Quiero que me escuches

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Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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Quiero que me escuches

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Ranma estaba solo sobre el escenario. En la oscuridad veía un mar de cabezas y los murmullos que oía le parecieron como las olas. En ese lugar estaban sus compañeros de clase, maestros, amigos, sus padres, el resto de la escuela y... Akane.

Tenía la luz encima, enfocándolo solo a él, aumentando su sensación de soledad, sintiéndose a la deriva. Sus pies no se movían, no le obedecían; sus piernas eran como dos postes clavados en el piso. Tenía las manos frías, era incapaz de sentir los dedos.

Comenzaron las risas, algunos gritos de ánimo, pero la mayoría eran burlas. Todos sabían que estaba allí haciendo el ridículo, que fracasaría, incluso Akane. La buscó y, aún cegado por la luz, creyó verla junto a sus padres. Distinguió a su madre, con una sonrisa conciliadora y piadosa, a su padre impaciente, seguramente creía que eso era otra pérdida de tiempo, al tío Soun de brazos cruzados hablando con Kasumi, a Nabiki filmando.

Pero Akane no se reía, tampoco hablaba con su familia; para ella eso no era otro momento ridículo de sus vidas, quería escucharlo y lo esperaba ansiosa, tan o más nerviosa que él, con las manos apretadas a la altura del pecho. Ranma lo comprendió, que entre toda esa gente Akane era la única que lo tomaba en serio, la única que no estaba allí para verlo cometer otro error, la única que seguía creyendo en él, como siempre, y que quería escucharlo.

—Maestro... —murmuró el chico.

«¿Entiendes, pequeño Bruce Lee? La música está hecha para los que estamos mudos, para nosotros, que somos incapaces de abrir nuestros corazones como la gente normal; para nosotros, que la única manera de hacernos escuchar es ¡gritando con todas nuestras fuerzas a través de una canción!»

Ranma sonrió recordando las palabras de su improvisado maestro de música, sus nervios disminuyeron y volvió a sentir sus dedos. No iba a reconocer que había prestado atención a ese idiota y sus cursilerías, después de todo ese maestro no era más que un pobre soñador al que un día vio en la calle muerto de hambre y le compartió un poco de su comida. Entonces, en agradecimiento, aquel hombre quiso enseñarle a tocar la vieja guitarra eléctrica que tenía, y que Ranma dudaba siquiera que pudiera funcionar todavía. Al principio no lo quiso escuchar, después estaba harto de él, de los nombres ridículos que usaba para llamarlo, y de encontrarlo en todo momento, como si lo estuviera siguiendo.

El año de la felicidad parte 1 (capítulos 1 al 200)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora