[Narrador Externo]
Amaba a Astryr. Lo hacía desde hace tiempo de una manera inexorable, ineludible, con cada parte que formaba su ser. Y cuando pensaba que no podría dar más de sí mismo, se encontró flotando, etéreo, en el nuevo sentimiento que había desencadenado la noticia de que iba a ser padre. Él. Un tullido. Un monstruo despiadado, al menos la mayoría del tiempo.
Durante años pensó, junto con el resto de sus conocidos, que era incapaz de dar placer a una mujer. Astryr le demostró que estaba equivocado. Y durante años le pesó la creencia de que su condición le incapacitaba para tener hijos. Y Astryr volvió a demostrarle que estaba equivocado. La vida a su lado no era la misma, era un continuo descubrimiento del mundo y de sí mismo. No eran pocas las ocasiones en las que se aseguraba, sin ningún ápice de duda, que tenía el carácter y la belleza de una diosa, y que su vida desde entonces estaba llena de magia.
Ser padre era algo que le había llenado sobremanera, quizás porque fue otro duro golpe a todas esas creencias que desde siempre le habían arruinado el autoestima. No obstante, su enferma y extraña oscuridad se arrastraba inquietantemente todo el tiempo, envenenando su mente con inseguridades y dudas. En primer lugar se preguntaba qué tipo de padre sería, pues durante su infancia siempre le faltó esa figura paterna que le guiara y que le dotara de habilidades y conocimientos para el día en que él mismo fuera padre. Una de las razones por las que Ragnar nunca se comportó como un padre para él, fue porque pasó toda su infancia esperando la muerte inevitable de su hijo tullido. O al menos, eso es lo que siempre había pensado Ivar.
Pero lo que más miedo le daba, lo que realmente le quitaba el sueño, era que su hijo compartiera la misma maldición que él. En sus peores pesadillas, Astryr daba luz a un bebé deforme y monstruoso, con los mismos ojos azules que su padre. Por esa razón, deseaba y suplicaba que aquel bebé poseyera los tiernos y bondadosos ojos de su madre, dotados de magia divina.
—Mi señor.— Una voz profunda y grave le sacó de sus cavilaciones. El oficial aguardaba en el centro del Gran Salón con las manos en la espalda y el pecho fuera. Ivar hizo un gesto con la mano, instándole a hablar.— Nos hemos desecho de los hombres de Bjorn, como ordenó, y el pedido de lanzas y flechas acaba de llegar a la armería.
—Bien.— Sonrió con astucia, viendo cada día como su plan de derrocamiento estaba más cerca. Aunque ya estaban listos los preparativos, todavía quedaba algo más por hacer: casarse, pues quería proclamarse rey el mismo día en el que pudiera proclamarla a ella como su reina.
Después de la noticia de que iban a ser padres, no hubo discusión en que también se casarían. Él no había nada que deseara más, y ella se había dado cuenta de que su relación debía evolucionar de acuerdo a los nuevos acontecimientos. Por lo tanto, llevaban semanas con los preparativos de una boda que esperaba ser tan magnifica como inolvidable, tanto como el amor que se profesaban.
—Una cosa más. ¿Los trajes del novio y la novia están listos?— Inquirió ansioso.
—Me pasé ayer por el taller y aún estaban a medias. La seda y los hilos de oro de los brocados tardaron en llegar, mi señor.
—¡Pues que se den más prisa! No pienso retrasar la boda. Ponga a disposición a todos los esclavos que hagan falta.
—Sí, señor.
El oficial abandonó la sala y Ivar soltó un suspiro pesado antes de levantarse y coger su muleta. La tensión de las últimas semanas le estaba pasando factura, especialmente al dolor de sus piernas, puesto que no había podido estar sentado durante el tiempo que realmente necesitaba. El bienestar solo se restauraba por las noches, cuando dormía junto a Astryr. Definitivamente había algo mágico en ella.
Con pasos cortos y aquejados consiguió llegar hasta aquella choza, oscura y hedionda. Llevaba días queriendo presentarse en la lúgubre vivienda del vidente, pero el miedo a saber siempre le había echado hacia atrás. No obstante, había llegado a un punto donde no soportaba las pesadillas y odiaba despertarse inquieto con la imagen de un bebé deforme saliendo del cuerpo de Astryr. Así que entró, intentando dejar el miedo fuera, y se sentó frente al anciano.
—Te estaba esperando, Ivar Ragnarsson.— Habló con una voz agrietada, seca.— ¿Qué es lo que busca un hombre como tú?
—Quiero saber si mi hijo, el bebé que Astryr lleva en su vientre, va a tener la misma condición que yo.— Preguntó sin rodeos, demasiado ansioso por conocer una respuesta igual de clara que su pregunta. Pero los dioses nunca eran claros.
—Sí y no.
—¿Cómo que sí y no? ¿Qué significa eso?
—Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.— Añadió el vidente, confundiéndole aún más. Frunció el ceño cuando este le ofreció la mano.
—No entiendo nada. ¿Estará igual de enfermo que yo o no? ¿Morirá o vivirá?
—Todos morimos, Ivar Ragnarsson.— Sentenció, y esta vez Ivar lamió el interior de su mano como agradecimiento.
Al salir de aquella choza tenebrosa se sintió más perdido que nunca y pensó en que quizás nunca debería haber ido a escuchar las habladurías de un anciano convaleciente. Las respuestas del vidente generaban más dudas de las que resolvían y eso no era nada bueno para su mente inquieta. ¿Cómo podía ser que su hijo estuviera, y no a la vez, enfermo? ¿Qué quería decir con que la muerte llegaría con sus ojos? Eso último solo hacía que aumentara su miedo desbordado a que la criatura portara sus cristalinos ojos azules.
Volviendo al Gran Salón se encontró con Astryr, quien había salido a hacer la compra. Normalmente la hacían las esclavas, pero ella había insistido en encargarse de la tarea, pues no llevaba demasiado bien el hecho de no tener trabajo. Colgado del brazo izquierdo llevaba una cesta y con la mano derecha se tocaba la incipiente barriga, suficientemente sutil para no llamar exageradamente la atención. El vestido que Ivar le había regalado, de tonos amarillos pastel, le hacía lucir de una forma dulce e incluso romántica. Cuando Ivar se acercaba se percató de que ella tenía la mirada posada en un pequeño recinto donde un cabrito, de pocas semanas de vida, parecía danzar bajo su atención.
—Ahora ya sé quién te entretiene todos los días.— Lució una sonrisa que mostraba todos su dientes. Ella pegó un brinco asustadizo y rió animadamente.
—Le he visto nacer, qué puedo decir. Me roba la atención cada vez que paso por aquí.— Sus ojos iluminados mantuvieron la sonrisa de Ivar, quien seguía deseando en voz baja que su hijo poseyera aquellos vívidos colores en sus iris.
—Dame eso, no quiero que lleves peso.— Cambió de tema al clavar su mirada en el brazo de ella, cuya piel estaba enrojecida alrededor del asa.
—Tampoco quiero que lo lleves tú.— Rebatió ella, girándose ligeramente para impedir que él alcanzarla la cesta.— Además, no pesa tanto.
—No me lleves la contraria, dámelo. Por cierto, ¿no le dije a esa esclava que te acompañara a comprar? ¡Para qué demonios doy órdenes si luego no hacen ni caso! No va a dejarte sola a la próxima vez, por la cuenta que le trae.— Gruñó, sacando su lado más sobreprotector. Desde que sabía que estaba embarazada, no había parado de dar órdenes a todo el mundo para que la cuidaran y le ayudaran con todo lo necesario... Y con lo no necesario también.
—Cariño, tranquilo.— Se carcajeó ella.— La dije que no hacía falta, me apetecía dar una vuelta sola. Por cierto, ¿de dónde vienes?
—De ningún lado. Vamos a casa, tienes que descansar.— Dijo apoyando la mano en su espalda, incitándola a andar en dirección al Gran Salón. Astryr ahogó una risita y se pegó a su cuerpo, descansado la cabeza en su hombro por unos segundos. Él dio un suspiro y sonrió, olvidándose por un momento de todo lo que antes le inquietaba.
ESTÁS LEYENDO
El palacio del sufrimiento // Ivar The Boneless
أدب الهواةY te quiero a rabiar Pero sabes que hay un infierno dentro de mi cabeza No te dejes llevar Lucharé contra las fieras No te dejes llevar Tengo el corazón a medias ¿No te dije que me llenas? [Créditos: Hoy es el día - Lionware] Finalista Premios Watty...