118 - Lobos

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Justo enfrente de las mazmorras se encontraba un campo de hortalizas cercado por una valla de madera. A unos cuantos metros se encontraba la casa de los dueños, pero por lo demás, el lugar estaba prácticamente desértico. Me pareció un buen sitio para hablar con Ivar, porque esa soledad era justo lo que necesitaba para hacer frente a la conversación que teníamos pendiente.

Apoyé el brazo sobre la valla y aguardé pacientemente a que empezara a hablar, como quién espera una mala noticia ya asimilada. No es que supiera con certeza lo que había podido pasar, pero mi instinto femenino me estaba dando algunas ideas. Solo deseaba que no fueran ciertas.

—No sé como decirte esto, amor...— Ivar miraba al suelo y se balanceaba ligeramente cambiando el peso entre una pierna y otra. Con la muleta le daba golpes a la gravilla del suelo, intentado desviar la atención de forma inconsciente.

—Solo dilo.— Pedí con firmeza. Cada segundo que pasaba mis pensamientos se iban haciendo más claros y seguros. Pero, ¿cómo había podido?— Ivar, no tengo todo el día. ¡Vamos, dilo! Te acostaste con ella, ¿verdad?

—No.— Dijo no muy convencido, yo solté un suspiro y rodé los ojos, al tiempo que estos se me cristalizaban. Estaba claro que lo había hecho.

Aparté la mirada y me mordí el labio con impotencia. Sinceramente, una noticia así era lo último que necesitaba en estos momentos. Pero, ¿por qué? ¿Simplemente porque era atractiva? ¿O había algo más que no me estaba contando? Aunque bueno, tampoco es que me estuviese diciendo mucho.

Lo que me sorprendía era lo mal que se encontraba cuando llegué y lo mucho que parecía haberme echado de menos, pero por lo que podía ver ahora había estado muy bien acompañado. ¿Por qué tenía tanto miedo a que lo abandonara si había sido él el primero en hacerlo?

—No, amor, escúchame.— Dijo cuando un par de lágrimas recorrieron mis mejillas. Me rodeó la cintura con un brazo y buscó mi mirada sin éxito.

—¿Por qué me has hecho esto?— Le reproché con la voz rota.

—No, no... Déjame explicarte, mírame. Ella me estuvo metiendo cosas en las cabeza y, y... Puede que me convenciera al principio, porque estaba solo y pensaba que tú nunca ibas a volver. Pero al final me di cuenta de que, a pesar de todo, yo no quería tener sexo con ella. Te prometí que nunca haría algo así y mantengo mi promesa. Amor, dime que me crees.— Sus ojos me suplicaban que le creyera así que lo hice.

—¿No hiciste nada con ella?

—No.

—Entonces en un par de meses no aparecerá embarazada y pidiendo que te encargues de ese bebé, ¿no?

—No.— Rió.— Jamás la volverás a ver, ya me he encargado de eso.

—¿Qué has hecho?— Alcé una ceja con una mezcla de curiosidad y anticipación. Ivar sonrió ampliamente, puso su mano detrás de mi cuello y dejó un beso en mi frente.

—Digamos que la he mandado fuera de Midgard.

—¿Esa es tu manera de decirme que la has matado?— Solté una risita incrédula.— ¿Desde cuánto evitas tú decir la palabra matar?

Ivar sonrió inocentemente y yo tuve el impulso de lanzarme a besarle. Casi me había matado de un disgusto, pero sorprendentemente no había sido así y lo cierto es que le creía completamente. Desde el primer momento no me había fiado de la actitud de Erika, me parecía una persona capaz de manipular para conseguir lo que quería y estaba claro que lo intentó con Ivar. Pero, gracias a los dioses, mi esposo tenía una voluntad de hierro y había rechazado a tal mujer solo por cumplir su promesa conmigo.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora