Just love me

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Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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Just luv me

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Konatsu se movió en el futón hacia un lado y hacia el otro. El resfrío lo tenía incómodo, se le tapaba la nariz constantemente y no podía dormir por tener que estar limpiándose cada dos por tres; además, el cuerpo le dolía y no podía descansar, no importaba en qué posición se pusiera. Para completar, se le secaba la garganta y estiró la mano para tomar agua del vaso que tenía a un lado en el piso, pero estaba vacío. Fastidiado, Konatsu se debatió entre aguantarse así o levantarse para buscar más agua en la cocina.

De nuevo se giró a un lado y al otro. Sus ojos estaban abiertos desde hacía rato y ya se había acostumbrado a la oscuridad; podía ver perfectamente que el futón a su lado continuaba vacío. ¿Qué hora sería? El restaurante ya había cerrado, a juzgar por el silencio, sin embargo, Ukyo todavía no se iba a acostar.

Konatsu bufó, sin querer aceptar todavía que otra de las razones que lo tenía intranquilo era la presencia del joven Ryoga Hibiki en la casa. No él precisamente, que era un muchacho simpático, agradable, incluso gracioso cuando se perdía en el pasillo que llevaba de su cuarto al baño. No, Ryoga Hibiki parecía ser una buena persona, en lo poco que él lo había conocido. El problema era Ryoga Hibiki y la señora Ukyo juntos. Charlando juntos, cocinando juntos, riendo juntos, llevando juntos el restaurante. Sin él.

Las lágrimas se agolparon en sus ojos. Oh, no, no eran celos, se repetía una y otra vez, no lo eran. Había sido una tremenda suerte que justo el joven Ryoga estuviera de paso por allí cuando él había enfermado y la señora Ukyo estaba cargada de trabajo; era una suerte que él hubiera aceptado ayudarlos. Konatsu no tenía nada contra él, no tenía por qué estar preocupado tampoco, pronto él se mejoraría y el joven Ryoga ya no sería necesario y podría prepararle un par de okomoniyakis para el camino y decirle adiós. Sí, así pasaría.

Konatsu se decidió por levantarse, porque la incomodidad de la garganta no lo abandonaría a menos que hiciera algo, y así no podría pegar ojo en toda la noche; y si no descansaba no mejoraría, y tampoco podría prepararle okonomiyais al joven Ryoga y despedirlo sonriente. Y él no quería ser desagradecido, quería despedir al joven Ryoga con una sonrisa muy ancha de agradecimiento; quizá, si se sentía lo suficientemente bien, le haría tres okomoniyakis.

Sorbió por la nariz y se calzó las pantuflas mientras se envolvía en su yukata. Levantarse había costado más de lo que había imaginado, le dolían mucho las piernas, y los brazos parecía que eran de plomo. Hasta se le antojaba un té, un té muy caliente que lo hiciera sentir mejor, que la tibieza de aquel líquido le llegara hasta el corazón para aliviarlo. Ah, pero ¿qué cosas pensaba? Él no era así, por definición era una persona alegre, la vida lo había tratado bastante mal, por eso él procuraba agradecer las más pequeñas cosas como si fueran el mayor tesoro; valoraba cada gesto, cada acción, cada pequeño regalo. Procuraba ser feliz con poco, pues había aprendido que en realidad los seres humanos solo poseían lo que tenían en el corazón, por eso intentaba que su corazón estuviera lleno de cosas agradables, positivas y felices. Debía ser por su resfriado, por la enfermedad, que se volvía así de depresivo, con el ánimo decaído le surgían pensamientos muy sombríos, que él tenía que esforzarse una y otra vez por hacer retroceder hasta el fondo de la mente.

El año de la felicidad parte 1 (capítulos 1 al 200)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora