El año de la felicidad parte 1 (capítulos 1 al 200)

El árbol

Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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El árbol

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La hoja, seca y sin vida, se desprendió lentamente del árbol y cayó, balanceándose en la corriente de aire hasta tocar el suelo. Después se revolvió, girando sobre sí misma, perdiéndose más allá de donde Kodachi alcanzaba a verla. Sus ojos abandonaron la hoja y volvieron al árbol, buscando otra víctima del inexorable ciclo de la vida, otra hoja seca y muerta de la que el árbol sabiamente se desprendía antes de que lo afectara y le chupara la vida y la energía impidiéndole avanzar. Así debía hacerse, meditó Kodachi para sí, no había que dejar que nadie lo abandone a uno, debía ser uno mismo el que dictara las normas y dispusiera las cosas. Como aquel árbol, Kodachi se había desecho de lo que ya no le servía o buscara ser un obstáculo en su camino. Sin embargo, no había sido así al inicio.

Kodachi Kuno se recostó en el sillón, un brazo detrás de su cabeza, contemplando el cielo grisáceo del otoño a través de la ventana de su habitación.

O con ella, o con nadie. Ese era su lema. Y le encantaba.

Cuando tenía doce años empezó a aprender sobre venenos y la manera de usarlos y administrarlos. ¿Para qué perder el tiempo fingiendo que era una niña normal? Era mejor y más agradable hundirse en lo que proporcionaba verdadero gozo que aparentar ser algo que no era en ese mundo de hipócritas. Aprendió sobre plantas y sus propiedades, sobre lo mortíferas que resultaban algunas bellas flores sobre cómo debían mezclarse ciertos ingredientes, y mejor aún, cómo no debían hacerlo. También aprendió a escuchar detrás de las puertas, a suponer y a atar cabos para discernir lo que se decía entre líneas, y a aparentar después que no sabía lo que sí comprendía a la perfección.

A los trece supo que su madre, harta de las locuras de su padre y la vida que llevaban, lo abandonaría; pero que no pensaba llevar a sus hijos con ella. Eso significaba que iban a abandonarla a ella, y nadie en su sano juicio abandonaba a Kodachi Kuno. Nadie. Ni siquiera su madre.

Kodachi ya era experta en el uso de venenos.

—Madre, no nos dejes. No dejaré que te vayas —le dijo con lágrimas en los ojos.

—Eres pequeña aún, Kodachi, no lo comprendes. Estas son cosas de adultos, por favor no te metas.

—Madre, no dejaré que te vayas —repitió ella.

Y no lo permitió. Su padre, por supuesto, nunca se enteró de nada; pero fue su querido hermano el que la vio manipulando la taza de té, y Tatewaki, aunque era apuesto y parecía tener la cabeza llena de aire, entendió todo lo que pasaba. Aun recordaba sus ojos llenos de dolor mirándola. ¡Oh, pero, hermano, no podía hacer otra cosa! Nadie me abandona. Nadie.

Tatewaki siempre la había cuidado desde entonces, nadie supo nunca nada, y eso se lo debía a él, que decidió callarse aquel día, quizá para ahorrarle el sufrimiento a su padre. Oh, querido hermano, eres demasiado bueno. Claro que, después no había podido hacer nada para ocultar la verdad; y es que cuando uno aprende a usar venenos no resiste la tentación de probarlos en los enemigos, y a la tonta chiquilla Tendo la quería demasiada gente. Sospecharon sí, y todos los dedos la apuntaron, con razón.

No lo negó. Kodachi Kuno está a otro nivel, no necesita que los demás sientan lástima de ella; Kodachi Kuno es fuerte y levanta la cabeza con garbo. Como aquel árbol que se deshace de la basura que no le sirve para poder seguir erguido y orgulloso, Kodachi Kuno no hace más que quitar de en medio a la gente que intenta robarle lo que le pertenece, y ese fue el error de la inservible chiquilla Tendo.

Kodachi rio recostada cómodamente en el sofá.

Nadie pudo hacer nada. Lo hecho, hecho estaba.

Golpearon suavemente la puerta y una mujer con uniforme entró en la habitación.

—Señorita Kuno, su hermano Tatewaki vino a verla.

—¡Oh! —Kodachi se incorporó para mirar a la mujer—. Espléndido, qué alegre noticia. Por favor, que pase de inmediato.

Aún antes de que terminara de hablar, la mujer ya había salido y en seguida entró Tatewaki Kuno en el cuarto, vestido impecablemente con traje y corbata. El muchacho dejó sobre uno de los sillones el maletín que traía en una mano y luego se acercó presuroso a su hermana tomándole ambas manos en un gesto cariñoso.

—¿Cómo te encuentras hoy?

—Perfectamente, querido. Por favor, acompáñame a tomar el té —pidió ella—. Haré que lo traigan en seguida, aunque esta servidumbre es de lo peor, nunca hacen caso de mis órdenes.

Él asintió en silencio acercando una silla para sentarse.

Kodachi volvió a mirar el cielo gris y aquel árbol en el jardín. Su ventana era una más en el enorme edificio de piedra, rodeado por un amplio parque lleno de árboles. Más allá, una reja rodeaba la propiedad, y sobre el gran portón de entrada se leía: «Hospital mental Seiwa».

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FIN

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Nota de autora: ¡Hola a todos! Espero que les haya gustado el one-shot de hoy. El «Hospital mental Seiwa» existe realmente, lo encontré cuando buscaba algún nombre de un hospital de ese tipo en Tokio. Es un hospital privado que queda en el barrio de Shinjuku, que está muy cerca de Nerima, además, por lo que era el lugar perfecto para ambientar esta historia. La descripción del lugar es completamente inventada, por cierto, no sé cómo serán las instalaciones ahí. Otro dato es que es el lugar donde vive, voluntariamente, la artista japonesa Yayoi Kusama, seguro que les suena el nombre porque el año pasado había una exposición de sus obras por varios lugares de Latinoamérica, es conocida porque en sus intervenciones artísticas casi siempre hay figuras de puntos y círculos.

Como siempre, los invito a la página de Fantasy Fiction Estudios en facebook para seguir charlando y entreteniéndonos por allá. Gracias a todos por leer y estar ahí día a día.

Nos leemos mañana.

Romina