84 - Einar

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Ivar volvió a rechazar mi mirada pero asintió débilmente con la cabeza agachada. Jugó con las telas de sus pantalones en un intento por distraerse de la conversación inminente, aunque a mí me llegó a molestar el hecho de que hubiera adoptado una actitud tan pasiva. Me crucé de brazos y solté un suspiro antes de hablar.

—Llevas muchos días comportándote de una manera extraña, Ivar. He estado esperando a que me contaras qué te pasa, he intentado darte espacio y tiempo, pero ya no puedo seguir haciéndolo. Me estás preocupando, ¿qué te ocurre?— Fruncí el ceño con mirada de súplica pero él no tuvo el detalle de mirarme. Suspiré hastiada.— ¿Es Einar? ¿Es que te arrepientes de tener un hijo?

—¿Qué? ¡No! ¡Por los dioses, es lo que siempre he deseado!

—¿Entonces qué es? ¿Soy yo? ¿Hay algún problema en la ciudad del que yo no me haya enterado? ¡Mírame cuando te hablo, Ivar!

—¡Joder, no, no eres tú! Es que... ¡Ahh!— Gruñó con frustración y lanzó la muleta al otro lado de la habitación. Los dos nos quedamos en silencio los siguientes minutos, él con la cabeza entre las manos y yo tomándome un tiempo para tranquilizarme. Después me senté a su lado y acaricié su espalda con cariño. Ivar no toleraba que le gritaran, pues no hacía más que calentar su ansiedad interna. Y yo no había sido comprensiva a la hora de abordar el tema, pues sabía de antemano que Ivar tenía serios problemas a la hora de expresar las cosas que realmente le afectaban.

—Tranquilo...— Susurré, llevando mi mano a su pelo y acariciándolo. Su ritmo cardíaco empezó a disminuir, hasta que por fin se descubrió la cara y puso su mano en mi muslo.— Te escucho.

—Cuando estabas embarazada fui a ver al vidente para preguntarle por nuestro hijo, porque el miedo a que saliera tullido me estaba volviendo literalmente loco.— Aunque sorprendida, asentí con un ruido de garganta y esperé a que continuara. Entretanto, seguía acariciando sus mechones trenzados.— No sirvió de mucho, me dijo cosas sin sentido. Lo único que llegué a entender fue lo siguiente: vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Así que cuando vi que Einar tenía mis mismos ojos azules... Simplemente no supe cómo afrontarlo. Lo único que sé es que los dioses lo han destinado a morir, están empecinados en quitarme todo lo que quiero. Nunca me han sonreído.

Solté un largo suspiro para luego poner mi mano sobre la suya. Hice que me mirara y le mostré una sonrisa de alivio que no supo cómo descifrar.

—Los dioses tienen razón: Einar va a morir. Yo también lo haré algún día, y tú igual. Ninguno nos quedaremos aquí para siempre, eso no es algo nuevo. Pensaba que tú no le temías a la muerte.

—No temo la mía, pero sí la de mi hijo o la tuya.— Frunció el ceño. Podía notar cómo se estaba imaginando la situación por el brillo desolador de sus ojos.

—El destino está escrito, no hay nada que temer. Disfruta de tu hijo ahora que todavía es un bebé porque en cualquier momento será un hombre hecho y derecho que no necesitará la protección de sus padres. Cuando el día llegue, si es que nosotros estamos vivos para verlo, estaremos felices por haberle convertido en un buen hombre.— Acaricié su mejilla con ternura y él frunció los labios al asentir.

—¿Por qué siempre sabes que decir?— Sonreímos y yo le abracé, apoyando la mandíbula en el hueco de su cuello. Él me rodeó con los brazos y jugó con mi cabello por unos largos segundos.

—Y por cierto, no digas que los dioses no te sonríen porque eres el rey de Kattegat, el padre de una criatura hermosa y el esposo más afortunado de todos.— Solté una risita.

—Tienes razón.— Rió.— Supongo que estoy tan acostumbrado a la desdicha que me quejo por inercia.

—Seguramente.— Reímos. Después le cogí de la mano y me levanté de la cama de un salto.— Volvamos con el pequeño, Hvitserk debe estar sobrepasado.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora