47 - Espada de doble filo

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El agotamiento acumulado de todo el día me había conducido al sueño profundo en pocos minutos, pero a mitad de la noche algo, o más bien alguien, comenzó a despertarme. Unos besos en el cuello, una mano acariciando la cara interior de mi muslo, una respiración pesada cerca de mi oreja...

—No estás dormida, ¿a que no?— Susurró con voz ronca y provocativa.

—Lo estaba.—Murmuré en un quejido. Ivar apretó su cuerpo contra el mío y pude notar su excitación, otra vez.

Me mordí el labio intentado contenerme y no ceder ante sus besos y caricias. Estaba excitado, ¡vaya que si lo estaba! Pero era de noche y estaba durmiendo. Sólo quedaban un par de horas, una como mucho, para que el sol saliera, ¿no podría haber esperado un poco?

—No podía dormir, tengo el sueño ligero y aquí hay mucho ruido.

—Pues yo no escucho nada.— Tonteé y se me escapó una risita que me quitó el sueño por completo.

—Hay ruidos de vez en cuando que me hacen estar muy alerta. Estamos en territorio enemigo, ¿lo olvidabas?

Me sentía mal por su insomnio, aunque también me sentía muy segura a su lado. No porque sabía a ciencia cierta que me protegería si algo pasaba, sino porque nunca bajaba la guardia y estaba preparado para saltar de la cama en segundos.

—Vamos, amor, necesito sentirte una vez más.— Gruñó hundiendo sus labios en mi cuello. Acaricié su pelo, dándome por vencida, y me di la vuelta hasta quedar boca arriba.

Ivar comenzó a besar mi cuello, mi clavícula y mi pecho, asegurándose de succionar lo suficiente como para dejar marca. Al terminar su obra maestra, admiraba los tonos violáceos de mi piel y sonreía satisfecho. Normalmente cuando lo hacíamos se lo tomaba muy enserio, no sé si por estar demasiado concentrado o demasiado excitado. Sin embargo, a veces se escapaba una sonrisa en sus labios cuando me hacía gemir su nombre con una mezcla de placer y dolor. Eso era algo que le maravillaba, producir desesperación, tentar, otorgar un doloso placer.

Aunque en nuestros momentos de intimidad y tranquilidad era totalmente cariñoso y gentil, preocupado por que estuviera bien en todo momento, durante el sexo era diferente. Se comportaba de una manera mucho menos romántica, más salvaje, más ruda. Al principio intentaba tomárselo con calma, ir despacio, pero esa tentativa le duraba poco tiempo. Su nula capacidad de autocontrol le hacía volverse loco en pocos minutos. Y lo peor de todo es que a mí me encantaba, adoraba esas dos facetas suyas y lo que causaban en mi cuerpo.

Ivar se dejó caer a mi lado. Dejó su brazo por encima de mi estómago y sus piernas entrelazadas a las mías, algo que nunca antes había ocurrido por sus inseguridades.

—¿Estás bien?— Me preguntó preocupado, aunque no creo que tuviera dudas en que estaba mejor que nunca.

—No creo que pueda andar en días.— Exageré, llevándome el labio inferior entre los dientes.

—Pues ya somos dos.— Bromeó y ambos reímos a carcajada limpia. Me gustaba que fuera capaz de bromear acerca de sus piernas, porque era un paso más cerca para aceptarlas tal y como eran.

—Te tendré que coger prestada la muleta.— Sonreí divertida mientras acariciaba su brazo con las uñas.

—Haré que hagan una para ti, a partir de ahora la vas a necesitar.— Le di un codazo suave y solté una risa ahogada.

—Quizás si no fueras tan brusco no la necesitaría.

Seguía bromeando, pero Ivar se lo tomó enserio y frunció el ceño con preocupación. Levantó ligeramente la cabeza para mirarme fijamente a los ojos.

—¿Te he hecho daño? Quiero decir, daño real.

—No.— Le aseguré y sellé sus labios con los míos como si fuera un pacto.— Es más, me gusta. Aunque no sé si debería decirte eso, quizás te sirva para inspirarte más de la cuenta.

—Tengo grandes planes para ti, pequeña.— Rió y todo su pecho vibró. Su lengua se abrió paso entre mis labios, revolviendo mi interior una vez más. Por los dioses, este hombre era insaciable.

—Tengo miedo.— Declaré agazapada.

—Está bien que lo tengas.— Alzó una ceja provocativa, que dejaba ver entre líneas sus planes malvados. Aunque realmente no tenía ni idea de a qué se refería, los dos éramos nuevos en esto y aprendíamos acerca de nuestros gustos y preferencias en cada momento que acontecía.

—No seas demasiado malo.—Le pedí. Él se había dado la vuelta quedando boca arriba y yo me abracé a su cuello.

—Pensaré en ello.— Rió.— Ahora déjame dormir.

—¿Perdona? Tú me despertaste antes, ahora debes entretenerme hasta que me duerma.— Dije juguetona, sin un poco del sueño de ese que antes me hundía. En cambio a él se le agotaban las fuerzas cada vez que lo hacíamos.

—Está bien

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—Está bien.— Cedió demasiado rápido, sorprendiéndome.— Ven aquí, te peinaré hasta que te duermas.

Satisfecha, recosté mi cabeza en su pecho y noté al segundo sus dedos enredándose en mi pelo. Me daba tanto gusto que se me cerraron los párpados y caí rendida aún antes que él.

(...)

—Astryr, Astryr, despierta...

Era la segunda vez que Ivar me despertaba esta noche y por mucho que hubiera merecido la pena la primera vez, en este momento no estaba dispuesta a mover un solo músculo. Me pesaba todo el cuerpo y sólo el pensar todo lo que tenía que hacer por la mañana me hacía querer dormir más.

—Astryr, por favor, levanta. Nos están atacando.

Abrí los ojos como platos. ¿Había escuchado bien? Ivar estaba colocándose la armadura como podía y mirando a todos lados alrededor de la tienda, atento por si alguien entraba. De repente empecé a escuchar voces y algún que otro grito. Poco a poco, todo se fue haciendo más obvio y yo no entendía cómo no me había despertado con semejante ruido.

Miré a Ivar preocupada y algo paralizada, no sabía que diantres hacer ni cómo reaccionar. ¡Aún seguía desnuda! Mierda, mierda.

—Tranquila, no dejaré que te pase nada.— Ahuecó mi rostro entre sus manos y me miró fijamente. Sus ojos refulgían y tenía las pupilas dilatadas, más alerta que nunca.— Vístete rápido y no salgas de aquí, ¿me has oído?

Asentí torpemente y me levanté de lo que se suponía que era una cama. Me puse el vestido rápidamente, haciendo malabares para no caerme. Ivar me dio una espada bastante pesada y me besó.

—Ningún cambio de planes, ¿vale?

—Espera, ¿a dónde vas?

Antes de darle tiempo a responder las losas de nuestra tienda se abrieron de par en par y un soldado entró con la espada en alto. Solté un grito ahogado y retrocedí inconscientemente, pero el instinto de Ivar fue el contrario y le clavó su espada en el pecho, atravesándole la espalda.

Nuestro asentamiento estaba siendo atacado a pocos minutos de los primero rayos de sol, se escuchaban gritos desde todas los lugares posibles y yo no podía salir del maldito trance.

—Necesito ir al puesto sanitario.— Logré articular.

Ivar sacó la espalda del cuerpo del soldado y asintió sin miramientos.

—Ten cuidado.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora