El año de la felicidad parte 1 (capítulos 1 al 200)

Horizonte

Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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Horizonte

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Se acercaron a la pared, pegados al techo, gateando entre los metales retorcidos, que seguían crujiendo y moviéndose, amenazándolos con atraparlos en cualquier momento. La esclusa salió desprendida con parte de la pared y el aire frío los golpeó de frente, tan fuerte que casi salen disparados y tuvieron que agarrarse con firmeza de uno de los fierros doblados.

La estructura empezó a girar otra vez y las placas comenzaron a desprenderse con más violencia todavía. Irvin y Ranma se miraron, torciendo con dificultado los cuellos dentro de los cascos, y asintieron al mismo tiempo. Sin demorar más lo inevitable se deslizaron hacia el borde.

Cuando se asomaron por el agujero percibieron un brusco cambio. Si antes pensaban que el viento era fuerte durante la caída, allá afuera hasta podían escuchar el aullido del aire cuando golpeaba sus cascos, y tenían dificultad para mover los miembros ante tanta presión. Irvin miró hacia arriba y descubrió con espanto que grandes trozos de la estación caían tras ellos. Si saltaban en ese momento, los restos más grandes, rápidos y pesados, los golpearían, aplastándolos, causándoles la muerte.

Ranma entonces apuntó hacia el final de lo que quedaba del siguiente módulo, que se extendía horizontalmente hacia el cielo, ahora convertido en un largo montón de barra de metal chamuscado y retorcido que había conseguido sobrevivir a la mesósfera. Sería la oportunidad de alejarse del grueso de la estructura antes de saltar.

Se agarraron con torpeza de las barras de metal y comenzaron a avanzar, deslizando lentamente los pies y las manos, colgados de cabeza, buscando llegar hasta el final. Delante de sus rostros tenían al Océano Pacífico en toda su grandeza. Se estaban acercando cada vez más rápido a los enormes y hermosos mantos de nubes, y estaban a tal altitud que podían ver una lejana costa que seguramente era la isla de Japón.

Estaban cayendo rodeados de partes de la antigua estación, más grandes que el módulo de control, al que, al voltear la cabeza para mirar, se dieron cuenta que había desaparecido y no quedaba más que una carcasa aplastada y retorcida, chamuscada por fuera.

Mientras la estructura crujía y se estremecía, ellos soportaban, aferrados con las fuerzas que le quedaban. Por un momento temieron que la larga punta de la que pendían se desprendiera, como tantas otras partes, y terminaran aplastados por los demás fragmentos que chocaban entre sí constantemente.