El dolor de un hombre

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Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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El dolor de un hombre

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Soun Tendo conoció la desdicha un día apacible cuando contaba con treinta y ocho años. Su mundo, tan bien estructurado, que se había hecho pedazos luego de la muerte de su esposa y él había tardado mucho en volver a armar, volvía a quebrarse. Su agonía no tenía fin, su tormento era una lenta y dolorosa tortura que solo podía empeorar cada vez.

Creyó morir al ver tantos esfuerzos caer en un saco roto que no haría más que romperse cada vez más. Sus ojos, bien dados al llanto, se llenaron de lágrimas y contuvo las ganas de lanzar un gemido lastimero.

Descubrió su primera cana al mirarse al espejo por la mañana.

El corazón le dio un vuelco. No podía ser verdad, su genética por línea paterna era excelente, su padre había tenido la cabellera más hermosa que él pudiera recordar, la cepillaba todos los días, la trataba con jarabes y ungüentos, seguía una dieta estricta de pescado y verduras al vapor y había logrado, con enorme orgullo, llegar a la tumba sin ni un solo cabello blanco. La madre de Soun, por otra parte, no se quedaba atrás. Decían que venía de una larga estirpe de geishas y que su bisabuela le había heredado los secretos para cuidar la piel, el cabello y los dientes. En su juventud había sido la más hermosa de su pueblo y llegando a la madurez conservaba su piel lozana y su cabello abundante y del mismo negro lustroso con el que nació.

Sin embargo, recordó Soun con los hombros caídos, cuando su querida madre dio su último aliento y él debió empacar sus ropas y objetos personales, descubrió en el fondo de un cajón un frasquito sin etiquetas que al destaparlo reveló ser una potente tintura para el pelo.

Soun lloró aquel día, al saberse engañado por tanto tiempo, y ahora, tantos años después, al descubrir su primera cana comprendió a su madre y la desesperación que la llevó a emplear esas técnicas ladinas.

Sufriendo frente al espejo del baño, apretó los puños y con el dolor rompiéndole el corazón de parte a parte, desenterró de entre sus memorias olvidadas en la caja del desván, la tintura que fuera de su madre.

Hasta aquel momento nunca creyó que tendría que rebajarse a usar esos métodos. Había confiado en que heredaría lo mejor de su padre y de su madre, y eso implicaba el cabello fuerte y sano. Acostumbraba seguir la misma dieta que en una época su padre, y también tomaba mucha agua, se lavaba el pelo dejando dos o tres días de distancia entre los lavados y siempre se lo enjuagaba con agua fría para darle brillo; lo dejaba secar siempre al natural. También usaba recetas caseras con canela y aceite de oliva para masajearse el cuero cabelludo, y sus peines siempre eran de dientes anchos, que no resquebrajaban ni tiraban el pelo. Ponía tanto afán para cuidar su cabellera como si fuera un hijo, su bien más preciado, y es que para un hombre el cabello era el símbolo de toda su hombría.

Pensó por un momento en su viejo amigo Genma Saotome, condenado a una vida desdichada sin cabello y se consoló pensando en que su mal por lo menos tenía alguna solución.

Ese mismo día se encerró en su habitación durante horas y se esmeró para que la tinta quedara lo más natural posible. Esa noche se felicitó al comprobar que nadie notaba ninguna diferencia en él.

Cuando lo que le quedaba de la tinta de su madre se le terminó, él mismo iba a al tienda a comprarse más, porque le daba vergüenza anotarlo en la compra de su hija Kasumi, y nunca permitiría que ella siquiera sospechara de sus andanzas. Se cambiaba el gi por un pantalón y camisa, se abotonaba bien el chaleco y encima usaba el saco, también se colocaba un sombrero que ocultaba convenientemente parte de su rostro al proyectar sombras en su cara. Así ataviado se dirigía a la tienda, donde paseaba de un lado a otro durante varios minutos antes de comprar con mucho disimulo un frasco de tintura para el cabello. Volvía a casa con su botín oculto en una bolsa de papel bajo el brazo.

Siempre se miraba al espejo y se veía espléndido. Los años parecían no pasar para él y se alegraba de que nadie notara ningún cambio perceptible en su persona. Era un maestro en el disimulo de la vejez y las imperfecciones, arte que creía haber heredado de su madre. Su existencia era radiante y feliz.

Tiempo después, sin embargo, volvió a llorar amargamente con un puño en la boca para que sus gemidos lastimeros no llegaran a oídos de nadie.

Había notado el primer par de canas en los bigotes.

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FIN

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Nota de autora: ¡Hola a todos! Antes que nada quiero agradecer por todos sus saludos ayer. Muchas gracias, nos hicieron muy felices :)

En cuanto a este corto, debo confesar que se me ocurrió mirando un fanart, que quedará posteado en la página de facebook de Fantasy Fiction Estudios si quieren verlo; también saqué un poco del personaje de Agatha Christie, Hércules Poirot, que cuidaba muy bien su mostacho, y en uno de los libros se da a entender que usa tintura para el bigote XD.

Gracias a todos por leer. Nos vemos mañana.

Romina

El año de la felicidad parte 1 (capítulos 1 al 200)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora