44 - Sobrecarga

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Al día siguiente se disputaba la segunda parte de la gran batalla, en la que esta vez intentarían traspasar los muros de la ciudad y matar al rey de Wessex. Iba a ser una contienda peligrosa y Ubbe se había esforzado en convencerme para que yo no fuera. No obstante, no necesitó insistir mucho, pues mi ayuda en el puesto de enfermería era mucho más necesaria y tenía la obligación de quedarme.

Acompañé a los hombres hasta la entrada del asentamiento y abracé con fuerza a mi hermano. Era el que más me preocupaba, porque en ocasiones era inapropiadamente valiente. Después despedí a Ubbe y Hvitserk, los cuales estaban sumamente concentrados en lo que se les venía encima.

—Por favor, tened cuidado.— Supliqué. Me di cuenta que era mucho más duro verles marchar que ir junto a ellos, porque estando lejos no podría hacer nada para salvarles si algo malo pasaba.

—No te preocupes por nosotros.— Dijo Ubbe con una sonrisa taimada y Hvitserk me acarició la mejilla brevemente, en un intento fugaz de tranquilizar mis nervios.

Antes de que los guerreros y escuderas partieran, miré una última vez a Ivar. Él apartó la mirada y la dirigió hacia el frente. Empecé a rezar compulsivamente a los dioses para que le protegieran, a él y al resto de mis seres queridos. No podría afrontar la muerte de ninguno de ellos y confiaba en que volvieran de una sola pieza.

Caminé de nuevo hacia el puesto, donde Margreth y otras mujeres trabajan sin descanso. Ella me miró inquisitiva y yo asentí.

—Estará bien.— Acaricié su brazo para tranquilizarla. Debido a su condición de esclava, no estaba bien visto que mostrara afecto por Hvitserk en público, pero sabía que se estaban viendo por las noches y se preocupaba genuinamente por él.

Nos pusimos manos a la obra enseguida. Debíamos liberar camas por los posibles nuevos ingresos de la segunda contienda, así que empezamos a dar de alta a todos aquellos que pudieran mantenerse por sí solos. Los únicos que quedaron fueron personas gravemente heridas, inválidas o inconscientes, los cuales a penas llegaban a un total de seis hombres.

(...)

Las horas pasaban con una enervante parsimonia, la espera por nuestros soldados estaba siendo agotadora y cada vez disminuía más la luz natural. Deberían haber llegado hace tiempo, hace un par de horas al menos, ¿qué podría haber pasado para provocar tanto retraso? Los miedos afloraban en todos nosotros, los que esperábamos en la retaguardia con las uñas entre los dientes que castañeteaban sin cesar. Si caía la noche y aún no habían llegado sería el indicio de que algo realmente malo había ocurrido. ¿Y si les habían matado a todos? ¿Y si les habían secuestrado como rehenes? Estábamos desprotegidos y a la espera de quienes más queríamos, susurrando ensalmos que los trajeran de vuelta.

—¡Han llegado!— Gritaron desde la distancia. Margreth me miró asombrada y echó a correr, seguida de cerca por mí.

Desde la entrada del asentamiento vimos los primeros carros tirados por caballos, los cuales iban hasta los topes de hombres convalecientes. El resto de la tropa iba caminando y a penas se los podía distinguir.

—¡Llevadlos al puesto, vamos!— Anuncié tomando las riendas de la situación. Margreth se quedó unos segundos mirando a lo lejos, intentando reconocer a Hvitserk en alguna de las caras aún borrosas.— Todavía les quedan un rato para llegar hasta aquí, te necesito ya.

Margreth asintió y luchó contra sus instintos, los cuales le pedían a gritos quedarse allí hasta cerciorarse de que su amado estaba sano y salvo. La entendía, yo deseaba lo mismo, pero los gritos de los hombres me hacían ver que era más útil ayudándoles que quedarme esperando.

Esta vez el número de heridos era desorbitadamente alto, superando por cien nuestros recursos tanto humanos como materiales.

—¿Qué hacemos? No podemos atender a todos y aunque así fuera, no tenemos suficientes medicinas.— Me preguntó Margreth con la voz entrecortada por una respiración acelerada.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora