16 - Cercanías

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Me había costado conciliar el sueño aquella noche. Tenía demasiadas cosas en las que pensar y demasiados sentimientos contradictorios. Por un lado, aborrecía a Ivar. Y por el otro, sentía un extraño interés y cariño hacia él. Y lo que es peor, podía leer entre líneas que no me odiaba tanto como intentaba aparentar, que él también tenía su propia batalla interna. De todos modos, ¿qué se supone que había hecho para merecerme su odio?

Por suerte, el trabajo me mantenía ocupada y el cansancio físico se sobreponía a la constante actividad mental. Axe y mi padre acababan de llegar de una gran pesca y yo me estaba encargando de sacar los pesados bidones. Esta mañana el tiempo era horrible y el puerto no estaba tan ajetreado como de costumbre, así que lo tenía fácil para ir colocando la pesca en la pasarela.

—¿Nunca descansas?

Alcé la mirada hacia la fuente del sonido y me aparté unos cuantos mechones de la cara. Ubbe sonreía con una mano apoyada en la cadera, justo al lado de donde colgaba su fiel compañera, el hacha.

—Descansaré cuando me muera.—Esbocé una sonrisa y salté del barco para acercarme a él.—¿Qué haces aquí?

—Solo quería saber cómo estabas después de lo de ayer... Ivar es un auténtico gilipollas pero no quiero que eso te afecte más de la cuenta.— Me miraba con ternura e incluso juraría que tenía las mejillas ligeramente encendidas.

—La pregunta es: ¿no te afecta a ti?

—Llevo siendo su hermano toda la vida, estoy acostumbrado.— Se encogió de hombros con una sonrisa muy dulce.

—Entonces yo debo acostumbrarme.— Sonreí.— No te preocupes por eso. Preocúpate si quieres por mi espalda, que me la estoy partiendo.

Señalé todos los bidones que había sacado del barco y Ubbe soltó una carcajada.

—¿Has hecho todo esto tú sola?— Inquirió con una ceja alzada, incrédulo.

—Pues sí, estoy más fuerte de lo que crees, idiota.— Bromeé, mostrando mi bíceps con orgullo. Él se rió con gracejo.

—Aún así. No voy a dejar que sigas haciéndolo tú sola, ¡manos a la obra!

Ubbe saltó ágilmente al barco y empezó a hacer el trabajo. Yo le miré desde abajo entre risas.

—Eres príncipe, deberías estar haciendo cosas importantes.

—Para mí esto es importante.— Me miró fijamente con una sonrisa enorme.— ¿O sino cómo voy a alimentar a Hvitserk? Probablemente tengas que hacerle ofrenda de varios de estos.

Reímos a carcajadas, libres y alegres. Teníamos el lugar para nosotros solos y me hacía tremendamente feliz pasar tiempo a su lado. Siempre sabía cómo sacarme una sonrisa sincera y eso era importante para mí. Me consideraba una persona optimista y feliz, e intentaba irradiar esa felicidad a todo aquel a mi alrededor, pero con Ubbe todo eso se multiplicaba por cien. Era él quien me hacía feliz a mí.

[Narrador Externo]

—Estos son un poco más pequeños, caben unas treinta personas, pero son muy ligeros y tienen muy poco calado.— Explicó el constructor de barcos, señalando dos de sus últimas creaciones.

—Necesitaremos decenas de estos, y algunos más grandes para llevar los alimentos y las tiendas. ¿Para cuándo los podrás tener?— Preguntó Bjorn, con el ceño fruncido por la de cálculos que estaba haciendo en su mente.

A diferencia de Ivar, cuya mirada se había desviado a un kilómetro más allá, donde se encontraban Astryr y Ubbe.

¿Qué diablos hacían juntos a esas horas de la mañana? ¿Por qué la estaba ayudando a hacer su trabajo?

Las preguntas que se hacía cada vez le cegaban más y la rabia se contenía en el recipiente frágil que era su cuerpo. Odiaba verles juntos y menos así, como si sus vidas estuviesen irremediablemente unidas.

—A la próxima, si no vas a decir nada no te molestes en venir.— Objetó Bjorn una vez el encuentro hubo terminado, sorprendiendo a Ivar.

—Vete a la mierda.

(***)

Estaba solo. Para variar. El Gran Salón para él solo. Llevaba más de una hora con el miso vaso en la mano, pero diferente cerveza. Hubiera deseado que Margreth estuviera ahí, la esclava que su hermano se estaba follando, simplemente por el placer de jugar con ella. Pero desgraciadamente para él, estaría con Hvitserk, haciendo de todo menos su trabajo.

Los odiaba.

Pero sobretodo odiaba a Ubbe. Siempre había sido el elegido, el más querido por sus padres, y ahora por ella... La rabia le corría por las venas alcoholizadas y eso unido a la soledad no era muy buena combinación. Esta noche, Bjorn se lo había llevado a una consulta con el rey Tanik, para negociar el ofrecimiento de hombres que participaran en la batalla de Inglaterra. Pero no se lo había llevado a él. Y eso le quemaba por dentro. El sentimiento de sentirse desplazado en todos los jodidos ámbitos de su vida.

De pronto, la puerta de la entrada se abrió con un chirrido, y entró en los aposentos la figura de una mujer esbelta, cubierta por una capa oscura. El vigilante a su izquierda se tensó y se volvió a relajar cuando ella destapó su rostro.

Se miraron unos segundos, entendiendo que estaban solos.

—¿Qué haces aquí?

—Había quedado con Ubbe pero no se ha presentado. Pensaba que podría estar aquí.— Explicó Astryr, inundando con una voz dulce la estancia.

—Ah, dulce Astryr...— Ivar jugó con su vaso de cerveza antes de llevársela a los labios.— Mi hermano se ha ido, te ha dejado sola. Yo no te habría hecho eso.

Ella frunció el ceño y se aproximó a la mesa donde él estaba sentado

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Ella frunció el ceño y se aproximó a la mesa donde él estaba sentado.

—¿Dónde se ha ido? Prometió que nos veríamos esta noche.

Ivar sintió como la rabia se apoderaba de él en cuanto esas palabras salieron por su boca. En su mente, imágenes explícitas de lo que podría haber pasado esa noche entre ellos lo rompían por dentro.

—Ya sabes lo fácil que es aburrir a un hombre.— Se encogió de hombros, intentando aparentar entereza.

Astryr soltó una risa apenas audible y se sentó a su lado, sin llegar a meter los pies bajo la mesa y dejando una distancia considerable entre ellos.

—Tú no pareces fácil de aburrir, Ivar. Debes de tener muchos entretenimientos.

Para empezar, su cercanía le incomodaba. Le incomodaba muchísimo su aroma, su mirada y la forma en que su cuerpo reaccionaba ante todo aquello. Odiaba pensar que Ubbe tenía esa proximidad cada día y, seguramente, no la apreciaba tanto como él lo hacía.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora