136 - Castillo

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[Narrador Externo]

Ambos hombres se quedaron mirando durante unos breves segundos, descapando los años de sus pieles y recordando a los niños que fueron antaño. Cada uno tenía sus pensamientos y esperanzas, pero los dos compartían esa sensación de familiaridad y hermandad. En el pasado sus diferencias habían sido insalvables, pero esta vez les unía algo muy fuerte. Algo que a los dos les importaba demasiado.

—Yo también me alegro de verte, aunque me gustaría que fueran otras las circunstancias.—Dijo Ivar con los labios fruncidos. Ubbe asintió bajando la mirada.

—Desde luego, pero arreglaremos esto.

Unas pisadas rápidas en el pasillo se hicieron presentes dos segundos después en la estancia. Einar y Dahlia acababan de volver y ambos se quedaron sorprendidos ante la presencia de los invitados. La joven se quedó agazapada al lado de la mesa mientras que Einar hizo uso de su cordial personalidad para presentarse.

—Debes de ser el rey Ubbe, mi tío.—Habló amablemente y le tendió la mano. El aludido se quedó absorto ante la imagen de aquel niño convertido en hombre.— Soy Einar Ivarsson, ¿no me recuerdas?

—Sí, claro que sí.—Balbució y le respondió al saludo. Había intentado prepararse para este momento, para cuando viera a su hijo después de más de diez años. Pero honestamente nada se parecía a los sentimientos que se agolpaban cuando lo que tenías delante era la realidad y no un sueño. Einar era tan parecido a su madre que un dolor le oprimió el pecho.— Me alegro de volver a verte, chico. ¿Te acuerdas de mi hija, Asa?

Ubbe se hizo a un lado y la joven de diecisiete años dio un paso al frente. Claro que se recordaban, aunque el tiempo que estuvieron juntos fuera ínfimo entre todos los recuerdos de su vida. Asa arrebató la mirada del muchacho al instante, quien no había visto jamás unos ojos tan negros como aquellos. Su cabello dorado caía por sus hombros de forma limpia y lisa, dando la sensación de absoluta perfección, o al menos así lo percibió él. Asa también se quedó anonadada al volver a ver a aquel joven de rostro pícaro y divertidas pecas en las mejillas que la miraba tan intensamente.

—Por supuesto.—Acertó a decir Einar con una sonrisa de medio lado. Asa agachó la mirada presa de la vergüenza y escondió una tímida sonrisa en sus labios finos.

—Y mi mujer, Torvi.—Ubbe siguió con la presentación ubicando a su esposa a su derecha. Las dos mujeres saludaron al rey con el debido respeto.— Ella debe ser Dahlia, ¿verdad?

—Sí, es mi niña.—Habló orgullosamente Hvitserk mientras la obligaba con la mirada a acercarse al grupo.—Ven a saludar, anda.

Dahlia se acercó y dio un traspié con la pata de la mesa, provocando una risa silenciosa en los más jóvenes. Einar pensó que aquello solo le podía pasar a su prima y Dahlia quiso que la tierra se la tragara. Ella era el tipo de persona que siempre acababa haciendo reír a los demás, aunque no siempre se sintiera cómoda con esa función.

—Y ella... ¿Quién es?—Intervino Torvi, que no había podido dejar de fijarse en la niña que se escondía tras el robusto cuerpo de Ivar. Su padre la hizo salir de detrás de él y la presentó con cariño, pero sobre todo con mucho orgullo. Aunque no fuera a admitirlo, tenía ganas de hacer esto. En su vida había escuchado muchas veces cosas como que Einar no era su hijo y, en ocasiones, que era de Ubbe. Pero su hija Skadi era la prueba de que sí era capaz de procrear, que ambos eran sus hijos sin importar lo que el resto dijera.

—Ella es Skadi, mi hija.

Ubbe no pudo esconder su desconcierto. ¿Cómo era posible que Ivar hubiera tenido una hija? Estaba más que seguro de que él no era capaz de eso, pero las pruebas eran casi irrefutables, eran dos gotas de agua idénticas. La pequeña era la versión femenina de su padre, físicamente no había sacado demasiados rasgos a Astryr. Así que tenía que ser cierto, Ivar y Astryr tenían una hija. No estaba muy seguro de cómo eso le hacía sentir, un poco de celos quizás, pero también se alegraba genuinamente de que hubiesen conseguido algo tan milagroso como aquello. Una cosa era cierta, esa niña no debería haber nacido, y su milagro era algo que solo los dioses entenderían.

[Narra Astryr]

Estaban riéndose de mí. Incluso cuando consideraban esto una ceremonia sagrada, se reían de mí abiertamente, mostrándome sus dientes depredadores.

Dos semanas después de llegar aquí me hicieron saber que debía ser bautizada si quería seguir teniendo el mismo trato cortés y respetable que entonces. También me dieron la opción de negarme a ello y yo lo hice por descontado. No estaba dispuesta a renunciar a mis dioses de esa manera, los mismos que me habían dado a mis dos pequeños y que habían salvado a Ivar de una muerte prácticamente segura. En ese momento pensé que estaba dispuesta a todo con tal de seguir en paz con mi religión, pero claramente no sabía lo que acontecería después.

Seguidamente de negarme a ser bautizada me desahuciaron de aquella habitación y acabé en una lúgubre y andrajosa celda en los sótanos del castillo. El lugar era húmedo y frío, sin luz natural y con la única compañía constante de ratas y pequeños insectos. Con el paso de los días mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, mi espalda se acostumbró al suelo de tierra húmeda y mi estómago se hizo a la idea de que un trozo duro de pan era todo lo que me iba a llevar a la boca al día. Pude lidiar con eso por mis dioses, porque era el correcto sacrificio que debía hacer. Pero luego comenzó a ocurrir algo que simplemente pudo conmigo, que me martirizó por completo.

La primera vez que pasó me llenó de ira y de furia, me hizo jurarles venganza y les aseguré que se arrepentirían. Pero paulatinamente, ese cólera fue transformándose en resignación y aceptación. Llegó un punto en el que ya no luchaba, ni siquiera me movía al ver las luces de las antorchas por la rejilla o las voces de los soldados acercándose. Acepté mi destino como si fuera una muñeca de trapo sin voz ni voto, porque realmente es lo que era. A ellos no les podía importar menos mi sufrimiento, sino todo lo contrario, creo que se regocijaban en él.

La falta de luz natural me hacía confundir los ritmos circadianos, pero pronto aprendí que cuando ellos llegaban significaba que era de noche. Muchas veces, el martirio duraba hasta la madrugada, pues no paraban de llegar hombres que aprovechaban sus descansos en la guardia para abusar de mí. Ellos me rompieron de tantas formas que de alguna forma me deshumanizaron, me dejó de importar la religión y todo lo demás, lo único que actuaba era mi instinto para salir de ahí.

Así fue cómo terminé donde estaba ahora, saliendo de un río donde un supuesto sacerdote me acababa de bautizar. Lo que iba a ser una pequeña ceremonia se acabó convirtiendo en todo un espectáculo, lleno de toda clase de espectadores. Para ellos, esto era una prueba de mi buena fe y representaba la esperanza en que los acuerdos que el rey tuviera con Ivar se cumplirían. Pero lo cierto es que yo no sabía nada de esos acuerdos y todas estas joyas que me habían prestado no eran más que la tapadera de su espectáculo.

—Eres una verdadera belleza, Astryr.—Dijo el rey acercándose a mí, lo suficiente para que nadie más alcanzara a escucharnos.—Especialmente ahora que te has convertido al cristianismo, has tomado una muy buena decisión.

—Eres un bastardo.—Mascullé, volviendo a notar esa rabia que hacía tiempo me había abandonado.— Espero que Ivar nunca te dé lo que sea que le estás pidiendo.

—Oh, sí lo hará.—Rio con soberbia.— Solo si realmente le importa lo que yo le doy a cambio.

Luego se dio la vuelta, sonrió para la multitud y me presentó como la nueva cristiana recién convertida. Quería gritar, quería escapar de todo esto pero simplemente permanecí ahí de pie y me sentí más vacía que nunca.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora