El año de la felicidad parte 1 (capítulos 1 al 200)

Peligro

Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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Peligro

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Aferrándose como si estuvieran subiendo por una eterna escalera, los oficiales McGray y Saotome avanzaron por una de las largas vigas que hacían de base para los enormes paneles solares, más allá del cuerpo central de la estación espacial, donde estaban los módulos habitables. Hacía unos minutos que la travesía se había vuelto silenciosa, a través de la radio de comunicación solo se escuchaban las acompasadas respiraciones de ambos. McGray se detuvo un momento apoyándose sobre las rodillas y miró hacia arriba.

—¿No se siente extraño, Saotome? —dijo por el comunicador—. El mundo está sobre nosotros —volvió a inclinarse para seguir avanzando, mirando la oscuridad que los esperaba más allá de la estructura formada por gruesas barras de metal—. Y bajo nosotros nos espera un boleto directo a la eternidad.

Ranma no respondió, simplemente volvió a mirar otra vez el enorme planeta azul que se reflejó en el cristal de su casco. Sacudió la cabeza.

No importaban las veces que habían salido en todo el tiempo que llevaban en la estación —ni las horas que estaban expuestos a ese solitario silencio del espacio cuando lo hacían— nada podía hacer que se acostumbraran y dejaran de sorprenderse como unos niños. Ni siquiera Ranma que, a diferencia de los demás, jamás había tenido el sueño de ir tan lejos de Nerima, podía ser indiferente ante tal magnificencia que cambiaba la mente y el corazón de cualquiera. Parecía sentir en su interior aquel cosquilleo que debieron experimentar los primeros curiosos aventureros, que cruzaron los océanos, las selvas y las montañas queriendo ver con sus propios ojos lo que había más allá.

Recordaba cuando era niño, en los caminos junto a su padre, y cada nuevo lugar de Japón era un mundo extraño y maravilloso a sus ojos.

Pero al mismo tiempo sabía que un error bastaría para caer de la órbita, quemándose como una estrella fugaz, o para flotar eternamente en el vacío hacia lo desconocido, sin nadie que pudiera salvarlo. Aquella realidad provocaba en los astronautas un sentimiento ominoso que acompañaba siempre cada uno de sus actos.

—¿Saotome? —insistió McGray, mirando hacia atrás.

—Voy —respondió, volviendo en sí, siguiéndolo paso a paso, con lentitud debido a los abultados trajes.