96 - Pulgas

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[Narrador Externo]

Estaba cabreado, sin paciencia y con muy mal humor. Normalmente, gritar solucionaba las cosas pero en esta ocasión no le estaba sirviendo de mucho. Es más, parecía que el simple hecho de prestarle atención le animaba a seguir pisándole los talones.

Todo había comenzado cuando salió de casa por la mañana antes del amanecer, ya que tenía que ocuparse de asuntos importantes como decidir qué hacía con los soldados de Bjorn que estaban ahora bajo su custodia u organizar la llegada de alimentos de localidades vecinas, a las cuales se las tenía que pagar una importante cantidad de dinero para comprar los víveres. Con lo ajetreado que se presentaba el día tuvo que salir del Gran Salón mientras se comía los restos del desayuno, específicamente una tostada de pan con mantequilla y mermelada. Ya en la calle se fijó en un cachorro que merodeaba por los alrededores en busca de comida y Ivar, quien se había despertado de buen humor, decidió darle los restos de su comida.

Error fatal. ¿Por qué había hecho eso? Ahora el chucho no dejaba de seguirle por todas partes, mirándole como si fuera un dios y moviendo la cola enérgicamente en demostración de su implacable felicidad. Ivar no lo soportaba, cada vez que se giraba ahí estaba él y cada vez que se quedaba quieto la pequeña rata se subía en sus piernas en busca de más comida.

Cuando entró en el edificio donde se esperaba recibir la gran cantidad de alimentos pudo respirar con tranquilidad. Hvitserk y él pasaron un tiempo hablando con los dueños, informando sobre la situación de las entregas, hasta que volvieron a salir a la calle.

—Por el amor de Odín.— Gruñó Ivar rodando los ojos al ver que aquel chucho desaliñado le estaba esperando. Su hermano no pudo evitar reírse.

—Es solo un perro, Ivar.— Espetó Hvitserk al ver como su malhumorado y gruñón hermano trataba de deshacerse del pequeño cachorro.— Podrías llevárselo a Astryr, seguro que le encantaría quedárselo.

—Esta cosa no va a estar en ningún lado cerca de mi casa.— Maldijo con desdén mientras se apoyaba en la muleta para caminar más rápido.

—Parece que le gustas.

—Cállate, Hvitserk.

—Venga, hermano. Deberías aprovechar esta oportunidad. ¿Cuánta gente te mira como él lo está haciendo? Te ha elegido como su amo. Deberías ser más agradable con aquellos que te aceptan tal y como eres.— Hvitserk parecía estar divirtiéndose a lo grande.

—O te callas tú solo o te entierro la cabeza en la arena.— Amenazó, silenciando las risas de su hermano mayor. Desde ese momento mantuvo la boca cerrada porque conocía el temperamento de su hermano, pero por dentro no dejaba de encontrar la situación extremadamente cómica.

Cuando Ivar llegó, por fin, al Gran Salón se sintió más aliviado que nunca. Estaba hambriento y cansado, y el olor sabroso que venía del interior le hacía la boca agua. Pero no era el único. Miró condescendiente al chucho que le había seguido durante todo el maldito día y pudo notar cómo estaba más excitado que antes, probablemente por el aroma que salía del Gran Salón.

—Escúchame bien. Astryr no te puede ver porque va a encariñarse contigo, así ya puedes salir de aquí corriendo o sino te echo yo mismo.— Espetó, alzando el dedo índice para señalarle. El cachorro giró la cabeza como si no entendiera, pero su cola se zarandeaba con fuerza.

Ivar soltó un suspiro y entró en el Gran Salón, cerrando la puerta detrás de sí para asegurarse de que no entrara. En el interior se encontraba Astryr poniendo la mesa, de la cual provenía un olor delicioso.

—¡Ivar! Por fin llegas. Einar ya ha comido, ahora está descansando.— Dijo ella con voz alegre.— Te he preparado tu sopa favorita.

Por los dioses, ¿qué he hecho para merecerla?

Ivar dejó apoyada la muleta y se acercó a darla un beso, seguidamente se sentó frente a ella. Al poder descansar su cuerpo sintió un profundo dolor en las rodillas y tobillos, a causa de haberse pasado el día de un lado para otro. Ella le preguntó acerca de los temas relativos a la ciudad y Ivar le contó todo lo que había estado haciendo.

—¿Entonces esclavizaremos a los soldados de Bjorn?— Preguntó antes de llevarse una cucharada de sopa a la boca.

—No, serán libres aquellos que decidan quedarse con nosotros, al resto les mataremos.— Explicó rápidamente.— ¿Puedes preparar esas hierbas? Las piernas me están matando.

Astryr frunció el ceño con preocupación y acarició su mano por encima de la mesa. Estaba acostumbrada a sus dolores, pero siempre se sentía igual de mal cuando los padecía. Si estaba pidiendo ayuda, es que realmente le dolía. El resto de días solía lidiar con el dolor por sí solo.

En menos de cinco minutos volvió con el brebaje preparado y Ivar lo tragó marcando expresiones que denotaban lo desagradable del sabor. Entretanto, unos sonidos en la puerta llamaron la atención de ambos.

—¿Qué ha sido eso?— Preguntó ella.

—¿El qué?

—Eso.— Insistió cuando el sonido volvió a aparecer. Se asemejaba a unas garras arañando la puerta de madera.

—Yo no escucho nada. ¿Hemos terminado ya? ¿Vamos a la habitación?

—Un momento.— Dijo Astryr levantándose de la mesa y yendo directa a la puerta. Al abrirla, un pequeño cachorro entró corriendo y moviendo la cola con alegría.— ¡Es un perro!

Ivar rodó los ojos y apretó la mandíbula. Un segundo después tenía al chucho con las sucias patas sobre su muslo, rogando por un poco de comida.

—Me lleva siguiendo todo el día, es un pesado.— Murmuró con rabia.

—Es tan mono, Ivar. ¿Por qué no le dejaste entrar? Se estaría congelado de frío ahí fuera.— Dijo ella con la voz más aguda y emocionada de lo normal. Cogió un trozo de pan que había sobrado y se lo dio al perro. Después se puso en cuclillas a su lado y le acarició el lomo con los ojos haciéndole chiribitas.

—No quiero que esté en mi casa.— Miró de soslayo al chucho que comía hambriento. Astryr le miró con la mirada encendida y él apartó la vista, sabiendo que se le hacía imposible decirla que no cuando se ponía así.

—¿Por qué? Tiene hambre, está frío... Seguro que no tiene quién cuide él, es tan pequeño...

—Lo digo enserio, no quiero animales en esta casa. Deshazte de él o lo haré yo mismo.— Astryr agarró al perro en sus brazos, apretándolo contra su pecho como si quisiera protegerle. Ivar apretó la mandíbula.

—Por favor, Ivar...—Gimoteó.— Yo cuidaré de él, me aseguraré de que no te moleste. Estoy segura de que a Einar le encantará tener una mascota y podrá aprender a cuidar de los animales. No podemos echarle, no aguantaría ni una semana ahí fuera.

—Por los dioses...— Apoyó la frente en la palma de su mano y soltó todo el aire de golpe.— Sabía que esto pasaría.

—¿Eso es un sí?

—No.

—Venga, Ivar. Por favor.— Suplicó. Él la miró sujetando a la sucia criatura en sus brazos. Los dos parecían estar rogándole. Mierda, ¿por qué tenía tanto poder sobre él esa mirada?

—¿Te va a hacer feliz que nos lo quedemos?— Dijo rendido, aunque aún cabreado.

—¡Sí, sí Ivar! Me haría muy feliz.— Su sonrisa de perfectos dientes blancos fue suficiente para ablandarle.

—Está bien.— Cerró los ojos sin poder creerse sus propias palabras.— Pero como dé problemas le echo yo mismo, ¿queda claro?

—¡Gracias, gracias!— Exclamó ella para luego inclinarse y darle varios besos en la mejilla. El chucho en sus brazos también hizo el intento de lamerle pero por suerte no lo alcanzó. Estaba cabreado y odiaba que se estuviera escapando una sonrisa de sus labios.— Iré a bañarle, tú ve a descansar, esposo.

—Vale, vale...— Sacudió la mano y se levantó de la silla. Ella se fue directamente a lavar al chucho y él se quedó ahí, anonadado por la forma en que había accedido a algo a lo que siempre, toda su vida, se había opuesto. ¿De verdad iba a tener un perro en su casa?

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora