Jesus Oviedo.
Lunes 30 de Marzo, 11.00
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Ella me acaricia la barba sentada sobre mi regazo en mi sillón donde trabajo mientras acabo de preparar el juicio con ella ahí, sobre mis piernas cual bebé.
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-Mi madre me tiene preocupada. -murmura.
-Lo sé pero puedo entenderla, ese hombre se fue dejadola con todo a su espalda, sé que quiere decirle todo cuanto calla. -explico concentrado en la pantalla.
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Besa mi cuello con suavidad, quita mi americana sin ninguna oposición de mi parte y se coloca a horcajadas.
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-Tomate un descanso Jesús. -gira mi cuello para que la bese.
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Introduzco mi lengua en su boca, ella sonrie continuando el beso y se pega a mi suavemente.
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-Amo tus fotos. -me hundo en su cuello.
-Sé que te flipan. -sonrio.
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Ella rie agarrándose a mi camisa cuando agarro su trasero y vuelve a besarme cuando el maldito sol vuelve a incordiarme.
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-¿Puedes bajar la persiana? -pregunto.
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Ella mira mi muñeca pues se están enrojeciendo del sol, baja la persiana y me quito el reloj suspirando por las marcas que ahora están en un rojo realmente vivo.
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-¿Qué son? -pregunta.
-No lo recuerdo bien, creo que son quemaduras por roces de cuerdas. -confieso por primera vez en años.
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Su rostro se palidece y sonrio dulce.
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-No es nada. -aseguro.
-Lo tienes al rojo vivo. -dice preocupada.
-Ven aqui tonta. -la siento sobre mi.
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Toca las marcas de mi cuello preocupada y sonrio.
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-Te dije que mi infancia fue complicada. -digo serio.
-¿Por qué? -pregunta con los ojos húmedos.
-No soy quien tu piensas. -susurro.
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Beso sus labios nuevamente ya que necesito evitar el tema, ella sabe bien que necesito que esto vaya más lento pues me es imposible abrirme tan rápido con una persona y... Joder en algún momento deberá saber que soy vampiro.
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-Mañana ven a mi casa a dormir. -propongo.
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Ella frunce su ceño y deslizo mi mano por dentro de su camiseta.
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-¿Por qué? -se extraña.
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Encojo los hombros y sonrie besandome suavemente.
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-De acuerdo, dormiré mañana en tu casa. -susurra.
-A las ocho paso a por ti, en cuanto salga de trabajar, que hoy no estoy haciendo nada. -bromeo
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Ella golpea levemente mi pecho e intenta bajarse de mis piernas en broma.
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-No es mi culpa, tú eres el que me ha dejado aquí compinchado con mi madre. -protesta.
-Necesitaba verte. -confieso.
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Se sonroja y baja la cabeza algo tímida.
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-Me gusta saber cosas sobre ti. -toca mi mejilla.
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Sonrio besando el escote de su camiseta y cierra los ojos.
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-Tengo tanta suerte de haber encontrado una mujer como tú. -murmuro.
-La vida nos tenía reservados el uno al otro. -asegura.
-Podría habernos reservado menos tiempo. -bromeo.
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Ella sonrie y acaricia mi nuca haciendo que si, que quiera quedarme con ella toda la vida.
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La rosa negra
VampirosLa mujer más sencilla que puedas encontrar, universitaria de dieciocho años en Madrid a la cual su padre abandonó hace tres años provocando que su madre caiga en una profunda depresión choca con él, un abogado de veinticinco años el cual lo último q...