ubbe cuando volviera. Quería que viera lo mucho que había mejorado y que me valorara más como guerrera. Aunque él siempre vería raro una espada entre mis manos.

—Solo tengo ganas de que vuelva Ubbe.— Me encogí de hombros y Hvitserk sonrió con complicidad. Negué con la cabeza, leyendo sus pensamientos, y le propiné un manotazo en el brazo.

Al entrar en el Gran Salón nos encontramos con bastante gente hablando y bebiendo, pero no tanta como la que solía reunirse en las fiestas. Una esclava se acercó a nosotros y nos ofreció dos vasos de hidromiel que aceptamos con gusto. Noté una mirada de complicidad entre ella y Hvitserk, además de unas sonrisas para nada protocolarias.

—¿Algo que contar?—Alcé las cejas mientras bebía. Él soltó una risa nerviosa que me pareció adorable.

—Se llama Margreth. Tenemos algo.

—¿Solo eso? ¡Gracias por tanta información!

—No, es que... No se, me cuesta hablar de estas cosas... No tengo a nadie a quien contárselas, ¿sabes?

En ese momento dejé de bromear y adopté una expresión seria, demostrándole así que era todo oídos.

—Me tienes a mí ahora. ¿Qué pasa con ella? ¿La amas?

—¡No!— Respondió sobresaltado y automáticamente, para después bajar la mirada al vaso y jugar con él.— Es decir, no sé. Es una esclava.

—También se puede amar a una esclava, Hvit.— Le dije cariñosamente y él torció el gesto.

—Lo sé, lo sé. El problema es que no sé si ella me ama a mí, o si solo está buscando que la liberen de la esclavitud. No la podría culpar si sólo buscara eso...

Hvitserk se encontraba en una encrucijada importante y, para ser sincera, era difícil ayudarle a discernir entre lo que ella realmente quería. Si enamorando a un príncipe podía conseguir que la liberaran, haría todo lo posible por conseguirlo.

—Ella dijo que me amaba.— Me miró con los ojos llenos de esperanza y una sonrisa tímida pero genuina. Sentí ternura y algo de pena al mismo tiempo.

—No la creas.— Él frunció el ceño.— No creas sus palabras, sino sus gestos y comportamientos. Cualquiera puede decir que te quiere, pero no cualquiera va a cuidarte o a estar para ti. Eso es lo que tienes que ver.

Él asintió cabizbajo, analizando en profundidad lo que le acababa de decir.

—Tienes razón, gracias Assa.— Sonreímos con complicidad y yo me incliné para darle un abrazo. Hvitserk no era demasiado fan de las muestras de cariño, pero poco a poco se iba acostumbrando y aficionando a ellas.— No te acerques tanto que le vamos a poner celoso.

—¿A quién?— Fruncí el ceño al separarme de él.

—A la persona que peor sabe lidiar con sus emociones en este mundo, mi hermano.

Hvitserk rió al ver a Ivar y yo sentí un extraño nudo en el estómago

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Hvitserk rió al ver a Ivar y yo sentí un extraño nudo en el estómago. ¿Por qué siempre estaba mirándome? ¿Por qué con sus comportamientos me decía una cosa pero con sus palabras otra? Me ponía terriblemente nerviosa esa forma de mirarme, hacía que me temblaran las piernas y que el corazón se me desbocara.

Y la peor parte de todo esto era que, cuando pensaba que le había superado, le miraba y me daba cuenta de que no, de que todo era una farsa y seguía sintiendo por él más de lo que podía expresar en voz alta.

—No lo hagas.— Dijo Hvitserk, haciendo que volviera mi atención a él.— No pienses que él te  ama, ni siquiera sabe quererse a sí mismo.

—No lo pensaba...— Murmuré para mis adentros. Hvitserk me hizo un gesto y se alejó para servirse más cerveza, dejándome sola con mis pensamientos.

Tenía a Ivar delante y ni siquiera me atrevía a mirarlo, pero notaba perfectamente sus ojos encima de mí, tocándome cada rincón del cuerpo. Me sentía expuesta y sucia, debía tener el pelo horrible y probablemente olía a sudor. Por algún motivo, me daba vergüenza estar así ante su presencia.

—Estás preciosa.

Alcé la mirada rápidamente. Ivar se había acercado a mí tanto que podía oler su aroma, único y varonil. Alargó el brazo y alcanzó un par de frutos secos de la mesa en la que me apoyaba, para luego llevárselos a la boca.

—¿Qué dices?

Estaba tremendamente confusa con su halago.

—Me gusta verte así.— Me miró a tan solo unos centímetros de distancia. Su aliento en mi piel me hacía estremecer.— Sucia, despeinada, guerrera... Y aún así, preciosa.

Puso énfasis en la última palabra, como si literalmente me la estuviese clavando. Y yo me quedé en blanco, sin ser capaz de pensar por lo cerca que lo tenía. Estaba acostumbrada a sus faltas de respeto pero, ¿esto? ¿Cómo debía reaccionar ante esto? Desde luego, temblar no era una buena opción.

—¿A qué estas jugando?— Balbucí.

—¿A qué juegas tú, intentado ponerme celoso a cada rato?

Quise reír, pero no tenía la capacidad como para eso. Él tenía una expresión seria.

—Me dan ganas de matar a alguien cada vez que tocas a otro hombre y a Hvitserk le tengo muchas ganas. Así que tú verás si quieres seguir jugando.

¿Lo decía jodidamente en serio? ¿Qué le pasaba por la cabeza a este hombre?

—Para odiarme tanto, te genero celos muy fácilmente.

—No te odio, Astryr.— Soltó una risa ahogada y ronca que me hizo estremecer.

—¿Entonces que sientes por mí?— Aproveché el momento para hacerle la pregunta que tantas ganas tenía de conocer la respuesta.

Él se pasó la lengua por el labio inferior y se inclinó hacia mí hasta acercar su boca a mi oreja.

—Podría decirte tantas cosas... Pero si te fijas en la manera en que te miro deberías saberlo todo.

Entonces se apartó, me sonrió educadamente, como si la conversación fuese de otra cosa totalmente banal, y se alejó antes de que llegara Hvitserk.

—¿Qué quería Ivar?

—Realmente, no lo sé.— Respondí aturdida. Todavía no acababa de asimilar las últimas palabras de Ivar ni su comportamiento. ¿Por qué era tan bipolar? ¿De verdad eran necesarios tantos cambios de actitud?

No sabía qué pensar y para ser honesta me estaba empezando a agobiar el estar en la misma sala que Ivar.

—Vuelvo a casa, nos vemos mañana, Hvitserk.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora