126 - El templo de los dioses

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Durante los siguientes dos meses, mi vida consistió en cuidar y velar constantemente por la salud de mi pequeña, la nombrada Skadi. Su nombre le hacía justicia pues tenía la piel nívea como el más puro de los blancos. Era una niña pequeña y delicada que apenas llenaba mis brazos, pero que ocupaba todo mi corazón y mis pensamientos. No era para mí una hija, sino un milagro, un regalo que nos habían obsequiado los dioses tras escuchar todas nuestras plegarias. Por esa misma razón, Ivar y yo decidimos emprender un viaje hasta Eggedal, una pequeña comarca donde se encontraba un imponente templo de culto a los dioses.

El viaje era largo y tedioso, especialmente si lo hacías con niños. Mi sobrina Dahlia aún era pequeña así que se pasaba el trayecto en los hombros de Hvitserk, a quién afortunadamente no le importaba nada cargar con su retoño. Einar, por otro lado, amaba la naturaleza y siempre aparecía con algún mamífero pequeño recién cazado. Su padre siempre aplaudía sus habilidades pero también le regañaba cuando mataba sin necesidad o sin hambre. En cuanto a mí, iba pendiente de todo y de todos, pero especialmente de la hija que llevaba en brazos constantemente. Daba igual lo mucho que pesara o lo cansada que estuviese, porque lo que cargaba era amor.

—¿Quieres que la lleve yo un rato?— Me dijo Ivar mientras caminábamos. Él siempre procuraba ir a mi lado.

—No, estamos bien.— Sonreí con agradecimiento y miré a la pequeña que dormía a pesar del trote. Prefería sujetarla yo porque Ivar solo podía hacerlo con una mano y me daba miedo que le perjudicase de alguna manera cargar con tanto peso.

—¿Segura?— Insistió con bondad.

—Sí, me gusta llevarla. ¿Sabes cuándo pararemos para cenar?

—Cuando tú me digas ordeno parar.— Espetó resolutivo.

—Creo que dentro de poco debería darle el pecho otra vez.

—Está bien, en cuanto vea un sitio oportuno nos paramos.— Sonrió y me guiñó un ojo con complicidad. Yo solté una risita y me incliné hacia él para darle un beso en la mejilla.

No quería decir que nuestra relación antes no fuera buena, porque lo era. Pero desde el nacimiento de nuestra hija se había creado otro lazo entre nosotros mucho más fuerte e inquebrantable. Quizás el querer a alguien con tanta fuerza, nos había hecho querernos aún más sin darnos cuenta.

(***)

Eggedal era un lugar pequeño pero con ambiente gracias a la cantidad de viajeros que llegaban de todas partes de Noruega para venerar a los dioses. Su suelo estaba cubierto por un césped alto y verde, además de los muchos árboles centenarios que decoraban el paisaje dando lugar a una estampa preciosa. A la izquierda, según llegabas al pueblo, te encontrabas con una taberna y varias casas a su alrededor, mientras que si continuabas recto  y subías por unos peldaños acababas llegando al grandioso templo custodiado por guardianes.

—Es increíblemente precioso.— Exclamó Margreth en un aliento. De la mano llevaba a Dahlia, quien también se había quedado mirando con grandes ojos a la construcción divina.

—Lo es.— Sonreí con admiración.— Me alegro de estar viva para poder ver esto.

El edificio de madera se mostraba imponente sobre todos nosotros. Quizás no por la belleza en sí de la construcción, sino porque sabíamos la importancia religiosa de aquel lugar de culto.

—¿Vamos? Quiero entrar.— Dijo Einar, saltando de dos en dos los escalones.

Los santuarios eran lugares extremadamente íntimos, por lo que no se solía dejar entrar a muchas personas a la vez. Los sacerdotes eran quienes permitían el paso de los creyentes, normalmente dejando pasar juntos a los miembros de la misma familia.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora