46 - Ella

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[Narrador Externo]

La tenue luz cenital alumbraba los cuerpos de ambos, cubiertos parcialmente por gruesas mantas de piel. Ivar tenía su cabeza recostada en las piernas de Astryr y ella jugaba con su pelo aún húmedo, aún con gotas de agua que invocaban el recuerdo del baño.

Mientras que la mente de Astryr estaba en blanco, abandonada a la experiencia de los sentidos, la de Ivar era su contraste. Una mente caótica, imparable, constante de pensamientos. Acariciaba las suaves piernas de ella mientras pensaba en lo importante que se había convertido para él, en que daría la vida para protegerla porque no se imaginaba perderla. Era la única persona que veía más allá de su discapacidad y de su mal humor, la única que le quería y la única a la que había dejado ver su interior. No se había abierto así con nadie, nunca, pero ella derribaba todos sus muros y al dejarle expuesto le abrazaba, llenándole de seguridad y amor. Era imparable.

Pero a pesar de su bondad y seguridad en todo lo que hacía, ¿cuántas veces le dejaría alejarse y cambiar de opinión? ¿Cuándo llegaría ese momento que fuera el último, el imperdonable? Sabía que era una persona difícil de tratar, sabía que para ella sería más fácil irse y olvidarse de él. Así que, ¿cuánto tiempo permanecería a su lado? ¿Hasta cuándo soportaría sus idas y venidas?

Astryr le rodeó con sus brazos como si hubiese adivinado que sus pensamientos eran de todo menos sanos. Le abrazó y se sintió en casa. No, no podía dejar que sus inseguridades le arrebataran eso.

—¿En qué piensas?— Su dulce voz rompió el silencio de la tienda y se quedó resonando en su cabeza por unos segundos.

—En nada.

—No sabes mentir.— Soltó una risa socarrona, usando las mismas palabras que él había utilizado contra ella un rato antes. Él rió ligeramente y se aferró a su pierna suave y dorada. Adoraba sus piernas por ser tan fuertes y delicadas al mismo tiempo, por estar sanas y dispuestas a correr en cualquier momento. Las suyas, en cambio, eran feas y deformes.

—Me encantan tus piernas.— Susurró antes de dejar un par de besos húmedos en ellas. El corazón de Astryr se quedó compungido.

—Son tuyas siempre que quieras recostar tu cabeza en ellas.

Ivar sonrió sin separar los labios y volvió a dejar un beso en su piel. Amaba tantas cosas de ella, pero especialmente lo buena persona que era. Tenía un corazón puro, incorruptible y era demasiado amorosa con todo el mundo, tanto que a veces temía que fuera demasiado inocente. Se podían aprovechar de ella fácilmente y eso le quemaba el pecho de furia, pero a la vez era lo que le hacía especial. Su bondad.

También amaba su lado más salvaje, más valiente y feroz cuando se proponía conseguir algo o cuando él no la trataba bien. Que siempre decía lo que quería y luchaba para conseguir sus metas. Esa parte de ella le volvía demente.

Pero lo más increíble, lo más asombroso, era lo gentil y amable que era con él, a pesar de que no era la mejor persona del mundo. Era tan afectuosa y afable que le derretía por dentro, a él, que era frío como el hielo cuando se lo proponía. Y amaba con locura sus besos, su carisma, sus profundos e intensos ojos, sus mejillas encendidas cuando pensaba algo que ella consideraba inapropiado. La admiraba tanto que podía decir con certeza que jamás se verían otras huellas en su piel, que ella era la única mujer de su vida.

—¿Cómo fue la contienda en Wessex? No te he preguntado.

Ivar salió de sus ensoñaciones al volver a escuchar su voz.

—Matamos al cabrón que asesinó a Ragnar, así que bien. Pero fue una masacre, ha habido muchas bajas. ¿Cómo va el puesto de enfermería?

—Sobrepasado por tantos heridos, tuvimos que renegar de los que estaban en peor estado...—Su voz se apagó, compungida por el recuerdo de tantos guerreros muriendo a la entrada del puesto.

—Estáis haciendo un gran trabajo. Con el tiempo se perfeccionará la técnica y la organización y será mucho más eficaz. Pero por ahora estoy asombrado con todo lo que estás haciendo.— Dijo apartándose para poder mirarla a los ojos y transmitirle también su orgullo de esa manera.

—Es todo un honor asombrar a mi príncipe.— Rió ella divertida, aún con la mano en el cabello de él, jugando con sus mechones oscuros.

Ivar soltó una risa ahogada y le agarró de la cintura para atraerle a él, a sus labios sedientos. Cada vez que le besaba sentía una extraña y placentera excitación, una electricidad en la punta de sus dedos al tocarla. Lo que hacía era magia.

—Ven, vamos a dormir. Debes estar cansado.— Dijo ella, haciéndole un hueco a su lado. Ivar se arrastró con los brazos hasta subir hasta la almohada y apoyar la cabeza. Ella le acarició la mejilla, observando los cortes que había en su piel.

—Estoy bien.— Le aseguró.— Date la vuelta, quiero abrazarte.

Astryr obedeció con una sonrisa divertida y pegó su espalda al pecho de él. Ambos disfrutaban durmiendo así, juntos y seguros.

—Prométeme que mañana nada habrá cambiado.— Suplicó ella, con miedo a que pasara lo que tantas veces antes había pasado. Lo que no sabía es que él tenía el mismo miedo.

—Te lo prometo, Assa.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora