116 - Cansancio

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[Narrador Externo]

La mente humana es la cosa más aterradora de todas. Es capaz de provocar el mayor nivel de destrucción posible, capaz de causar más daño que todos los fenómenos naturales juntos, incluso capaz de imaginar cientos de versiones diferentes, cada una más demoledora que la anterior. Pero lo más espectacular de la mente humana es su capacidad de autodestrucción, el daño que voluntariamente se infringe a si misma como un suicida que, irónicamente, ha perdido la cabeza. Algunas mentes inquietas traen de vuelta los miedos recurrentes y los dejan vivir ahí, atormentando a la persona que los porta por mucho esfuerzo que esté poniendo en alejarlos. Y esa es la razón por la cual los niños le tienen miedo a la oscuridad, porque su mente aún es un canvas vacío y aún no hay nada que los atormente desde dentro. Por eso los adultos no temen a la oscuridad, sino a su propio ser.

Él, más que nadie, conocía esa capacidad autodestructora. Le había acompañado tantos años que formaba parte de él. Por mucho que se esforzara en superar sus inseguridades y miedos, ellos acababan ganando la batalla y atacándole incluso en las profundidades de los sueños. Era como una infección que se sufría en silencio, cuya única manifestación tendía a ser la desconfianza y el dolor convertido en maldad.

Una pesadilla recurrente despertó a Ivar, quien se levantó alterado hasta quedar sentado sobre la cama. Su pecho se expandía rápidamente y su frente estaba perlada por una fina capa de sudor. En su mente, miedo y abandono. Solo que esta vez pudo girar la cabeza y verla allí. Esta vez la realidad no correlacionaba con el sueño, sino que encontraba alivio en ella.

Llevaba varias noches teniendo la misma pesadilla, siempre la misma e igual de precisa

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Llevaba varias noches teniendo la misma pesadilla, siempre la misma e igual de precisa. En ella, Astryr no solo le abandonaba sino que le quitaba a Einar y le odiaba hasta el punto de intentar matarle. Ivar era incapaz de actuar contra ella, como si tuviera todo el cuerpo paralizado. Finalmente, ella conseguía matarle entre risas y burlas y, después de su muerte, nadie volvía a hablar de él. Como las palabras, desaparecía sin dejar rastro una vez muerto.

—Ivar...— Susurró ella con preocupación, recién despertada. Aún con los ojos cansados se incorporó y apoyó la mano sobre el pecho de él para comprobar lo rápido que le latía el corazón.— ¿Qué ocurre?

—Nada.— Negó con la cabeza y acarició su mano.— Vuelve a dormir, es tarde.

Ivar se dejó caer en la cama de nuevo y ella imitó su gesto sin dejar de mantener la mano sobre su pecho. Se acurrucó contra su cuerpo y le miró fijamente, percatándose de su sudor y su respiración aún acelerada.

—¿Por qué no puedes dormir?

Él se llevó una mano a la cabeza, mientras que con la otra agarraba la de ella. Se fijó en el techo de la habitación insuficientemente iluminada y recordó la de veces que se había encontrado en la misma tesitura, pero sin ella. ¿Por qué ahora que la tenía seguía sufriendo?

—Es mi cabeza. Tiene una extraña capacidad para volverse oscura y demente, especialmente por las noches.

—¿Tienes miedo de tus sueños?

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora